Masacrar o neutralizar, esa es la cuestión

Masacrar o neutralizar, esa es la cuestión

Por: Nelson Cárdenas
enero 22, 2014
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Masacrar o neutralizar, esa es la cuestión

A finales del siglo XX, cuando aun creía que lo que se decía en las “noticias” eran la verdad verdadera, una década después de haber prestado voluntariamente mi servicio militar y con cierto tufillo de derechas en mi forma de pensar, un amigo que trabajaba en la Fiscalía me dio a ver unas fotos de las que manejaba cotidianamente en su trabajo. Imágenes de los muertos en un combate con uso de explosivos, de los tantos que ocurrían y ocurren en nuestra guerra. Las fotos eran casi surrealistas. Lo que había sido un cuerpo, se veía como un muñeco desinflado y roto en medio de una mancha rojo negruzca, con trozos de metal y tela esparcidos. Se reconocían medianamente las piernas y los brazos, envueltos en lo que fueron las mangas de pantalón y camisa. Torso no había como tal y una forma de hemiesfera, cóncava por el lado de la cara en lo que fue la cabeza. El espanto absoluto, la vejación extrema al cuerpo de un humano. “¿Qué es esta salvajada? ¿era policía o soldado? le pregunté a mi amigo, lleno de espanto e indignación, a punto de nausea y tratando de ubicar en un ser concreto mi dolor. “ No se sabe” me respondió. “No se sabe si era policía o guerrillero. Están haciendo pruebas de ADN.” Su respuesta me conmovió los cimientos. No había manera de tener un sentimiento distinto al horror, independientemente de quién hubiera sido el victimario. Si fue una bomba inteligente o un cilindro bomba, el resultado era el mismo, un ser exterminado, no solo de su vida sino de su forma corpórea.

¿De dónde nos viene esa idea romántica de la guerra, en donde los nuestros, cualquiera que sean los que hallamos escogido para llamar así, van rodeados de un aura de invencibilidad, heroísmo, justicia? Sin duda ha de ser de la ignorancia y el prejuicio. Los que mandan a la guerra siempre se han asegurado de que las experiencias que no correspondan al guión oficial no sean contadas ni pasen a los medios masivos. Cobardía, enfermedad mental son los diagnósticos para los que no logran manejar lo vivido y actuado, como lo cuentan duramente en Wartor(http://www.youtube.com/watch?v=fss2akJi_Ko) que no se asocian de manera alguna con lo que la guerra es en sí: un acto contra natura en la que los hombres van en busca de matar o morir frente a otros seres humanos. Una actividad que no deja opción distinta, si logra ejecutarse correctamente, a convertirse en asesino o difunto, que paradójicamente es en esencia la misma cosa, pues no solamente muere el que cae, sino también el que mata, pues su conciencia, esa extraña percepción de nuestra especie, sabe, por encima de todas nuestras argumentaciones, de lo que ha hecho: matar.

En 1984 George Orwell hace una descripción que cuando uno la lee desprevenidamente pensaría que no puede ser posible: un mundo: un mundo de valores trastocados, donde el ministerio del Amor se encarga de la fidelidad de los ciudadanos al régimen del Gran Hermano mediante el miedo a un enemigo, la tortura a los disidentes y el lavado de cerebro directo -con terapias de choque- o general -con la propaganda masiva publicitaria e informativa. “Odiar es amar” me parece recordar que es uno de los lemas. Una sociedad controlada, sicotizada, dispuesta a justificar y aplaudir siempre lo que el Gran Hermano mande, así sea justo lo opuesto que dijo ayer, porque también la historia se reconfigura al acomodo de sus deseos.
Algo así vivimos en este mundo desde hace mucho, en nuestra Colombia en particular, de manera cada vez más evidente en la medida en que nos aproximamos al final.

La perla que encabeza este artículo, presente en la versión web de El Espectador, no es excepción de este diario -que es uno de los más moderados del país- ni propiedad particular de este medio. Todos a una, con muy contadas y notorias excepciones, se alinean tras el discurso oficial para transformar con palabras muy pulcras y muy inodoras, verdades desastrosas: daño colateral, baja, neutralización, puesta fuera de combate para describir la muerte que causa el establecimiento, la misma muerte que causada por “el bandido narcoterrorista” -que es como lo llaman ahora, en mis tiempos eran “bandoleros comunistas”- se llamará masacre, asesinato, cruel emboscada. La misma muerte despanzurrando a los mismos colombianos, los mismos pobres, los mismos nades, con los mismos métodos, las misma balas y el mismo dolor en las madres y compañeros que matan y mueren, claro, para defender, al final, los privilegios de los mismos de siempre.

Hace unos meses el ministerio de Defensa se preciaba, como logro institucional, es decir, como un objetivo digno de ser destacado, de la “neutralización” de 6000 terroristas en lo corrido del año. La carnicería elevada a logro de una sociedad, para conseguir demostrarle a la tribuna de lo que llaman opinión pública -que en realidad es simplemente la voz de los que hablan en los medios y que proyectan su forma de pensar en, ahí sí, el público que los oye- que sí está el gobierno siendo lo suficientemente duro con la plaga que combaten. Plaga, terroristas, seres que no merecen más que el exterminio ni consideración alguna por su vida, mientras, curiosamente, se habla con ellos para negociar el fin del conflicto. Loca la vaina ¿no? Amar es odiar, matar es vivir, fe en la causa ¿cuál causa?¿de qué manera?¿a qué costo?

En este país de cristianos de cada especie, matar está bien y está mal según quien dispare y quien muera. Tomamos posiciones sobre cosas dolorosas, pero siempre en abstracto, en tercera persona, arriesgando cuando mucho un nuevo impuesto o un “oh, terrible esta violencia”, nada más. Se lo escuchaba esta mañana a una de las más escuchadas y ciegas periodistas de este país, María Isabel Rueda, que alzaba su voz porque una corte le pedía a la Policía sacar sus cuarteles de los cascos urbanos en zonas de conflicto: “es absurdo, a dónde vamos a parar” exclamaba con dramatismo e indignación desde la comodidad de su casa, de su sueldo y de su distancia a la guerra. Vaya usted a ver qué pensaría si viviese en Taclueyó al lado de un cuartel o su hija de 16 años fuera la que murió ayer, refugiada en su casa, cuando un artefacto explosivo (granada oficial dicen los vecinos, racimo bomba guerrillero, dicen los medios) atravesó el techo.

El fin del conflicto va a llegar, de eso no tengo duda. Ya lo han decidido en cada uno de los lados que disparan y azuzan este conflicto. Pero en el mientras tanto, nosotros, la gente, que seguimos entre guerrear y reconciliar, borregos amaestrados, tendremos que aprender a leer entre líneas, a exigir medios que nos cuenten algo menos de mentiras y a deshacernos de esta locura de odio y consumo que no se compadece ni de nuestra naturaleza humana ni del mundo único y limitado en el que vivimos.

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