Cuando Pablo Escobar se levantó a la diva más bella de la T.V colombiana

Cuando Pablo Escobar se levantó a la diva más bella de la T.V colombiana

Dos estrellas: Penélope Cruz y Javier Bardem protagonizan la película 'Escobar', inspirada en 'Amando a Pablo, Odiando a Escobar', las memorias de Virginia Vallejo

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junio 18, 2015
Cuando Pablo Escobar se levantó a la diva más bella de la T.V colombiana

Se conocieron en 1982, cuando ambos estaban en el pináculo de sus carreras. Ella acababa de divorciarse de David Stivel, el realizador argentino que se aburrió de tener que dormir en camas separadas sólo porque a Virginia no le gustaba que nadie la viera recién levantada. Estaba empezando un noviazgo con un sobrino del presidente Julio Céar Turbay cuando Pablo Escobar invitó a la pareja a la Nápoles, la hacienda recién adquirida en del Magdalena Medio que se convertiría en la emblemática propiedad donde Escobar cerró negocios y convocó cumbres para trazar las estrategias del mal. También el lugar preferido de diversión donde abundaba el trago, la música, las mujeres y los capos, en un paisaje de  animales salvajes. El nombre resultó ser un homenaje a la ciudad escenario de las aventuras de los mafiosos italianos que aparecían en esas películas que Pablo nunca se cansó de ver.

Eran 230 los invitados al paseo campestre pero él sólo la veía a ella: los ojos surcados por pestañas crespas, la nariz respingada, las piernas largas. Larguísimas. Su rostro tenía una belleza hipnótica. Con él soñaban los niños a los que les dio clases de inglés en el instituto Colombo Americano a finales de los años 60. Virginia volvió loco a Carlos Jaime Baruch, el cubano fundador del grupo Grasco creador de la margarina La Fina y detergentes As; desveló a al magnate Julio Mario Santodomingo  y le hizo cometer más de una imprudencia al banquero  Luis Carlos Sarmiento Angulo.

Un incidente en el que Virginia pudo haber perdido la vida ahogado en el remolino de un pozo de los muchos construidos a lo largo de la hacienda para mantener los pastos frescos, se transformó en el punto de encuentro entre los dos.  Pablo, como Johnny Weissmuller, uno de los ídolos de su niñez, nadó hasta ella y se la arrebató a la muerte. Entonces Virginia dejó de ver sus medias amarillas, su bigote de ranchero, su afición por desayunar fríjoles con arepa y, sobre todo, los rumores que lo señalaban como el rey de la coca. Lo amó desde en ese momento.

A él no le importaba salir sin escoltas y exponerse públicamente en las  corridas de toros en la plaza de toros La Macarena de Medellin, o rumbear en la discoteca Kevin, o darle sesenta mil dólares para que se fuera de compras a París con la única promesa de agotarlos en una semana.  Ella sacrificó su educación de niña bien en el Anglo Colombian School , su gusto por el arte y sus exquisitas amistades entre las que se contaba el torero e inspirador de novelas de Hemingway Luis Miguel Dominguín. Tuvo que tragarse los chismes del pasillo de Inravisión, el Instituto de televisión nacional, en donde Virginia, al ser la más hermosa, la más deseada y la más arrogante, era protagonista de primer orden. La diva y el montañero venido a más. La diosa y el guache.

El reloj Cartier de diamantes que le regaló Pablo fue el objeto que más brilló en el set del Noticiero 24 horas. Cada vez que había corte de propagandas, los técnicos de Inravisión notaban como ella sólo tenía ojos para la joya  consentida, la que años después le sería rapada por un ladronzuelo en una calle de Buenos Aires.

Un día se acabaron las joyas para regalarle, así que le obsequió lo único que no podía ostentar una mujer en Colombia a principios de los ochenta: una cirugía estética. En manos del brasileño Ivo Pitanguy, el mejor esteticista del mundo, puso sus pechos que se los dejó como los de una estatua y la nariz que le respingó como una muñeca  que la volvería inconfundible a los ojos de los colombianos.

Se amaban. Cuando pasaban una noche en cualquier hotel de Panamá, Pablo se le abría y, entre cigarrillos de marihuana, le iba contando sus secretos más íntimos hasta los políticos amigos y las claves del negocio que lo habían convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. El 30 de abril de 1984, cuando el ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla fue asesinado, Pablo se transformó en Escobar. Un Escobar obligado a huir de un  Estado que inició su persecución con la toda la fuerza de su estructura. Empezaron entonces las visitas clandestinas, el estrés que se convirtió en agresiones verbales pero también físicas. En uno de sus últimos encuentros Virginia le leyó La canción desesperada de Neruda y ambos lloraron ante la inminencia de un final que se tornaba inevitable.

A medida que su amante se iba convirtiendo en un monstruo, Virginia pasaba de ser la mujer más deseada a la más humillada. Ella, que alguna vez hizo esperar a todo el equipo de Colombian Connection, la película que protagonizó junto al gordo Benjumea, sólo porque sentía que había amanecido fea, se veía ahora forzada a viajar a las volandas de Alemania en 1989 huyendo de los fantasmas que la acosaban.

Regresó un par de años después, justo por la época en la que Escobar se había sometido a la justicia y estaba detenido en La catedral, una prisión que construyó a su medida en un terreno que le pertenecía al municipio de Envigado que él controlaba a su amaño. Su preocupación no estaba en la suerte de su ex amante sino en su supervivencia y las venganzas y retaliaciones que sus cada vez más numerosos enemigos. Virginia en cambio nunca lo olvidó, menos en ese momento cuando la telenovela que protagonizaba con Guillermo, el hermano de Carlos Vives era un rotundo fracaso. Su miopía se iba convirtiendo en ceguera y la memoria eidética que le permitía grabarse parlamentos enteros, ya había desaparecido. No habían pasado meses de su desgracia televisiva cuando enfrentó a la distnaicas con el dolor de aquello que Colombia entera celebraba: el final Pablo Escobar, abaleado en un tejado en Medellín el 2 de diciembre de 1993 con un turo que salió del arma del coronel Hugo Aguilar, miembro del Bloque de Busqueda.  Como Greta Garbo, a sus 46 años, desapareció de las cámaras para que nadie viera su decrepitud y se refugió, como una niña, con su madre en un apartamento de Miami desde donde escribió el libro de memorias Amando a Pablo, odiando a Escobar que será la base de la película Escobar.

Una película que ha dado para hablar desde el instante mismo en que rodo la posibilidad de hacerse hace cuatro años. Catherine Zeta Jones y Antonio Banderas sonaban como los protagonistas de la adaptación cinematográfica del libro. El proyecto naufragó hasta que sobre Penélope Cruz recayó el peso de darle vida a la musa del capo. Virginia, la de la vida real, estará complacida al saber que una de las mujeres más deseadas del mundo será ella en el cine. La inminencia del rodaje le ha hecho recuperar, a sus 68 años, la alegría que creía perdida desde que su rostro dejó de aparecer en un televisor.

Cuando le preguntan por Colombia, Virginia Vallejo arruga el ceño y dice que nunca más volverá a ese país de mierda. Nunca podrá olvidar las burlas que suscitó su caída, el estigma que cargó por enamorarse del delincuente más buscado del mundo y la interpretación que hizo de ella Angie Cepeda en El patrón del mal, en donde la muestra, según sus palabras, como una prostituta barata. La interpretación de Penélope Cruz tampoco la dejó tranquila.

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