Silencio legitimador
Opinión

Silencio legitimador

Es en el proceso de socialización donde estos niños y futuros hombres violentos contra las mujeres aprenden a ser actores “legitimados” por la sociedad

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febrero 06, 2024
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La historia se repite a diario, los datos son escalofriantes. Más de una mujer al día es asesinada a manos de su pareja o expareja en Colombia. El feminicidio es la forma extrema de misoginia, su expresión máxima. Porque es mía, porque no se puede ir y dejarme, porque es superior a mí y me siento muy empequeñecido a su lado, porque no la puedo manejar, porque sí o porque no. Siempre encuentran una razón. Pero no son solamente ellos, los feminicidas, o los agresores de mujeres en sus variopintas formas de ejercer el poder y el control sobre nosotras. Es en el sistema, es en la cultura, en el contexto donde esta infamia se cultiva como parcela productiva de reivindicación y desfogue para no sentirse tan poquita cosa, unas pobres criaturas.

Se tiende a pensar la violencia contra las mujeres (VCM) como hechos aislados. Desde la idea de actos privados donde la sociedad y el Estado no debía meterse, hasta aquella que sostiene que era necesario para el disciplinamiento o la correspondiente retaliación. Pero cada vez la evidencia científica demuestra que precisamente esas ideas anticuadas son producto de un sistema de creencias que se han creado en la cultura, se legitiman y por tanto se mantienen en el tiempo, sin que la sociedad en general y el estado en particular, tenga muchas estrategias para cambiar ese sistema. Más bien el foco se ha puesto en la mirada criminalística, punitiva; o curativas, las bien pensadas e instituidas rutas para la protección de nuevos actos por parte del victimario, la protección de las víctimas y el cuidado de las secuelas, especialmente las que atañen a su salud mental y física y a la de sus hijos e hijas.

Considerarlos hechos aislados hace que sea causa y consecuencia directa de su ubicuidad, porque no se apunta ni en el código social de lo que jamás debe ocurrir, ni en políticas públicas que, —a través de la prevención primaria— erradiquen los factores socioculturales que legitiman la violencia contra las mujeres. ¿Cuándo han visto campañas públicas, sostenidas en el tiempo que inmoralicen la violencia contra las mujeres? ¿Cuándo en las redes sociales se discute que ese degollamiento, ese enmaletamiento, ese apuñalamiento, la cara llena de moretones, los insultos diarios, el menosprecio, el acoso o el abandono, el negocio de la trata, la prostitución y el tráfico de vientres no son hechos aislados? Las feministas lo hacemos todo el tiempo, pero no hay eco en escuelas y universidades, tampoco en las familias, en las pautas de crianza, en los mensajes políticos gubernamentales y muchísimo menos en los medios masivos.

Como será el asunto que fue la excepción que dos columnistas, hombres, en esta semana, se refieran al tema (Jorge Iván Cuervo @cuervoji y Alberto Morales @jacobobelbo51). Aplaudí a este par de hombres inteligentes. Ellos, los hombres, perpetradores habituales, se han negado sistemáticamente, con algunas excepciones como el ejemplo de ellos dos, a involucrarse en la deslegitimación de la VCM. Muchos violentan, las cifras lo demuestran, y muchos de los otros guardan silencio, basta ver su mudez atronadora, la forma más violenta de ser cómplices.

Háblenme de otras y otros grandes columnistas, formadores de opinión, rigurosos y muy importantes que hayan hecho alguna vez una crónica, hayan escrito un libro, dediquen tiempo e investigación seria al tema después de una noticia relacionada, para formarse y sensibilizarse; qué mantengan el tema en vida cotidiana, lo desmenucen, no pierdan oportunidad para reiterar denuncias y análisis; y sobre todo, entiendan por dios, que este tema es de interés público y ha tenido y tiene conexiones directas con los grandes azotes de la humanidad y el país en particular. 

La dimensión social y política no se visibiliza, creo yo por ignorancia y además por la complicidad inconsciente de hombres y mujeres con el patriarcado. Al fin y al cabo, unos y otras se lucran de sus beneficios de manera directa o indirecta y perturba mucho encontrar la evidencia que demuestra cómo la VCM es causa muy importante de desigualdad y hambre, guerra, migración forzada y desplazamiento, y cambio climático.

Todo evento que precarice la vida de las mujeres la hace más vulnerable a la violencia machista, y a su vez, como cola de alacrán, todo acto violento contra las mujeres precariza la vida de ellas, la de la especie y la del planeta. Se robustece la evidencia a medida que pasan los años. Era una idea peregrina hace dos décadas. Ya no. Es preocupación y prioridad, al punto que su prevención y erradicación es uno de los objetivos de la humanidad (ODS) para garantizar el bienestar de toda la población y de nuestro hogar, la tierra.

El modelo ecológico para explicar la violencia machista logra mostrar la interacción entre las características de un individuo, su historia personal, su contexto social inmediato, la comunidad a la cual pertenece, los valores y las creencias que conforman la moral y la ética de su entorno y en la sociedad en general las leyes y costumbres que legitiman, validan y toleran la violencia contra ellas o el respeto y la dignidad de las mujeres.

También es robusta la evidencia que demuestra la asociación entre país violento y VCM. Se cultiva el aprendizaje, la insensibilidad y la inseguridad subjetiva (yo también tengo que controlar a través de la violencia y se justifica). Los niños criados donde la VCM es el pan de cada día aprenden que las mujeres no son personas respetables, que si hay problemas estos se pueden arreglar con agresión y violencia. Pero lo peor es lo que se conoce como “desconexión moral”, concepto que desde 1996, Bandura acuñó y se refiere a los mecanismos psicológicos que le permiten al individuo desconectarse de sus principios morales, despojarse de culpa y justificar los actos derivados de esa a moralización. Es en el proceso de socialización donde estos niños y futuros hombres violentos contra las mujeres aprenden a ser actores “legitimados” por la sociedad.


¡Qué fácil es la desconexión moral cuando los seres víctimas del menosprecio y la devaluación ni siquiera alcanzan el estatus de personas!


¡Qué fácil es la desconexión moral cuando los seres víctimas del menosprecio y la devaluación ni siquiera alcanzan el estatus de personas! Los perpetradores están convencidos de que su comportamiento no es censurable, ni negativo siquiera, incluso necesario. No siente vergüenza, ni culpa. No enmiendan, no reparan y tampoco aprenden.

Pocos y de menor impacto son los dispositivos pedagógicos, sostenidos en el tiempo, institucionalizados en los ámbitos distintos de la ecología de este país donde se enseñe, converse y se afirme el derecho y la obligación ética y moral de mantener la vida de las mujeres libre de violencia. A conocer y difundir el impacto social, cultural, económico y ambiental de la VCM. Creo que una movilización cultural muy grande, con recursos públicos y privados, que se vuelva agenda social podría conectar moralmente al país con la dignidad de las mujeres.

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