Hipopótamos en la vía
Opinión

Hipopótamos en la vía

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mayo 01, 2014
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Podría ser consecuencia de una fiebre alta, o influencia de los libros de García Márquez, o una alucinación producida por el yagé, o, incluso, una manera metafórica de expresarse unos candidatos de otros, pero no, el título de esta columna refleja la realidad en sentido literal: hay hipopótamos en la vía que atraviesa el Magdalena Medio. Así como suena. Aunque no estemos en África, ni contemos con reservas de vida salvaje tipo la del Serengueti, sí tenemos submarinos paticorticos de metro y medio de alto, cinco metros de largo y cuatro mil kilos de peso, navegando por el mismo río por el que en otras épocas se deslizaba majestuoso el David Arango.

Solo que a falta de un Tarzán Bundolo, la voz de alerta la lanzó en Medellín la ministra de Ambiente, Luz Elena Sarmiento, a pesar de que las noticias del reino animal la suelan pillar en fuera de lugar. (La devastación por cuenta de la sequía en el Casanare –para no ir muy lejos– da cuenta de ello. Reaccionó, sí, con una calma envidiable: “No fue la tragedia que los medios presentaron… Solo se murieron seis mil chigüiros”). Ese día de comienzos de abril, durante la clausura del Foro Urbano Mundial, manifestó que eran diez los gigantes que se habían escapado del Parque Temático Hacienda Nápoles y que tenía que sentarse a pensar al respecto y que “no hemos analizado la probabilidad de sacrificarlos”. Al tiempo, informaba El Colombiano sobre la opción de caza que estaba contemplando el ministerio porque en ningún zoológico de ningún país están interesados en recibirlos; porque la captura, sedación y esterilización de cada uno cuesta alrededor de 100 millones de pesos; y porque, siendo individuos de una especie invasora, pueden acabar a mediano plazo con pumas, jaguares y otros de especies nativas. Aparte de la amenaza que suponen para los habitantes de la región, quienes ya les temen casi tanto como a la Patasola y la Madremonte juntas.

Ay, ministra. Con preguntar antes de hablar protegerá mejor su credibilidad, y hasta el tamaño de su nariz. No son diez, ¡son entre 30 y 40 los hipopótamos vagabundos!, según informan biólogos de Cornare. Tampoco escaparon el mismo día; la emigración ha sido de a poquitos, así como son los robos continuados en los bancos. Y no suelen andar en barra porque por tal motivo se abren del parche: ningún macho resiste no ser el alfa. Además se reproducen como curíes, una hembra puede dar a luz seis hipopotamitos por año y ni modo de instalar televisores en las charcas para que distraigan la libido. “Me gustaría hacer el amor como los hipopótamos… Sí, es feo, tosco, da la impresión de la brutalidad, pero, en realidad, es muy delicado. Me emociona esa contradicción”. Lo dice, no un calentano anónimo de mente calenturienta; un Premio Nobel de Literatura que, a propósito, está aquí por estos días. Su nombre es Mario y sus apellidos, Vargas Llosa. Y desde que escribió Kathie y el hipopótamo, “uno de esos vergonzosos pecados de juventud”, los colecciona. Cuenta el periodista Nelson Fredy Padilla que tiene 39 en su biblioteca de Lima. Esos sí en manada, ministra, porque son muñequitos, no consumen 80 kilos de vegetación al día, no abren el hocico a un ángulo de 150 grados, ni pueden correr a 50 kilómetros por hora. Ah, y tranquila, este título sí es en sentido estrictamente figurado. Kathie no convive con un hipopótamo. Fijo sabe –o ella o el autor– que si bien son de apariencia apacible se tornan agresivos si sienten vulnerado su territorio que, para los efectos, es cualquiera en el que se encuentren y que, si bien no son carnívoros, sus embestidas son apenas comparables a las de los rinocerontes; en las llanuras africanas se cobran cerca de tres mil vidas humanas cada año. Así que ojalá se le prenda el bombillo rapidito, ministra.

¿Qué hacer con todos esos transatlánticos de diminuta cola que andan sueltos, sin que haya alambrada que los detenga?, es la pregunta que debieron formularse las autoridades desde el momento en que se declaró la extinción de dominio de la Hacienda Nápoles, luego de la muerte de Pablo Escobar, quien había traído al país de manera ilegal, en 1980, a la pareja (nadie ha dicho que se llamaran Adán y Eva) que siguió a pie y juntillas el mandato bíblico de creced y multiplicaos y poblad las orillas del Magdalena. Pero no, la DNE, fiel exponente de la miopía oficial que impide vislumbrar soluciones antes de que los problemas aparezcan en estampida, creyó que los hipopótamos –si es que sus ojos codiciosos los alcanzaron a enfocar– eran accidentes geográficos puestos allí para satisfacer los excéntricos deseos del capo.

COPETE DE CREMA: No hay que ser muy perspicaces para sospechar cuál va a ser el punto final del asunto, ahora que la Procuraduría ordenó a Estupefacientes asumir la hipoproblemática. Los pobres bultos de apariencia metálica, exiliados a la fuerza en un país que no es el suyo y que no les gusta, terminarán llevando del bulto. A que sí. (A no ser que Virginia Vallejo los adopte).

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