Tras el devastador paso de la Segunda Guerra Mundial, muchas personas se preguntan cuándo y dónde se iniciará la tercera. De acuerdo con la percepción de diversos analistas, es muy probable que este conflicto global ocurra. Para que se planteara la posibilidad de una tercera guerra, era necesario que la segunda hubiese tenido lugar, y ya ocurrió. Lo que aún se desconoce con certeza es el día y el lugar en que comenzará. Sin embargo, teniendo en cuenta la historia belicista de los Estados Unidos de América, es casi seguro que este país aporte los mayores insumos que nos acerquen al mismísimo infierno.
En medio de la penumbra que atraviesa la humanidad, entre noticias de conflictos en distintos rincones del planeta, aparece Donald Trump en su segunda aspiración por ocupar la Casa Blanca. Lo hace con un discurso pacificador que convenció a buena parte del pueblo estadounidense de que, una vez elegido, acabaría con todas las guerras del mundo. Pero no ha sido así. Por el contrario, su accionar impredecible nos tiene en la antesala del infierno.
El desarrollo de la energía nuclear con fines militares y el horror vivido por los habitantes de Hiroshima y Nagasaki —dos ciudades japonesas que en agosto de 1945 fueron arrasadas por el poder demencial de Estados Unidos— abrió las puertas del infierno con el lanzamiento de dos bombas atómicas. La humanidad tembló ante la destrucción que se avecinaba. Fue así que, el 14 de febrero de 1967, América Latina se proclamó como una región libre de armas nucleares mediante la firma del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe (Tratado de Tlatelolco), que entró en vigencia el 4 de marzo de ese mismo año.
Hoy, con el despliegue de activos militares en el sur del mar Caribe por parte de Estados Unidos —una flota compuesta por aviones de combate, bombarderos estratégicos, destructores, submarinos nucleares y el arribo del portaaviones de propulsión nuclear más grande de su clase, el USS Gerald R. Ford— Trump deja al descubierto su verdadero rostro: el de un falso pacificador. Esta acción ocurre en una región que históricamente ha mantenido su neutralidad frente a los conflictos que podrían desencadenar una tercera guerra mundial.
Mientras tanto, en Europa del Este, rusos y ucranianos protagonizan una feroz carnicería en medio de una guerra que parece no tener fin. Por un lado, las potencias occidentales suministran armamento por miles de millones de dólares a Ucrania; por el otro, Corea del Norte envía tropas y China provee componentes tecnológicos a Rusia. Esta escalada bélica ha impedido vislumbrar una salida cercana al conflicto.
A ello se suma la guerra comercial que Estados Unidos ha declarado a China, junto con la imposición de aranceles a casi todos los países del mundo durante la administración Trump. Esto evidencia las pretensiones imperiales de Washington y desenmascara el papel de pacificador con el que Trump engañó no solo al pueblo estadounidense, sino a toda la humanidad.
Trump ha sembrado la desconfianza incluso entre sus propios aliados, quienes hoy se ven obligados a realizar gastos desmesurados en defensa. El desarrollo de nuevos y letales armamentos por parte de Rusia, China y Corea del Norte —que ven en las armas nucleares la mayor disuasión ante posibles ataques de las fuerzas estadounidenses— nos mantiene, por ahora, en la antesala del infierno.
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