Juancho Torres en la gloria del porro
Opinión

Juancho Torres en la gloria del porro

Noticias de la otra orilla

Por:
marzo 10, 2018
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Acaba de fallecer en Bogotá el maestro Juancho Torres, un sincelejano que algunos cronistas relacionan familiarmente con la tradición familiar del gran trompetista y compositor Pello Torres y de Manuela, su hermana, la cantadora. No sé qué tan cierta sea esa filiación, pero de serlo sería solamente la ratificación de un talento con fundamento y tradición. Lo importante aquí es registrar su fallecimiento como una verdadera pérdida para la cultura musical nuestra por lo que representan tres décadas de intenso trabajo de gestión, organización, difusión, investigación y producción musical obsesivamente enfocadas en devolverle al porro el protagonismo sonoro vinculado  al prestigioso formato musical de una orquesta en clave de big band.

Desde que tengo uso de razón musical estoy escuchando a músicos y melómanos de distintas generaciones en el Caribe colombiano con el cuento de que es necesario cultivar, promover y difundir el porro, ese  aire musical nuestro que según los entendidos es un tributario de nuestro ritmo colombiano más emblemático que es la cumbia, pero que pasados los tiempos de las glorias orquestales de Lucho Bermúdez, Pacho Galán y las históricas interpretaciones de Luis Carlos Meyer con la orquesta mexicana de Rafael de Paz, había entrado en franca decadencia discográfica, por virtud de una gran mezquindad en los espacios de los medios de comunicación,  a las vueltas del tiempo y la cultura contemporánea, y debido a una  circulación que sólo se limitaba a la animación de los festejos patronales de los pueblos de tradición ganadera en el Caribe colombiano y en sus cada vez más precarios fandangos venidos a menos en las noches de los días de corraleja, a cargo de las viejas bandas de viento tan arraigadas en el alma de nuestros pueblos latinoamericanos.

 

Por su parte, con el pasar del tiempo las ediciones del Festival Nacional del Porro en San Pelayo, plaza máxima para mostrar el cultivo de este aire, devinieron en eventos discutibles y polémicos por las intromisiones impertinentes de los politiqueros de turno que han llegado a desfigurar el espíritu profundo de este festival, como ocurre también con otros festivales del Caribe como el de la gaita en Ovejas, pero ya eso es harina de otro costal.

 

De manera que desde hace más de 30 años estamos escuchando ese reclamo de melómanos y entendidos que consideran indiscutible la importancia de cultivar y preservar la cultura del porro porque es un componente real y poderoso de quehacer identitario desde lo musical, no sólo para las gentes del Caribe colombiano sino para toda Colombia. Porque fueron precisamente Luis Carlos Meyer, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Antonio María Peñaloza y Edmundo Arias los que enseñaron a bailar el porro en los hogares y en los clubes sociales de Bogotá, Medellín, Cali, y desde luego en los de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, cuando la cumbia y el porro sólo podían bailarse en los salones sociales luego de la media noche.

Recuerdo entonces que a mediados de la década del 90 cuando aparece el primero de los 30 discos de Juancho Torres dedicados al porro, éste fue recibido con gran regocijo en las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba y representó enseguida una bocanada de aire fresco en el ámbito de nuestra música y de inmediato dejó claro el espíritu del proyecto: abrirle nuevos rumbos al porro, a la cumbia y el fandango (tres aires que muchos dicen que son la misma cosa porque los tres vienen del bullerengue). Pero ese también es otro asunto.

Aquí lo definitivo es ser honestos en reconocer que desde ese primer trabajo hasta su más reciente producción, un álbum de seis discos titulado Por tradición, Por respeto Juancho Torres fue absolutamente fiel a su obsesión de hacer posible un sonido orquestal del porro que de alguna manera desde el lenguaje de la big band de jazz recordaba los repertorios y el sonido de las bandas de viento, de las bandas orquestadas de la época de Fuentes, de las modulaciones y cadencias de Lucho y Pacho, hasta obtener un sonido distinguible que no podía ser otro que el de ¡Juancho Torres y su Orquesta!, como bien decía su grito de batalla.

También es interesante saber que ese sonido distinguible no era el producto de un solo arreglista, de un solo orquestador, porque su director no era precisamente un gran compositor, ni arreglista, ni intérprete destacado; lo altamente meritorio es que Juancho Torres era un espíritu exquisito, un gran ser humano, un hombre con una gran sensibilidad musical, y un enamorado perdido del sonido de la big band desde que una noche de 1973 en Londres tuvo la fortuna de ver la orquesta de Duke Ellington en el Ronnie Scott Jazz Club y supo que algún día estaría al frente de una banda así para consagrar su vida a la difusión del porro.

Su talento de productor, su conocimiento de nuestra música popular y su gran sensibilidad, fueron claves para reunir a su alrededor talentos sobresalientes como los de Victoriano Valencia, Ramón Benitez, José Ricardo Vergara “Mañungo”, Manuel Antonio Rodríguez, Carlos Piña, Dairo Meza, Nairo Cáceres, entre otros, gracias a los cuales fue posible la concreción y redondez del proyecto de vida de un gran soñador de nuestra música.

 

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