Lejos de África, un hipopótamo se pasea por Doradal (Antioquia)

Lejos de África, un hipopótamo se pasea por Doradal (Antioquia)

"Los ríos cercanos al corregimiento, son su hábitat, allí pasa la mayor parte del tiempo sumergido y solo emerge cuando el sol no puede hacerle ningún daño"

Por: Edwin Mauricio Padilla Villada
noviembre 08, 2017
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Lejos de África, un hipopótamo se pasea por Doradal (Antioquia)

El humo y las risotadas parecían elevarse cautelosamente a lugares oscuros, y sobre las cabezas de quienes esperaban en sus cómodas sillas, mientras proponían los temas de conversación. El olor de la carne asada matizaba la noche y la volvía más tangible, a predicción del que llegaba y se encontraba con un ambiente ligero, de celebración, y tiende a participar con las nuevas bondades de la sutileza humana. Con los recién llegados aparece una botella de vino chileno, de ese que se compra con unos cuantos billetes de no muy alta denominación, y en un lugar de borrachos sudorosos y con los olores de más de tres días de estar bebiendo. Quien compra el vino es testigo del padecimiento de los amigos bebedores de licor de Doradal, no se desprenden del calor despiadado, incluso con las frías botellas que recién salen del enfriador con la forma acuosa que provoca la condensación.

En aquella calle destapada, con alto volumen de material de construcción esparcido sobre ella, con el fin de evitar la erosión que pueda provocar la lluvia, se encuentra la casa recién construida de los profesores Juan Salazar y Margarita Gallego. En este espacio es en donde el grupo de personas se disponen a degustar la carne de res asada, acompañada de guacamole, yuca y de varias papas cocinadas. Es un platillo reiterativo en las celebraciones de las familias de la población, pues, como ciudadanos del mundo, no se quedan atrás en estas convivencias a la parrilla. Mientras algunos de los invitados dan un recorrido por la casa; que además de grande es muy bonita, los otros empiezan a saborear el aguardiente y los vinos que adornan la mesa de centro. Para tales efectos, se ha dispuesto de un lugar improvisado entre la calle y el corredor de la construcción, en el que se aprecia una vasija llena de hielo para quienes quieran enfriar la bebida.

Variados son los temas de conversación. Entre ellos, la reciente muerte de un personaje muy conocido del corregimiento (localizado en el municipio de Puerto Triunfo, Antioquia) que prestaba algunos servicios en el parque principal, siempre sentado en una silla plástica y frente a él, un mueble de madera con mesa para apoyar, y algunos cajones que le servían para guardar los utensilios propios de su oficio. En los parques o plazas de los pequeños pueblos (y de las grandes ciudades, aunque con los problemas de venta de estupefacientes, los fuertes olores, la mendicidad y otras perlas propias de la humanidad), todavía se pueden encontrar los pequeños servicios con los que, no solo se revierte la necesidad del vecino, sino que también se llena de color la estancia campesina. Entonces, en el parque está quien necesita poner una nueva manilla a su reloj, o quien va a comprar algunas yucas, un aguacate o los plátanos para el almuerzo, o quien cambiará la carcasa de su teléfono móvil. Y el poblador sabe que su parque principal, es un lugar vivo por el que es necesario pasar; es como un centro de masa que sostiene y a la vez armoniza la cotidianidad. Algunas hipótesis de la muerte del hombre que recién pisaba la ancianidad, y otros comentarios del suceso, eran las palabras que cruzaban ciertas parejas presentes.

Casi a punto de estar la carne, el dueño de casa, algo sobresaltado, dice en tono elevado: — ¡Un hipopótamo, allá va un hipopótamo! —inmediatamente, los otros presentes abandonan sus sillas y todos se desplazan unos pasos hacia abajo, por la empedrada calle de la que resalta su blancura en la noche por la roca de mármol, que también ha sido puesta sobre ella. Es un hipopótamo macho, de porte mediano, robusto y de pesado andar. Según parece, es un macho solitario porque ha sido separado de la manada por el más fuerte. Se encamina hacia un lago artificial, ubicado detrás de una edificación color naranja, construida para alojar a los turistas, nacionales y extranjeros, en las temporadas en que ellos deciden acudir al llamado del sol, en estas tierras de altas temperaturas. Antes ha cruzado la carretera que comunica a la mayor parte del pueblo, con las casitas blancas del barrio La Aldea, en donde se hospedan un gran número de turistas que visitan la localidad, deseosos de conocer el legado del extinto narcotraficante Pablo Escobar. Los ríos cercanos al corregimiento, son su hábitat, allí pasa la mayor parte del tiempo sumergido y solo emerge cuando el sol no puede hacerle ningún daño. Es por eso, y dada la cercanía a Doradal, del lugar al que fueron traídos por Escobar en la década de los ochentas, que recorre la zona, casi que libre de vegetación primaria y convertida en potreros para la ganadería, con su tranquilidad un tanto artificial, lejos de ser su natural comportamiento.

El aislado hipopótamo ahora se encuentra frente a un grupo grande de personas que lo ven y le toman fotografías. Se intranquiliza, agacha su cabeza y con el hocico casi que toca el suelo, entre tanto que mira sesgadamente con sus grandes ojos; está como estatua viva, esperando lo que sucederá. En esta posición permanece un rato, sin movimientos o embestidas; solo observa a su alrededor y pareciera que descifrara el murmullo de quienes lo contemplan, y comentan sorprendidos tal espectáculo. Un carro avanza por la calle paralela a la que están los asistentes a la inauguración de la casa. Con las voces, la romería, y el carro alumbrando hacia el bosque, se inquietan los inquilinos del edificio color naranja. Ahora, por las ventanas se logra ver a nuevas personas tratando de grabar o tomar alguna fotografía, pues ya se enteraron de la presencia del exótico animal que aún continúa inmóvil. Un joven curioso trata de aprovechar la iluminación que proporciona el auto, se acerca y a una distancia de más o menos siete metros, se agacha frente al hipopótamo con su teléfono, enfocando al animal.

Las dos calles equidistantes, cerradas en los dos extremos por otras dos calles paralelas, que forman una pequeña manzana de habitaciones entre solares todavía sin edificaciones, tienen en su descenso a varias personas y a un hipopótamo asustado en el centro. En ese descenso y en la mitad de las dos calles, hay un prototipo de parque, con algunos montículos de tierra sin aplanar y varios pequeños árboles recién sembrados de manera simétrica. Allí hay ciertos pedazos de lo que fue un parque infantil y varios desechos de construcción, seguramente de las obras que hay a los lados del lugar. El parque infantil, allí botado e inservible, es un modelo de los parques infantiles de muchos pueblitos alejados de las grandes urbes del país. Los lugares de distracción y divertimento de los niños no son la prioridad ni concuerdan con el modelo económico de los políticos y gobernantes que se hacen elegir, inclusive, prometiendo a gritos uno de estos espacios entre los más pobres.

El dueño de casa, a quien se ha referenciado en esta historia, bromea con los invitados que disfrutan de aquel encuentro, afirmando que este episodio hacía parte del espectáculo de la noche. –No crean que esto es casualidad, esto es que nosotros pagamos para tener este hipopótamo por aquí— refirió. Entre risas, aparece allí una señora de 87 años. Ella también quiere ver al hipopótamo y se acerca confiadamente, se ubica tras los que ya llevan bastante tiempo en el lugar, como buscando protección mientras observa; el asunto es que si este animal decide embestir, allí habrá un problema y muy serio. No solo por la anciana, sino también por los otros curiosos que están frente al animal, pues según los expertos, este paquidermo, originario de los grandes ríos de África, puede alcanzar una velocidad cercana a los 30 km/h. Sin embargo, es un momento que nadie se quiere perder. En Doradal, muchos visitantes pasan tardes enteras esperando con paciencia la aparición de uno de estos gigantes del reino animal; y hay quienes manifiestan de manera jocosa, que llevan su teléfono inteligente para grabar el momento, y así pasan los días; cuando al fin llega la oportunidad y se encuentran frente a frente con el hipopótamo, el aparato electrónico falla, o se dan cuenta de que empacaron el otro celular, el no tan inteligente y que solo sirve para llamar. En este caso, la conexión del recuerdo para la posteridad será únicamente del suceso, la vista y la memoria humana.

De nuevo al hipopótamo. Tanto es el revuelo, el runrún, el desplazamiento de los espectadores; tan incómoda es la luz del carro en los ojos del macho paquidermo, que este al fin se mueve con la serenidad que otorga el raciocinio, aquella cualidad de la que, al parecer, carecen los presentes. Ya no avanza hacia el lago artificial en busca de hierba fresca. Retrocede, será lo mejor (tal vez lo piensa) y se aleja por el sendero que queda entre la vía pavimentada y la vegetación que rodea a La Aldea. En esta dirección se va el animal, mordiendo una que otra hierba que prefiere no dejar en su camino; causando todavía más furor entre los nuevos espectadores que se encuentran allí, y lo verán por aquellos lugares por un buen rato con su improvisada tranquilidad.

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