¿Donde estás honestidad?, ¿qué te han hecho?

¿Donde estás honestidad?, ¿qué te han hecho?

Un pasajero del SITP describe la impotencia que sintió al ver que los demás pasajeros del bus en el que iba no pagaban el pasaje al ver la registradora dañada

Por: JORGE OSBALDO CASTRO RODRIGUEZ
noviembre 08, 2017
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¿Donde estás honestidad?, ¿qué te han hecho?
Foto: El Espectador

Al abordar un bus del Sistema Integrado de Transporte Publico noté que la registradora estaba averiada, los pasajeros pasaban sigilosamente sin marcar con la tarjeta y el conductor, algo distraído, ni se percataba por un instante de esta situación.

Las personas que se habían “colado”, sarcásticamente en tono bajo, le decían a los nuevos pasajeros que ingresaban: “Pasen, no marquen, que está dañada la registradora”.

Mi sobrina con la inocencia aun de la niñez, al escuchar esto me hizo un guiño, musitando a mi oído:

—Tío, no sea tontico, la registradora está dañada y todos están pasando sin pagar.

En fracción de segundos mi mente se cuestionó, suscitando la duda en mi.

—Mi sobrina ingresa pasando por debajo de la registradora sin pagar, sería una canallada si aprovechando este "papayaso” también lo hago igual.

—Independientemente de quien se quede con el dinero recaudado, este bus me presta un servicio al trasladarme de un lugar a otro. Además, el conductor trabaja para recibir un salario. Este sistema está colapsado, entre otras causas por las muchas personas que no pagan su transporte. No quiero hacer parte de ese “desfalco”,  es mi obligación, mi deber, pagar.

—No sea pendejo, no pague. Cuántas veces ha pagado teniendo que viajar “como sardina en lata”, esperando más de media hora en el   paradero, aguantando trancones, varadas, olores fétidos. Además, el valor del pasaje es costoso, en fin, es un servicio mediocre, pusilánime.

Luego de una combate descomunal interno entre mi “yo” malo y mi “yo” bueno,  finalmente tomé la decisión de marcar con la tarjeta pagando mi pasaje, mi sobrina y demás pasajeros “colados” me miraron en forma despectiva, como diciendo “este es mucho bobo, tendrá mucha plata”.

Me ubiqué en un lugar estratégico y en voz alta, con la intensión de que escucharan los demás pasajeros, le dije a mi sobrina:

—Observa, dime cuántos pasajeros pagan y cuántos no pagan su pasaje luego que se enteran sobre la registradora que no está bloqueada y deja acceder al bus sin necesidad de marcar con la tarjeta.

A ella le pareció una “completa estupidez” esta sugerencia. Su mirada la delató; sin embargo, accedió a realizar el experimento.

Luego de quince minutos de iniciar el conteo, mi sobrina replicó:

—Tío, solo dos personas han sido “lentos, dormidos” como tú y han pagado, ya son 15 personas “abejas” que no lo han hecho.

La miré fijamente a los ojos, con voz firme le pregunté:

—¿Es honesto lo que han hecho? Dime. Es indiscutible que ninguna actitud de arrepentimiento o culpa conservan los pasajeros que no pagaron el transporte, al contrario están felices, “arrancaron con pie derecho el día” porque se ahorraron dos mil pesos.

Los grandes ojos negros de mi sobrina se iluminaron, sorprendida por mi repentina reacción de rectitud, de moralidad, soltó una sonora carcajada que retumbó al interior del vehículo, al unísono que lanzaba una “perla”:

—Obvio, tío, claro que están contentos, alegres, se ahorraron para la gaseosa con papitas fritas, además este bus es del Estado.

Guardé silencio, desconcertado. Me sentí como un idiota ante un público que murmuraba burlándose a mis espaldas, comprendí que estaba perdiendo el tiempo tratando de darle una lección de honestidad a mi sobrina con un retórico y “desgatado” ejemplo.

Un silencio intenso, casi etéreo, me envolvió. En un momento pasé de una etapa de frenesí a regocijo, de mi rostro desencajado fulguró una sonrisa, sentí una paz en mi interior… al saber que era uno de esos tres notables pasajeros que pagaron su pasaje.

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