Sí, muy turística Cartagena, ¿pero dónde quedó la cultura?

Sí, muy turística Cartagena, ¿pero dónde quedó la cultura?

"La falta de imaginación y de proyección que acusan nuestros líderes es evidente, y entronca con un único problema del que aparecen síntomas por la nación entera"

Por: Francisco Lequerica
junio 13, 2019
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Sí, muy turística Cartagena, ¿pero dónde quedó la cultura?
Foto: Pixabay

Cartagena de Indias, distrito “turístico y cultural”, tiende a obviar lo último. Quien se gradúe como músico profesional en la Heroica tendrá pocas opciones laborales: tocar en eventos, enseñar en colegios o largarse de la ciudad. No se puede aspirar a la composición seria, a la interpretación como solista ni a ser músico de fila en un ensamble local, porque eso se llama utopía. A pesar de estas adversidades, un ensamble musical vio la luz tras años de perseverancia y es por eso que, tras haber dado voz a una circunstancia auténtica de la ciudad, sus integrantes no pretenden desvanecerse tras un único concierto ni dejarse mitigar hasta el silencio por circunstancias ajenas a su ejercicio profesional.

En el marco de cualquier festival, este villorrio parece Viena (postura difícil) —luego se llevan los focos y las cámaras y quedamos en el Tercer Mundo—. No hay más que imaginar un festival, iniciado por el fabricante de arpas más reputado del mundo, que tras casi quince años de figuración prominente no haya dejado un solo arpista en la ciudad cuyo nombre ostenta. Aun sin recursos, es tal la voluntad de algunos artistas, que hasta “con las pezuñas” alcanzan a construir algo. Es el caso de Camerata Heroica, agrupación compuesta de 23 músicos locales, con su gerente y su director titular, que también son destacados compositores. Hasta la fecha, se trata del único ensamble sinfónico del caribe colombiano dedicado a la generación de repertorio nuevo, privilegiando el sincretismo de las técnicas instrumentales contemporáneas con las músicas autóctonas regionales. ¿Presupuesto? Cero pesos. Naranjas, como la ley.

El 10 de abril de 2019 en el Teatro Adolfo Mejía, con escasos apoyos y tras más de tres meses de trabajo específico, este ensamble realizó un concierto con seis estrenos de compositores cartageneros y arreglos orquestales de obras para piano del propio Mejía. El teatro se llenó con más de 500 personas que ovacionaron a los intérpretes, lo cual sorprendió mucho a los representantes del IPCC (Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena), que a duras penas logran llenar el aforo, y quienes sólo habían accedido a prestar el Teatro un miércoles tras bastante insistencia. Era la primera vez en décadas que se escuchaba un concierto de estrenos sinfónicos en la ciudad, y resultó un éxito que la prensa no cubrió.

En la ceremonia de inauguración se citó casi al completo un artículo publicado en 2011 en el suplemento dominical de El Universal, escrito por Gustavo Tatis Guerra, periodista cultural emérito de la ciudad, quien no llegó al evento a pesar de la invitación explícita que se le extendió por sendos canales. En su artículo, que lleva como título Después de la música, justifica de manera preclara la necesidad de establecer en la ciudad un ensamble permanente con la misión exacta que hoy adelanta la Camerata Heroica, y es una verdadera lástima que el periodista haya elegido perderse el concierto que tanto anheló por escrito, además de pasar por alto el evento en sus notas de prensa, lo cual no resulta un gesto consecuente con sus líneas.

Sería de rigor, tras estos preocupantes descuidos, cuestionar la clase de periodismo cultural del que se dispone en la ciudad y cuáles son, objetivamente, su calibre técnico, la envergadura de sus referencias y su autonomía real de expresión. También sería propio preguntarse por qué un concierto de carácter pionero y sin connotación política alguna, habría de ser evitado tan conspicuamente por la prensa local, o si es que llenar un teatro con algo tan supuestamente impopular es menos notorio que las nimiedades que suelen relatar en sus páginas. Dadas las limitaciones que se han venido presentando a la libertad de prensa en todo el hemisferio, es alarmante que la censura corporativa afecte hoy áreas a la vez universales y neutrales de la expresión, como lo son la cultura cartagenera y la música sinfónica.

En las semanas que siguieron al concierto, se han ido extinguiendo una a una las esperanzas de que el ensamble sobreviva, como con tantos otros proyectos que las autoridades distritales van relegando al olvido. El IPCC y todos los demás se lavan las manos y dicen que no les corresponde financiar nada (o ni tienen la dignidad de responder), pero es menester dejar de lado la nefasta lambonería que predomina en la idiosincrasia regional, para recordarles a aquellas autoridades que están ahí al servicio de los ciudadanos, y nunca lo contrario. Camerata Heroica es una de las muchas iniciativas culturales que acaban abortándose cada año en Cartagena, hasta el punto de que existe un pesimismo inamovible en todos los sectores de la comunidad artística local, como un mantra o una letanía catastrófica: esta ciudad no vale tres tiras de m…

El Teatro Adolfo Mejía, secuestrado como lo está por un evento privado cada fin de semana (son banquetes de boda, generalmente), no se encuentra capacitado para asegurar su mandato constitucional de garantizarle una vida cultural al distrito. Como, al parecer, tiene más importancia cualquier matrimonio que nuestro patrimonio, es sin pena que se vende este último al mejor postor. Y la ciudadanía, claro está, enfrascada en sus vejámenes y cotidianidades, no está en medida de exigir respeto por los símbolos culturales, que a su vez suele confundir, desconocer o menospreciar. Aun así, el Teatro se llenó aquel 10 de abril, siendo inútil argumentar a estas alturas que no hay público para eventos como este.

La profunda crisis de ingobernabilidad que atraviesa la ciudad, traducida en esta molesta fluctuación de servidores públicos inservibles, significa que nunca se acaba de identificar a los responsables de estos fiascos, no habiendo continuidad alguna en los cargos oficiales. Es consabido además que, para todos los “jefes”, el arte suele ser la última de las prioridades: en los consejos de administración tanto privados como públicos, no falta la miope aseveración de que el arte no justifica sus costos. El poder corrompe, pero el arte cura —de esto jamás se debe dudar—. El arte no posee la función de distraer (¿y de qué, precisamente?), aunque la noción contraria constituya una confusión mercantil muy oportuna para los piratas de hoy en día, cuyo infortunado éxito es innegable. Pero el oprobio, el desprecio, el hambre no han de ser forzosamente una derrota para quien cree, sino una invitación a reinventarse, a renacer. Porque todo esto caerá, como Babel.

Lo cierto es que la otra mitad del apelativo del distrito cartagenero—“turístico”— es el factor que ha predominado en su política hasta el abuso, transformando en lo esencial la demografía, empobreciendo la semántica y monopolizando la mecánica estructural de la ciudad. No obstante, lo que muchos olvidan es que, sin la preexistencia de lo “cultural”, nadie gozaría de ningún aspecto “turístico”. Ahora mismo, lo poco que se construye en Cartagena son esas torres interminables sin alma que proliferan por doquier, como cáncer de manglares. La falta de imaginación y de proyección que acusan nuestros líderes es evidente, y entronca con un único problema del que aparecen síntomas por la nación entera: en efecto, así como se permite impunemente la destrucción del ecosistema, se usurpan con aún menor remordimiento la historia, el arte, y la memoria humana.

En el marco de la amenaza de la Unesco de retirar a Cartagena de la lista del patrimonio de la humanidad, resulta sumamente irresponsable no dotarse de los recursos que permitan fortalecer el marco cultural de la ciudad. Quienes legislen temas culturales en general deberían tener la capacidad de ejercer su autoridad con la plena responsabilidad que ello conlleva, lo cual implica una experiencia y un conocimiento específicos que no se pueden improvisar. Confiar el arte a los creadores, como se confía la salud al especialista y no al hechicero, es entrar en un futuro colectivo responsable. La gobernabilidad del distrito debe recuperarse en prioridad a través del arte.

¿Cuánto bien no haría a la niñez y a la juventud una educación musical sinfónica a nivel de todo el distrito? ¿Acaso nadie se da cuenta de que, al hacer música, se entrena al niño a desarrollar estrategias útiles para la comunidad, de que se le aleja de lo violento y de lo nocivo, de que es la manera más eficaz y barata de combatir todo flagelo antisocial? ¿Ni con esos doctorados exhibidos en la pared, ni con esos puestos de trabajo tan ostentosos, son capaces de entender el arte como una herramienta de cambio social y de construcción de primer orden, en especial en un contexto de pobreza transversal y de dolor ancestral como lo es Cartagena de Indias?

El distrito dispone de un mandato cultural que se asemeja más a una veleta al viento de la estrategia política del momento, siempre efímera en este clima. Se podría argumentar que existen convocatorias para este tipo de proyectos, pero faltaría la precisión de que sólo se pueden postular propuestas desde puestos específicos, y que a menudo las decisiones recaen sobre el mismo grupo selecto de individuos. Lo más preocupante es que no se conocen proyectos que hayan “despegado” para seguir enriqueciendo permanentemente la vida cultural del distrito: todo lo que nace, desaparece inmediatamente.

Aunque las iniciativas culturales estén bien planteadas, no logran nunca cosquillear los imaginarios de tantos pudientes cuyo único despliegue cultural es la acumulación de terrenos, bienes inmobiliarios y empresas, como en edad feudal. En las paredes de las casas acomodadas de la ciudad no impera el buen gusto precisamente, no abunda el arte de calidad, y mucho menos el local. Educar a la vez a un pueblo usurpado y a una élite usurpadora, siendo la carencia cultural de ambos su único punto en común, solamente se puede hacer confiando en la técnica.

Tras los escándalos repetidos del IPCC en los últimos tiempos, parecía que finalmente hubiesen despertado de su letargo gerencial al prestar el Teatro Mejía para el concierto, pero tras esgrimir un plan inicial para una temporada permanente de conciertos que ellos mismos propusieron, dejaron de contestar a los correos del gerente sin razón alguna, en un contexto en que no hay otros ensambles comparables en la región. Esta desconcertante actitud no otorga tranquilidad ni garantías al gremio, mejor lo espanta y lo pone a la defensiva; tampoco demuestra consecuencia ni conciencia profesional, y crucialmente revela que el patrimonio —entre manos pasajeras, ávidas e inexpertas— está en vía de extinguirse, lo cual es mala noticia para el sector “turístico”.

Esos millones y millones que mueve el turismo, ¿por qué no se reinvierten en cultura? Bastaría con que la dualidad de la apelación del distrito incitase a la reflexión, y se encontrarían soluciones. El problema radica en que el presupuesto cultural se desvanece entre sobrecostos y fuegos artificiales, sin que nadie entrevea el turismo de calidad que podrían propiciar temporadas como la de Camerata Heroica, con repertorios exclusivos que atraerían a los especialistas. En lugar de esto, se ha dejado que los festivales nos demuestren lo que es posible y se lleven la mayor parte del crédito y del beneficio, a detrimento de la ciudadanía. Quizás una mejor propuesta sería que se le retirase el apelativo de “cultural” a este distrito, para que por lo menos correspondiese a la política en vigor.

En resumen, tras años de trabajo echado a perder (así quede la leve y estéril memoria) se marcharán (exasperadas) varias personas clave de la ciudad y todo seguirá igual de quieto. Esta fuga de cerebros, ya casi un eufemismo para referirse a la hemorragia abierta que desangra a la Fantástica en paralelo con la delincuencia común, es el cultivo ideal para que proliferen aquellos cuyo único arte atribuible es el de embolatar erarios. Y se esbozará una sonrisa en el sobrado mentón de los rústicos caciques culturales de la ciudad, que podrán seguir libando entumecidos entre poses detenidas en el tiempo. Ya decía Gabo que en Macondo no había pasado nada y —qué curioso— luego se marchó diciendo algo así como que “los cartageneros son los cachacos de la costa”.

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