Luz Adriana Ruiz, la reina de Pastor Perafán que se llevó a la tumba los secretos del capo

Luz Adriana Ruiz, la reina de Pastor Perafán que se llevó a la tumba los secretos del capo

La esposa del narco condenado a 30 años en EE. UU. rehizo su vida como abogada en México y allí acaba de morir de cáncer

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enero 16, 2025
Luz Adriana Ruiz, la reina de Pastor Perafán que se llevó a la tumba los secretos del capo

Luz Adriana Ruiz murió como Laura Alejandra Londoño Jaramillo, la reina de belleza paisa que le robó el corazón al capo de capos Justo Pastor Perafán, y también los muchos de sus grandes y escandalosos secretos, que este primer miércoles del 2025 se llevó a la tumba. Un cáncer de médula acabó con su vida en México, donde se había radicado luego de cambiar su nombre y apellidos, intentando así mimetizar su pasado en Colombia, y con la intención de ejercer, sin miedo al bullying mediático, otra de sus pasiones, el Derecho Penal, una aspiración que ser reconocida como «la novia de Perafán«, se lo impidió.

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Perafán fue el primer gran capo del narcotráfico colombiano que fue extraditado a Estados Unidos, donde aún hoy permanece pagando una condena de 30 años, que se negó a rebajar pese a las varias ofertas que recibió de los fiscales federales de Nueva York, para que hablara de políticos, congresistas, funcionarios y empresarios, con los que mantuvo estrechos vínculos, que de alguna manera le resultaron favorables en la plenitud de sus criminales negocios de droga. De hecho, fue condecorado por el Congreso de la República, por su supuesto gran aporte al empresariado colombiano, además de considerarlo un importante generador de empleo.

Pastor Perafán - Luz Adriana Ruiz, la reina de Pastor Perafán que se llevó a la tumba los secretos del capo
Después de enamorarse de ella, Justo Pastor Perafán la convirtió en reina y luego en su esposa.

El nacimiento de la reina

Luz Adriana fue considerada como una de las mujeres más hermosas del país. De una limpia y blanca piel, que resaltaba el color de sus grandes ojos azules, delgada, esbelta y de finas facciones, desde niña tuvo claro que algún día sería reina de belleza, preferiblemente en la ciudad de las reinas de belleza: su natal Medellín. Su aspiración era, además de ser reina, representar a su departamento en el Reinado Nacional de Cartagena. Pero, las veces que lo intentó, no contó con el apoyo político, empresarial y económico que un evento de tal envergadura y logística exige.

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Fue cuando apareció en su entorno social el entonces connotado empresario, el señor Perafán, como solían considerarlo en los altos niveles de la sociedad y las autoridades. Un estrambótico personaje con aureola de altruista, buena gente y amigo de todo el mundo. Cuentan que, el día que la conoció, el capo quedó flechado con la primera mirada color azul que le hizo la reina. La conquistó, la enamoró y, en adelante, le complació todos sus caprichos. El primero: participar en el Reinado de Cartagena.

Pero Antioquia ya tenía candidata en ese momento. El capo tuvo que echarle mano a su varita mágica: el dinero. Según relataría un piloto de la mafia de aquellos años, Perafán hizo lo que tenía que hacer: comprar la franquicia para que su nueva novia pudiera ver su sueño cumplido: participar en el Concurso Nacional de Cartagena, a donde llegó, en noviembre de 1993, como La señorita Vichada, con muy buenas opciones, a juicio de la prensa especializada, dadas la belleza, el carisma, los modales, el buen hablar, y la simpatía que desprendía su mirada y sonrisa.

Luz Adriana Ruiz no ganó, pero tampoco perdió. Al contrario: consolidó su relación sentimental con uno de los hombres más poderosos de la época, dueño de extensas y cotizadas propiedades, entre ellas el lujoso hotel Chinauta Resort en Cundinamarca, ganado, caballos de paso fino, edificios, apartamentos, carros de alta gama y cuentas cifradas en el exterior. Perafán ya era uno de los hombres considerados duros del envío de droga a Estados Unidos, amo y señor de rutas a través de Centroamérica, saliendo por Venezuela, además del diseño de variadas estrategias de lavado de dinero. Fue reseñado como el Pablo Escobar del centro del país.

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De repente, al capo se le comenzó a ver muy frecuentemente, en casi todas sus actividades y salidas sociales, de la mano de la hermosa y entonces famosa reina, a quien en algunas ocasiones presentaba como su señora. Además de «embellecer» el entorno del capo con su belleza y juventud, Luz Adriana se volvió una especie de «relacionista pública» del poderoso «empresario», su cara amable, la persona que llevaba su agenda pública y privada. Rápidamente, él le tomó gran confianza.

La llevaba a todas partes

Me llevaba a todas partes, me dijo, durante un almuerzo que tuve con ella en Bogotá, por allá en la época en que su exnovio ya dormía en una prisión de Estados Unidos, y cuando ella comenzaba a afrontar su vida sin el hombre que, no solo le concedía todos sus caprichos, sino además le garantizaba protección, carros, lujos, y acceso a la élite social, empresarial y política de Antioquia y del centro del país.

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Tras la captura y extradición de Perafán, Luz Adriana se radicó en México, se cambió de nombre y se convirtió en una respetada abogada.

Fue tal el nivel de confianza que depositó en ella y el compromiso marital con el que asumió la relación, que Perafán destinó para su reina una de las suites de su Joya de la corona, el muy lujoso Hotel Chinauta Resort, encallado como un Yate de cemento en uno de los valles de Cundinamarca, en la bajada de la vía que, kilómetros más abajo, desemboca en el departamento del Tolima, en uno de los considerados mejores climas del país.

Una de las suites era en la que él atendía sus asuntos personales, empresariales y económicos, la otra era la que compartíamos como pareja algunos fines de semana, o en varias ocasiones yo la usaba con familiares cuando él no estaba, contó durante aquel almuerzo.

Entonces, Luz Adriana ya temía por su seguridad personal y, a la par, por su seguridad legal. Aunque, según aseguró, jamás recibió bienes traspasados por su novio, era evidente que el hecho de intimar con uno de los grandes capos del narcotráfico, la perfilaba como sospechosa de las actividades criminales de su pareja, o por lo menos confidente de ellas. Pronto, su nombre aparecería en el radar de las agencias de seguridad nacionales y extranjeras, que empezaban a rastrear las huellas del poderoso narco en Colombia.

En lo que sí fue enfática Luz Adriana, y el tiempo le daría la razón, es que jamás se enteró, ni se esforzó por hacerlo, de las actividades delictivas de su novio, pese a que era un «rumor a gritos» el origen ilícito de su incalculable fortuna. Ella se limitó a verlo como el empresario consentido de la política colombiana, dueño de un prestigio tal que recibió una emblemática condecoración del Congreso y le abrían las puertas de varios ministerios.

Los encuentros íntimos de la pareja comenzaron a hacerse cada vez más distantes, luego de que las agencias antidrogas de Estados Unidos le advirtieran a sus pares colombianas, que sobre el capo ya recaía un indictment, al tiempo que el proceso de extradición se abría paso. Pronto, las órdenes de captura aparecerían en el escenario legal del capo. Perafrán huyó hacia Venezuela, donde recibió protección y seguridad de parte de mandos militares del vecino país y de lagunas autoridades civiles a las que mantuvo sobornadas durante años.

El fin de su reinado

Los temores de la reina no eran infundados. A principios de abril de 1997 fue capturada en su apartamento de Medellín, en posesión de 24 mil dólares, un pasaporte y un permiso especial de ingreso a Venezuela las veces que quisiera. Estos hallazgos, a juicio de publicaciones periodísticas de la época, fueron claves para que los sabuesos de los organismos de seguridad sospecharan que su esposo se encontraba en el vecino país.

Y tenían razón. Dos semanas después, el capo sería arrestado por la Guardia Nacional Venezolana, gracias a información enviada desde Bogotá a Caracas. Se había refugiado en una finca en zona rural del Estado de Táchira, donde recibía visitas esporádicas de emisarios, abogados y, por supuesto, de su novia, la reina Luz Adriana. En cuestión de días sería enviado directamente desde Caracas a Nueva York, donde una Corte Federal lo aguardaba con una extensa carpeta con cargos por Narcotráfico, Conspiración y Lavado de Activos.

«Lo único que me quedo de él fue un apartamento de 80 millones en el oriente de Bogotá«, aseguró.

A ese mismo apartamento se fue a vivir después de quedar libre, tras la captura por la posesión del dinero en Medellín. En Bogotá empezó a estudiar Derecho. El área Penal le atraía, quizás pensando en que, de la mano de Perafán y sus abogados, tendría acceso a muchos clientes, en ese bajo mundo de personajes vinculados con el narcotráfico y en líos con la Justicia de Estados Unidos.

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El periodista Juan Carlos Giraldo, trabajando para CMI con Yamid Amat, logró entrevistar a Pastor Perafán en Estados Unidos

Y, en efecto, el apartamento al que hacía referencia sería vinculado a un macro-proceso de Extinción de Dominio que inició la Fiscalía contra la fortuna y el patrimonio del capo, luego de su captura en Venezuela y su envío a Estados Unidos. Entre hoteles como el «Chinauta Resort», el apartamento de Luz Adriana quedó cobijado con una resolución de procedencia, para que un juez le extinguiera el poder de posesión y pasara a manos y propiedad del Estado. También apareció una pequeña empresa, a nombre de la reina, vinculada con las Comunicaciones. Ella también quiso ser presentadora de televisión y Perafán intentó meterla en ese campo.

Luz Adriana quedó al borde de una prematura ruina, al tiempo que su imagen y prestigio social empezaron a deteriorarse. Sus andanzas con el gran capo de capos, le pasó factura. Una vez preso su novio, en Colombia ese mismo mundo que la abrazaba y le daba palmaditas en la espada y la llamaba a diario para concertar citas con Perafán, ese mismo mundo le dio la espalda. La aisló. Se volvió «contagiosa», reputacionalmente hablando.

Acosada por las adversidades, sintiéndose vigilada día y noche, se vio obligada a aferrarse a su incipiente carrera de abogada penalista, un espacio en el que sobrevivió con relativo éxito económico. Algunos abogados del entorno jurídico de Perafán, se aprestaron a ayudarle. Unos por solidaridad y aprecio, otros por compromisos con el capo, le soltaron pequeñas causas penales que ella llevaba ante las barandas del complejo judicial de «Paloquemao» en Bogotá.

En desarrollo de esa su nueva faceta profesional, aun conservando la belleza de su rostro, la blancura de su piel en el rostro y esos ojazos azules que inspiraban confianza y aprecio, Luz Adriana conoció a quien creyó que sería su gran amor, luego de su paso sentimental con el capo de capos. Un colega penalista la enamoró y, por segunda vez, intentó formar un hogar. Pero las balas de un sicario le truncaron su nuevo sueño. Su segunda pareja fue acribillado a tiros cuando hablaba por teléfono a la salida de un despacho judicial en Bogotá. Al parecer, se trató de un ajuste de cuentas por negocios fallidos. Rápidamente se estableció que nada tuvo que ver Perafán con el asunto, pues en esos momentos estaba más hundido que nunca en el fango de la condena que le habían impuesto: 30 años sin atenuantes.

Una tumba en México

Pasados los años, alejada de todo lo que tenía y tuvo que ver con Perafán, y desesperada por su situación personal y profesional, tomó dos decisiones trascendentales para darle un vuelco a su vida y recuperar algo del tiempo perdido: cambiarse nombres y apellidos y salir del país. Se fue para México llamándose Laura Alejandra Londoño Jaramillo, donde, de la mano de algunos abogados penalistas especializados en procesos de entregas voluntarias de narcos a Estados Unidos, pudo desempeñar con éxito su carrera de abogada, especializada en Criminalística y muy destacada en el ámbito académico. De hecho, escribió varios libros relacionados con el Derecho. Un cáncer en la médula acabó con su vida, en la primera semana del año 2025. Fue sepultada en Tlalnepantla, una localidad urbana mexicana. Tenía 54 años de edad-No se supo si volvió a tener algún tipo de contacto con Justo Pastor Perafán, de quien poco o nada se volvió a saber desde estados Unidos, más allá de la condena de 30 años que recibió. Luz Adriana se llevó a la tumba todos esos secretos, chismes, nombres y relatos que el capo le confiaba en las noches en las que compartieron ese fragmento de sus vidas, al calor de unos vinos, en el hoy tristemente célebre Hotel Chinauta Resort, también venido a menos y hoy prácticamente en ruinas, después de que el Estado asumiera su administración.

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