Cúcuta, ciudad de frontera

Cúcuta, ciudad de frontera

No podemos olvidar que los lugares de este tipo no fueron creados con vocación de permanencia, más bien son de tránsito y de resistencia militar

Por: Ana Maria Diaz Collazos
enero 05, 2019
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Cúcuta, ciudad de frontera

Me quiero referir de forma desapasionada a los temas que propone Iván Gallo en su columna 10 razones para no volver a Cúcuta. Quiero proponer una mirada más profunda a los problemas que el periodista señala en su columna, los cuales son muy característicos de las ciudades ubicadas en fronteras transnacionales.

Las ciudades ubicadas en frontera no fueron creadas con vocación de permanencia, más bien son lugares de tránsito y de resistencia militar. Por esta razón, su crecimiento urbano ocurre más bien al azar, y la administración se enfoca más en afrontar los problemas derivados del intenso y complicado flujo humano. La economía fluye más con el movimiento transitorio de comercio que por los emprendimientos estables.

Hablemos un poco de los excesos en la expresión de la sexualidad en ciertos círculos sociales. Esto no es más que el resultado de la cultura del narcotráfico, que trae una abundancia artificial de dinero, el desfogue de los deseos y placeres, y una masculinidad hiperbólica que basa su poder en el goce arbitrario del otro. Y las mujeres participan de esta dinámica para acceder a los bienes materiales derivados de esta dinámica de intercambio. Los espacios de esparcimiento, como los bares, están enfocados en este mismo público objetivo.

El narcotráfico echa raíces en ciudades de frontera por ser espacios de tránsito. En ellas concluye la fase más complicada del transporte de la mercancía ilegal, ocurren transacciones monetarias y acuerdos comerciales. Es lo mismo que ocurre en la frontera entre Estados Unidos y México. Por eso existen ciudades como Tijuana, donde reina la desmesura en la sexualidad y el consumo.

Ciudades que han crecido sobre la base del tráfico ilegal no terreno árido para los emprendimientos y las expresiones culturales. Pueden existir iniciativas aisladas, que incluso logren rendir frutos, pero seguramente ocurren más bien a pesar del entorno sociopolítico que gracias a este.

El calor parece una crítica un poco infundada, porque los políticos no tienen la culpa de que haga calor. Pero sí tiene que ver con la situación de frontera.

Ciudades como Bogotá, Medellín y Popayán tienen un clima muy agradable porque su lugar de fundación fue meditado pacientemente por los conquistadores. Ellos escogían lugares estratégicos para fundar las ciudades, y el clima era uno de los criterios para su elección. Cúcuta no fue escogida en el siglo XVI para ser una ciudad importante. Esto hace que, además, no tenga una arquitectura derivada del periodo colonial, y que no existan unas vías de acceso delimitadas históricamente como para desarrollarlas fácilmente.

Una revisión a su historia nos hace pensar que Cúcuta empezó a crecer en el siglo XIX debido a una ubicación militar estratégica en relación con Venezuela, durante las guerras de independencia. Mejor dicho, empezaría a crecer cuando se convertiría en frontera entre los dos estados de la naciente Gran Colombia, Venezuela y la Nueva Granada.

Y por supuesto, el flujo constante de venezolanos, acentuado por la crisis económica reciente en el vecino país, hace que la identidad nacional se sienta tan frágil que se puede romper en cualquier momento. Paradójicamente, el odio al extranjero esconde un miedo a perder la propia identidad. De ahí la xenofobia, el recelo contra el venezolano migrante. Y esta misma identidad frágil hace que los cucuteños se ofendan fácilmente contra alguien que hable mal de Cúcuta.

Esta fragilidad de la identidad es terreno fértil para nacionalismos de derecha. Son capaces de apegarse a la ideología uribista porque esta les ofrece un asidero para su realidad, un marco de identidad a qué aferrarse. Y los políticos pueden hacer uso fácil de símbolos superficiales porque la gente, ansiosa por encontrarse a sí misma, por definirse como colombiana, prefiere tener ese engranaje de su realidad psíquica aunque su realidad material sea miserable.

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