La moralidad atea
Opinión

La moralidad atea

Por:
noviembre 10, 2014
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Regreso a un tema sobre el que ya he escrito antes y sobre el que creo imprescindible seguir redundando.

"Para ti q no tienes dios no debe haber cosas buenas ni malas..."

Eso, transcrito de un modo literal, me escribía hace pocos días una amiga con quien discutía un tema relacionado con la moralidad.

Un estudio del 2011 realizado por la University of British Columbia y la University of Oregon, publicado en el Journal of Personality and Social Psycology demostró que el público norteamericano desconfiaba tanto de los ateos como de los violadores.
¿La razón?: los ateos no tienen un dios fiscalizador, ergo no tienen lineamientos morales, ergo no diferencian entre el bien y el mal.

Ese prejuicio, tan sustentado en la ignorancia colectiva pero aún así tan extendido, se manifiesta en todas las esferas sociales y en todas las geografías.
Para la muestra el botón de mi amiga.
Y para ella, o para cualquiera que piense como ella lo hace, estos pocos párrafos, no sobre la infundada afirmación del prejuicio (la moral no se deriva de las creencias religiosas sino de la misma naturaleza humana) o sobre la valía moral de los ateos a lo largo de la historia, sino sobre el dios a partir de cuyas enseñanzas construyen su idea de moralidad y sobre las cuales se sitúan para esgrimir el dedo acusador sobre los no creyentes.

¿Alguien puede sentir respeto por un legislador que incumple las leyes que promulga?
Creería que no. Es de elemental sentido común que quien impone una norma sea el primero en cumplirla.
Nadie, creo, consideraría dignos de respeto a un juez ladrón o a un policía de tránsito conduciendo en estado de ebriedad.

Si quien dicta la norma evade el cumplimiento de la misma, se establece una incongruencia que conduce a la pérdida total del respeto por esa fuente.

Ese parece ser un razonamiento con el que coincide la mayoría de las personas que conozco. Pero no parece aplicar a dios. O al menos parece que se anulara de manera automática en las mentes de los creyentes cuando se trata de aplicarlo a su divinidad.

Desde el colegio, desde la iglesia, desde las palabras de sus portavoces se nos repitió hasta la saciedad que teníamos la obligación cristiana de socorrer a quien sufría y de aliviar el dolor del afligido si estaba en nuestras manos hacerlo.
De hecho esa invitación estuvo seguida siempre, al mejor estilo cristiano, de una amenaza: si estaba a nuestro alcance socorrer al desvalido y no lo hacíamos, estábamos pecando gravemente.

Y aunque no encuentro razón alguna para objetar esta norma, sí tengo dos observaciones con relación a ella.
La primera es que la ayuda al desvalido es resultado de la conmiseración entres seres humanos y no deriva de las creencias: hay miles de ateos ayudando a sus congéneres y miles de creyentes no haciéndolo.
La segunda, la que quisiera que mi amiga recordara, es que el dios de los cristianos no cumple esa norma: millones de seres humanos sufren los peores dolores y sufrimientos a diario, cientos de miles de ellos son niños inocentes, sin que ese dios, supuestamente bueno y omnipotente, utilice sus superpoderes para curar su cáncer, aliviar su hambre, sanar sus enfermedades o salvarles de la guerra.

Mark Twain, en el ensayo “Fables of Man” de su libro Ideas sobre Dios escribía:

“ (...) Nunca ha habido un caso de sufrimiento o pena que no pudiera aliviar Dios. ¿Entonces Él peca? Si Él es la fuente de la Moral, la respuesta es que sí. Reconoceréis que está clarísimo. Es evidente que la Fuente de la Ley no puede infringir la ley y regodearse en ello sin que se lo reprochen. Y sin embargo, vemos este curioso espectáculo: cada día, el loro amaestrado del púlpito declama solemnemente estas ironías, adquiridas de segunda mano y adoptadas sin examen, a una congregación amaestrada que las acepta sin examen, y ni el orador ni los oyentes se ríen de sí mismos.”

Los tres dioses de los tres grandes monoteísmos vigentes exigen a sus fieles que socorran a los desvalidos si pueden hacerlo, so pena de ser considerados pecadores, pero ellos a su vez han visto por generaciones —y siguen viendo hoy— el sufrimiento del género humano sin remediarlo.
Y si esa es la fuente de la moral, no puede ser otra cosa que una moral despreciable.

No logro concebir un ser menos digno de respeto que aquel que exige a sus imperfectos súbditos lo que él, en su supuesta absoluta perfección, se niega a cumplir.

 

 

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