La hora de los caudillos

La hora de los caudillos

Los colombianos parecen inclinarse a votar por alguno de los dos extremos por Uribe a través de Iván Duque o por el contradictor mayor: Gustavo Petro

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mayo 11, 2018
La hora de los caudillos

Colombia escogerá entre dos personas el 17 de junio. Sus propuestas no tienen el respaldo de instituciones sólidas: el legislador no merece como colectividad respeto, porque es incapaz de hacer la tarea. Así, al evidenciarse lo inadecuado del proceso para formar las altas cortes y el funcionamiento de la justicia en  general, procedió a hacer una reforma constitucional que no atendía en forma adecuada lo requerido, a juicio del gobierno, y toleró que el ejecutivo la escondiera, a pesar de que no caben las objeciones presidenciales contra las modificaciones a la Constitución. El Presidente era Santos, y Federico Renjifo el Ministro del Interior en el momento crítico, pero fue Germán Vargas quien impulsó todo el proceso en el Congreso antes de cambiar de cartera para cimentar su aspiración presidencial con el impulso a la vivienda.

El sistema político colombiano promueve los conflictos de interés y la corrupción, en vez de prevenirlos y mitigarla. Por eso el Estado no tiene incidencia efectiva en la distribución del ingreso. Esto es lamentable porque, tras más de dos siglos de vida republicana llena de conflictos, la población podría mejorar sus condiciones de vida de manera rápida y fácil si lo público lo permitiera. Solo se requiere organizarlo, y esta tarea se puede ejecutar con mucho menos esfuerzo que el requerido para mantener el Estado en declive sin colapso. Sin embargo, no se reconoce la realidad en las campañas políticas; por el contrario, los candidatos ofrecen ríos de leche y miel, sin reconocer que lo propuesto no es posible con el ordenamiento  actual. No han descubierto que habría mejores posibilidades si se revisaran los fundamentos de los procesos públicos con criterio de diseño lógico y no con retórica jurídica. Parecen creer que  las cosas ocurren solo como consecuencia de buenas intenciones y piensan, en general, en el corto plazo de los cuatro años, sin ofrecer camino sólido para la prosperidad que en su momento ofreció el actual gobierno y, por supuesto no logró.

La sociedad les apuesta a los caudillos, lo cual es propio de esta época pero mala receta hacia el futuro. Preocupa en ese contexto la pugna ideológica entre los partidarios de Iván Duque, que prefieren recordar solo los aciertos y más bien olvidar los numerosos errores y omisiones del jefe del Centro Democrático cuando fue presidente, y los partidarios de Gustavo Petro, candidato  cuyas aspiraciones imperiales y propuestas improvisadas hundirían al país con seguridad, no solo por su sesgo, también por su inconsistencia con las realidades cuantitativas de la economía nacional y, por consiguiente, del fisco. Unos y otros parecen estar en las graderías de un estadio de fútbol, con eslóganes que declaran la respectiva efectividad por arte de magia. La discusión sobre repartir lo que no existe o lograr un gran salto adelante con base en el statu quo, que no es sostenible, no tiene sentido. Sin embargo hoy el país se llena de insultos, amenazas, apelación al temor y moralismo, en vez de respeto por la divergencia y espíritu constructivo como vía al futuro.

Los demás candidatos tampoco enfrentan los problemas de nuestro absurdo régimen presidencial, mal hecho, sin responsabilidad para el legislador politiquero y clientelista, sin partidos políticos de verdad, sin norte de largo plazo y sin autonomía regional para articular lo público y lo privado en estrategias específicas. Sergio Fajardo no precisa si abordaría la relación patológica entre el Ministerio de Educación y la Federación Colombiana de Educadores; olvida que sería inútil invertir más recursos en educación sin mejorar la calidad, para lo cual es necesario evaluar a los docentes y excluir a los que no sean adecuados, como se hizo en Ecuador y México. Germán Vargas propone un presidente dedicado a impulsar proyectos específicos y administrar mediante el seguimiento cotidiano a subordinados, como hacía su abuelo Carlos Lleras, cuyas iniciativas se agotaron con el mero nombramiento  de Misael  Pastrana como heredero. Humberto De la Calle parece creer que lo más importante es defender los Acuerdos de La Habana, que las instituciones correspondientes ya homologaron, y la Constitución de 1991, cuyos procesos inadecuados conspiran contra sus laudables propósitos.

Los colombianos seguimos buscando al Mesías, en vez de aceptar las complejidades del siglo veintiuno. Mientras tanto, el planeta continúa su marcha, llena de sobresaltos, hacia los retos inevitables de cambiar los esquemas de convivencia con el fin de evitar una catástrofe ambiental, mitigar los riesgos derivados de las armas de destrucción total, evitar abusos de quienes controlan la cibernética y castigar los delitos que trascienden fronteras. El mundo debe abordar las diferencias enormes en el ingreso y su distribución, y los problemas de diversas premisas éticas en diferentes países. Además es preciso superar la asfixia causada por el machismo y la falta de respeto por los demás. Hay que enfrentar los problemas derivados del excesivo crecimiento poblacional, el desorden institucional mundial y la heterogeneidad de los países, y la dificultad de conciliar los sistemas políticos. Colombia no puede seguir sustraída de los asuntos globales, pero los aspirantes a nuestro solio tropical creen posible vivir al margen de las realidades. Lo público tiene mucho por aprender en materia administrativa de lo privado en todo el mundo, pero nuestro caso es especialmente grave en materia de organización y procesos básicos para hacer normas, cumplirlas y evaluar si las conductas se ciñen a ellas; hay soluciones serias, pero no están en el radar de los cuasi caudillos.

 

 

 

 

 

 

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