Un serpenteo interminable de curvas es la carretera que lleva a Maripí. Los cafetales a lado y lado del camino escoltan la ruta de quienes se atreven a conocer el lugar. Los campesinos que viven cerca de allí dicen que en las noches se escuchan susurros como si los fantasmas del pasado se negaran a abandonar este rincón del departamento de Boyacá, donde se entreteje entre mitos y realidades la historia de la mansión abandonada de Víctor Carranza que está en la cima de una de las montañas de Maripí.
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Llegar a la propiedad no es fácil. El camino es agreste, y allí no sube carro alguno, apenas las motos logran llegar, como si el zar de las esmeraldas la hubiese mandado a construir para que nadie pudiera llegar.
Después de culebrear el camino y llegar hasta la punta de la montaña aparece el esqueleto de lo que pudo haber sido una de las casas más bellas de Boyacá. La gigante casa que nunca se terminó está allí desde hace ya varias décadas, quieta como un poderoso gigante que duerme. Las rejas llenas de oxido apenas se sostienen en pie; los muros de piedra de la casona ahora están cubiertos de musgo y pastizales. Los huecos de las ventanas parecen ojos que observan con desconfianza a aquellos que se atreven a cruzar sin permiso los límites de estas tierras que como la casa parece abandonada.
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En el pueblo dicen que el zar de las esmeraldas construyó la casa porque quería un lugar seguro que fuera su refugio lejos de todos y desde donde tuviera la visión de todo a su alrededor. Quería estar muy lejos, pero al mismo tiempo muy cerca. Tampoco nadie sabe porque no se terminó de construir y la dejaron a medio hacer.
En lo que sí todos concuerdan, es que aquel esqueleto de mansión, como su propietario, Víctor Carranza, quien murió de cáncer en 2013, tiene un aura de poder y misterio. Es como si la historia del esmeraldero estuviera atrapada entre esas paredes que aún con el abandono se resisten a caer.
El “zar de las esmeraldas”, fue un hombre que siempre se movió con la destreza propia de un malabarista entre lo lícito y lo prohibido. A parte de lograr ser el esmeraldero más reconocido del país, Carranza fue terrateniente, empresario y, según lo decían entre dientes, un capo y un paramilitar disfrazado de negociante legal de piedras preciosas.
En los años 80y 90, sus muchos negocios brillaban tanto como las piedras que sus mineros extraían de sus extensas minas. Las esmeraldas que sacaba día a día, tan verdes como las hojas de las plantas jóvenes, ayudaron a ampliar su poderoso imperio.
Quienes han llegado a la casa abandonada de Víctor Carranza hablan de una experiencia casi hipnótica. A las afueras de la casa, lo que pudo haber sido ser el más más grande y bello jardín de flores y fuentes es ahora un pastizal alto lleno de maleza y árboles. Las paredes están pintadas de grafitis y manchas de humedad que forman figuras desordenadas, casi como si este lugar buscara narrar su propia historia.
El pueblo de Maripí no puede olvidar al zar Carranza. Su recuerdo es omnipresente, tanto en las historias que entretejen los jóvenes que ni siquiera lo conocieron como en el silencio de los adultos que aprendieron a no hablar del patrón, como muchos le decían. Muchos recuerdan a Víctor Carranza con admiración, como un héroe local que llevó el nombre de su pueblo al mundo entero. Otros tantos ven la historia del zar al como el hombre que representaba lo peor de una Colombia violenta y sangrienta. La verdad es que su legado, como esta mansión abandonada, está en ruinas, pero no por eso ha dejado de ser imponente. Es un lugar que, como el recuerdo de Carranza generaba poder, pero también de miedo.
En Maripí, esta casa de Carranza es más que una ruina abandonada; es también un espejo quebrado que refleja, pedazo a pedazo, una historia que nadie quiere recordar pero que todos quieren conocen.