Petro y Milei
Opinión

Petro y Milei

Desde extremos ideológicos rompieron la política imperante, la pregunta es si esos gobiernos adquieren con el triunfo la capacidad de llevar sus ideas a la práctica

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febrero 06, 2024
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Difícil encontrar dos dirigentes políticos que hayan llegado al poder con ideologías más diversas. Su principal distancia, la concepción que ambos tienen del papel de Estado en la sociedad. Gustavo Petro piensa que debe ser preponderante, como una manera de desmontar privilegios, redistribuir el ingreso y empoderar a los grupos sociales marginados; Javier Milei, que debe reducirse al mínimo para desmontar regulaciones y burocracia, y darle oxígeno al sector privado que es la fuente irremplazable de la prosperidad general. Desde extremos ideológicos ambos han tenido éxito en las urnas.

Ese éxito lleva a plantear dos preguntas: la primera, cuáles son las razones por las cuales se producen esos resultado tan políticamente distintos, que tanto en Argentina como en Colombia rompen radicalmente con la política imperante por años, y la segunda, si los resultados electorales significan que esos gobiernos adquieren con el triunfo la capacidad para llevar sus ideas a la práctica.

La política tiene cierta lógica, aunque no mucha. Un principio más o menos cierto es que los fenómenos políticos que implican una ruptura con los establecido no se dan en el vacío, sino que tienen sólidos antecedentes. En el caso colombiano, la elección presidencial de 2018 reflejó un auge de la izquierda y un agotamiento paulatino de sucesivos gobiernos de derecha cercanos a las élites económicas y al sector privado, en un contexto de limitado crecimiento de la economía, deterioro de mercado laboral y agitación social. Cantado estaba que cuatro años más tarde, en 2022, la izquierda que había capitalizado todos esos fenómenos negativos llegara al poder ejecutivo.

En Argentina un proceso de estatización de la economía, crecimiento de la burocracia, regulaciones excesivas del mercado y amplia distribución de subsidios, que habían caracterizado los regímenes peronistas y arruinado la economía hizo crisis, de tal manera que un candidato casi desconocido con la bandera de desmonte de todo aquello y defensa a ultranza del sector privado, fue una consecuencia previsible de esos antecedentes.


En Colombia hizo crisis el papel del sector privado y en Argentina hizo crisis el papel del sector público


En Colombia hizo crisis el papel del sector privado y en Argentina hizo crisis el papel del sector público. En eso se diferencian los dos fenómenos políticos, y se parecen, y mucho, en que esos votos de protesta no tuvieron el mismo impacto en el poder legislativo, en cuya composición entran en juego intereses más complejos que los que se mueven en una campaña presidencial y son realmente el fiel de la balanza en una democracia por imperfecta que sea.

Así que, si bien no es difícil entender que Gustavo Petro y Javier Milei hayan llegado al poder, el hecho de que ambos hayan obtenido una participación minoritaria en la composición de las Cámaras, y que sus demandas al legislativo para sacar adelante sus programas estén tan teñidas de ideología, hace muy difícil sacarlas adelante. En el caso colombiano no ha habido realmente una intención gubernamental de ajustar sus grandes reformas (y su gabinete), a propuestas que sean aceptables por la mayoría parlamentaria; y en el caso argentino, la avalancha de cambios que se propone como un golpe brutal a la manera como está organizado el Estado, no parece permitir la formación de una coalición que las apruebe tal como han sido presentadas, así se trate de Decretos de Necesidad y Urgencia, DNU, muchos de los cuales necesitan aprobación parlamentaria,

O sea, la respuesta a la primera pregunta es fácil. Cualquier analista político, que son expertos en predecir el pasado, puede demostrar la inevitabilidad de la llegada de Gustavo Petro y Javier Milei al poder. La respuesta a la segunda es mucho más enredada. No parece probable que las ideas que los llevaron al triunfo puedan materializarse en leyes, sino se ajustan a la realidad política de sus respectivos Congresos. Para bien de todos.

No hay energía social más desperdiciada que el despilfarro de un capital político, diría un sabio.

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