De la movilización social a la movilización política
Opinión

De la movilización social a la movilización política

Hacer ese tránsito ha sido el desafío de una izquierda reticente a la unidad y cohesión social, mientras la derecha comprometida con algunas transformaciones lo acompaña a regañadientes

Por:
marzo 10, 2018
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 Advocay es una palabra inglesa que traducida a nuestra lengua y práctica cotidiana se denominaría “incidencia política”. Al parecer se desprende de Advocate(defensor) viene de voc y la palabra ate (ayudar). Es decir, es una persona que respalda una causa.

¿Por qué iniciamos nuestro contacto de opinión con esta pequeña y aburrida disertación gramatical?

Una sola razón.

El País de los sufrimientos y los gozos, por primera vez y desde que se tiene conciencia de la sinrazón, se enfrenta a unos dilemas políticos que antes no se experimentaban. Ni siquiera con la “Ola Verde” de Mockus en el 2010.

Primero porque la forma tradicional de hacer política -con el clientelismo como epicentro- empieza aparentemente a perder terreno frente a otras transacciones sociales más efectivas; segundo, porque las redes sociales y la globalización de la sociedad digital ha desplazado a los medios de comunicación (tradicionales) de la información y la construcción de verdades; y tercero, porque las brechas entre las pasiones y euforias digitales y la racionalidad del votante medio se están reduciendo aceleradamente.

Un país acostumbrado a la movilización social por cualquier motivo: desde la herencia criolla de resistencia y rebelión frente al yugo español, hasta las marchas campesinas recientes que pusieron a tambalear al omnímodo poder del páramo en cada carretera bloqueada, es el mismo país que está ensayando pasar de la movilización social a la movilización política.

¿Es posible pensar en rupturas con la tradición democrática clientelista que nos gobierna?

Los más optimistas bien dateados piensan que no.

Los más pesimistas bien dateados piensan que no.

Los asustados con el terrorismo mediático de las redes sociales desean el no.

Los que utilizan las redes sociales y otros medios para despertar pasiones y soñar con rupturas, desean el sí.

Otras lecturas de la misma realidad sugieren que las fuerzas llamadas a pasar de la movilización social a la movilización política deben cerrar filas entorno a la defensa de un conjunto de valores democráticos más progresistas o civilizados, sin que necesariamente se deban montar exclusivamente en el caballito de La Habana, pero tampoco sin excluirlo de la unidad de intereses: la Paz como valor supremo de cualquier sociedad.

¿Qué significa pasar de la movilización social a la movilización política en Colombia?

Ha sido el desafío mayor para una izquierda reticente a la unidad y a la cohesión social. Y para la derecha comprometida con algunas transformaciones, le resulta todo un coctel indigesto y que acompaña a regañadientes cuando lo que se propone no atenta contra sus intereses de clase y los beneficia abiertamente. Espectadores de todo lo anterior, los autodenominados “tibios” se quedan por fuera de los compromisos y son convidados con los brazos cruzados frente al naufragio o cuando se toca tierra firme. Al final son simples cadáveres varados en la playa de la indiferencia.

Por ello, la respuesta a la pregunta pasa por: 1) una estructura política que ojalá se centre en la fortaleza de los partidos políticos y no en las figuraciones personales (duro reto en una democracia de próceres), 2) una agenda común de transformaciones más allá de la lucha de clases y con objetivos claros de política pública mediada por las mayorías electorales (Advocay – incidencia política) y 3) acciones claras y concretas de sensibilización e información a la sociedad sobre los grandes temas que le adeudan al país y que requieren el consenso.

Si alguna de las propuestas políticas que están rondando en la atmósfera de este contaminado planeta de las dos lunas, se acerca y aproxima a esas respuestas, entonces hicimos bien la tarea puesta y nos estamos acercando al clima ideal de esta democracia tropical.

Un clima de indignación que recorre al país como realidad para algunos o como fantasma para otros, no da lugar a los vientos tibios y fríos; en la naturaleza las cosas se “petrifican en caliente.”

Coda: parodiando a Porfirio Díaz de México, el pecado electoral actual de Colombia es estar tan lejos de Dios y tan cerca de Venezuela.

 

Un clima de indignación que recorre al país como realidad para algunos o como fantasma para otros, no da lugar a los vientos tibios y fríos; en la naturaleza las cosas se “petrifican en caliente.”

 

 

 

 

 

 

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