Hace unos meses, escribí una columna sobre un policía mala clase. El otro día critiqué con un amigo a los conductores del SITP, porque el de un Transmilenio sacó la cabeza por la ventana para mentarle la madre a un viejito que estaba cruzando en rojo. Pero esta semana que pasó me tocó un gran policía, así como un gran conductor de Transmilenio y entonces escribir una columna sobre eso parece apenas lo justo.
La historia del policía tiene su origen en mis habilidades como conductora: yo sé manejar y lo hago bien y soy una dura parqueando en parqueaderos estrechos, pero no me pidan que lidie con situaciones/carreteras extremas. Yo iba, entonces, manejando con todas mis habilidades básicas por Bogotá cuando de pronto me encontré con una despavimentada inundada en la mitad de Bogotá, en un barrio que no conocía y con una curva en ángulo recto, de doble vía, al lado de una cañada. Estaba dando la curva, venía otro carro, me asusté un poco, giré el timón y encallé —después de pensarlo decidí que la palabra es encallar— en el risco de la cañada, dejando dos llantas laterales angustiantemente recostadas en la bajada y la panza del carro tocando el suelo. Aceleré, puse primera, me patinaron las llantas y me dio miedo hacerle más fuerza porque podía terminar de caerme.
Mientras llamaba a mi papá y luego a una grúa para que vinieran por mí a rescatarme apareció el patrullero del cuadrante. El agente, que no se cómo se llama, se quedó conmigo esperando hasta que llegó mi papá y luego nos ayudó cuando vino la grúa, asesoró conmigo la posibilidad de que el carro se cayera (él dijo que no se caía, que tranquila, y tuvo razón), dirigió el tráfico porque yo obviamente estaba haciendo trancón, ayudó a definir cual era la mejor estrategia para jalar el carro con la grúa y regañó a un par de carros que se quisieron burlar de mí. También le tomó una foto a mi carro y sonrió para la foto que mi papá insistió en que nos tomáramos. Además me hizo coaching y me dijo que eso le pasaba a cualquiera, que nadie nacía aprendido, que no me preocupara. Gran policía. Un policía para ayudarme. Gracias.
Segunda historia. En mis delirios, críticas y sugerencias acerca de cómo yo podría ser mejor alcaldesa de Bogotá, yo sostengo que los buses del SITP y del Transmilenio hacen un uso ineficiente de la 7a. Lo hacen, porque hay como 2000 rutas que comparten un recorrido de unas 100, por ejemplo los L/K 80, 82, 84, o 86 van desde la 30 hasta la 116 pegaditos, recogiendo prácticamente a la misma gente, pero son al menos 4 buses que ocupan espacio. Si fueran un solo bus que coge toda la 7a. y para bajar al occidente tocara hacer un trasbordo, el espacio que se usa para transportar a los pasajeros que necesitan la ruta de la 7a. sería más eficiente y, por rebote, bajaría la congestión del tráfico. A cambio de eso bien puede uno “trasbordar”. (Como dice el videíto viral de Internet.)
En fin, como yo a veces no entiendo que la alcaldesa no soy yo, me monté en cualquier bus que paraba en la 7a. y se imaginarán mi sorpresa cuando a las 8:55 timbré en la 73 para bajarme. Yo quería bajarme en la 72 o 71 y llegar a mi oficina súper en punto o máximo a las 9:03. El bus entero se río, el conductor me miró y cuando me le acerqué a preguntarle por qué no me paraba me dijo que, sorpresa, paraba en la 51. Yo puse cara de cordero resignado, me senté en mi puesto y el conductor me empezó a explicar la diferencia entre los buses. En la 68 en un semáforo me miró y me dijo bajito: ¡corra! Me abrió y salí corriendo.
Yo sé que a ese conductor lo pueden sancionar por lo que hizo. Pero él lo hizo de buena persona, no hizo trancón, no causo trauma y además me explicó las diferencias entre los buses de la 7a. Yo aprendí mi lección y prometo no volverlo a hacer y, además, logré medio llegar a tiempo.
Son dos ejemplos distintos, pero son ejemplos de funcionarios públicos amables y que le cambian a uno el día para bien. Y así, mi semana acabó en que no todo está bien en el mundo, pero en que si hay más policías así y más conductores así y, en fin, más gente así, a lo mejor el tráfico y la seguridad de esta ciudad tiene esperanza. Y sí que lo necesitamos.