Cuervos en la ventana: canciones de amor para asesinos seriales
Opinión

Cuervos en la ventana: canciones de amor para asesinos seriales

Por:
mayo 01, 2014
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Era un muchacho muy flaco y mechudo de ojos muy chiquitos por culpa de sus lentes de aumento desmesurado. Se sentaba con otros muchachos en la sala de música de la universidad, también llevaban el pelo largo y sucio y lucían famélicos, como si llevaran muchas tardes sin un almuerzo. Una vez, por pura curiosidad, fui a ver qué era lo que hacían. La puerta siempre la dejaban abierta así que eso no era ninguna secta, era tan solo un grupo de desadaptados que se reunían a hablar de libros. A mí la verdad eso me aburría un poco, por eso fingí tener mucho afán de entrar a clase y con sigilo abandoné el recinto. La ciudad desde la Perla se veía morir, mientras yo cargaba mis pulmones con la decimonovena calada del viernes.

Por un tiempo no volví a saber nada de ellos hasta que se ganaron un espacio en las lecturas dominicales de Vanguardia Liberal. Se hacían llamar Umpalá y el flaco mechudo de ojos de culo de botella se llamaba Fabián Martínez y escribía cuentos. ¿Quién iba a creer que esa caterva de borrachos tuvieran sentido de la disciplina y le sacaran tiempo para sentarse a escribir y lo que era peor, después sacarle tiempo a sus guayabos eternos para leer lo que habían escrito y después corregir? Las historias contaban lo difícil que era ser joven al final de los noventa, antes de que todos tuviéramos Internet, antes de que nuestras amistades se afianzaran sin tener necesidad de olernos el aliento. Milagros de Facebook.

Me volví amigo de Fabián con el paso del tiempo y cada vez que lo encuentro es una fiesta irrepetible. No sé nunca de que hablamos porque todos son gritos y música a alto volumen y remedios para el alma. Hace pocos meses me envió su libro de cuentos, Cuervos en la ventana, que será lanzado en la próxima Feria del Libro de Bogotá. Lo empecé a leer un poco con el desgano e indulgencia que uno suele leer a los amigos. Seamos honestos, la vida es muy corta para perderla leyendo a nuestros contemporáneos.

El cálculo es desolador, si lees 70 libros por año desde tus 12 y llegas a vivir hasta los 80 apenas leerás 4.760 obras en tu vida. Me quedo helado de solo pensar en lo que no leeré. Bueno, pues les digo que en ese exclusivo club de libros que entraron en mi cabeza en el breve paso por la tierra, Cuervos en la ventana ocupa un espacio muy importante.

A pesar de que es un libro de cuentos, es innegable que existe un hilo conductor entre un apostador compulsivo y suicida, en la multitud enfebrecida del bogotazo congelada para siempre en el billete de mil pesos, en un monje fanático y pirómano y en un engullidor profesional de alitas de pollo. Se respira el aire de desazón de la generación posgrunge a la cual pertenece este muchacho eterno, este niño que se negó a crecer y que a falta de juguetes para matar todos esos personajes que nacen dentro de su cabeza, ha utilizado el viejo truco de plasmarlos y convertirlos en palabras. Cuervos en la ventana es un libro con el que se puede jugar, armar, empezar de atrás para adelante y ni así perderá coherencia.

Los cuentos son las diferentes partes del monstruo y tú, como lector y Doctor Frankenstein, podrás armarlo de la manera que quieras, no importa si la cabeza está en donde debería estar el pie y una axila en la ingle, el monstruo caminará y se hará creíble porque cada una de sus partes está viva. Pedacitos de tiempo congelados por este muchacho eterno.

Publicado por la editorial de la Universidad Industrial de Santander, Cuervos en la ventana confirma que ese grupo de desadaptados que se reunían en la sala de música en torno al profesor Hernando Motato, tienen muchas cosas que decir y lo mejor, saben cómo decirlas. Ahí está Ricardo Abdallah afianzándose cada vez más como uno de los periodistas culturales más influyentes del país, John Freddy Galindo y su poesía descarnada, frontal y sucia, Jesús Antonio Flórez y sus relatos cargados de humor, cotidianidad y sobre todo precisión y Fabián Mauricio Martínez, el hombre al que por no haberle podido escribir canciones a Sonic Youth, le dio por escribir una novela fragmentada en pequeñas historias que bien podrían ser canciones de amor para asesinos seriales. Y él, como no sabe cantar ni tocar ningún instrumento, se debe conformar con verlas allí, enterradas en ese dulce sarcófago al que llaman libro.

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