El derecho a no perdonar
Opinión

El derecho a no perdonar

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octubre 09, 2014
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Originalidad, cero, en el título. Es una adaptación libre del que Fernando González utilizó en su tesis de grado de Derecho (1919): El derecho a no obedecer. (Con el fin de que no le retuvieran el cartón de abogado, como se lo anunciaron, por irreverente, la rebautizó a última hora Una tesis y ahí sí, guardadas las apariencias del decoro —usanza muy colombiana—, salió de la universidad convertido en hombre de leyes. Pero pensando y diciendo lo que le daba la gana, ja). Me cae de perlas, en todo caso.

La ligereza con la que estamos pontificando desde distintas orillas sobre el “perdón” —una palabra que tiene la elegancia de un erizo (con su permiso, Muriel Barbery)—, está abriendo camino para que una premisa falaz se instale en la opinión pública: si queremos que una guerra acabe, las víctimas tienen el deber de perdonar y los victimarios, el derecho de ser perdonados. Y no es así. Ni las víctimas tienen ese deber, ni los victimarios, ese derecho. No lo digo yo, lo dicen estudiosos del tema, desde mucho antes de que las Farc y el gobierno Santos se sentaran a la mesa en La Habana. Lo que da a sus opiniones credibilidad e independencia, no son producto de la coyuntura que desde hace dos años atravesamos en Colombia, aferrados a la esperanza de que la finalización del conflicto se pacte y arranque, por fin, la complicada tarea de reestructurar una sociedad en paz. Llena de cicatrices físicas y morales, pero en la que todos hallemos acomodo. No importa que no nos gustemos ni nos queramos; con que nos respetemos y no nos matemos será suficiente.

Hay que ser realistas, el país soñado —el del borrón y cuenta nueva, perdón y olvido, un millón de amigos…— no es posible, aunque lo diga el fiscal. (En este preciso instante se me acciona la memoria histórica de las tiras cómicas y El Reyecito, ese señor mandón, bajito y rechoncho que, mientras más poder adquiría, más engordaba, es una de las primeras en aparecer, en los periódicos que leía mi papá. Tan raro). Sí, aunque lo diga Montealegre, quien, dicho sea de paso, dice de todo y con más contundencia (¿y capacidad intimidatoria?) que el presidente de la República. Aunque lo digan el cristianismo, la siquiatría, la justicia transicional… Las víctimas no tienen el deber de perdonar.

“Las víctimas no tienen el deber de perdonar ni olvidar y todos aceptamos que la paz no significa la supresión de los conflictos sociales, los cuales subsisten. No tenemos por qué ver al otro como un hermano, ni negar que las diferencias de visiones y de intereses persisten; pero dejamos de ver a nuestros rivales como enemigos que deben ser eliminados. Nos reconocemos como una ‘comunidad de ciudadanos’, que no tiene por qué ser una comunidad de afectos” (David A. Crocker, doctor en Filosofía de la Universidad de Yale, autor de Ética del desarrollo mundial, citado por Rodrigo Uprymny en su columna “Reconciliación y democracia”, de El Tiempo). “Me parece que ustedes no deberían tener la obsesión de perdonarse por completo. En una sociedad libre uno no debe sentirse obligado a amar a los demás, sino a estar tranquilo con su conciencia y respetarlos. Pienso que tras un conflicto tan difícil y complejo, ese anhelo es imposible. De lo que se trata, más bien, es de poder vivir juntos y en paz. Si ustedes logran eso, ya habrán alcanzado algo enorme” (Hubertus Knabe, historiador, director del Centro de Memoria de la antigua cárcel de la Stasi en Berlín, entrevistado por Semana en reciente visita a Bogotá).

Y resalta Knabe —víctima también de la Stasi—, con conocimiento de causa, dos puntos que deberían ser escritos con marcador en las carteleras de los negociadores. Uno: Los alemanes no se han reconciliado, conviven en una especie de guerra fría, por la sencilla razón de que los victimarios nunca se mostraron arrepentidos. Y el otro: la reconciliación no puede ser una política de Estado; la decisión del perdón es un proceso individual; él optó por no volver a hablar con los espías —dos amigos cercanos— que lo informaron a la policía secreta, en lugar de gritar que los perdonaba. Y esa opción lo hizo libre para trabajar en contra del olvido, en Alemania y en el mundo.

ETCÉTERA: Cada víctima es dueña de sus perdones, solo ella sabe si quiere, puede o está lista para perdonar. El derecho a hacerlo o a no hacerlo está de su lado. Sin que los victimarios la cataloguen de víctima buena o mala y sin que la sociedad la etiquete de víctima amiga o enemiga de la paz. Que perdón y paz no son sinónimos, pilas. Y, mucho menos, reconciliación y amnesia, qué tal.

 

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