Cincuenta años de la derrota del Black Power

Cincuenta años de la derrota del Black Power

Atrás quedaron esos días en que los estudiantes negros exhibían con orgullo sus peinados y sin inmutarse le hacían un corte de mangas al sistema

Por: Carlos de Urabá
octubre 22, 2018
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Cincuenta años de la derrota del Black Power
Foto: The National Archives UK

Recuerdo que en los años sesenta y setenta en mi barrio en Bogotá se puso de moda el african look. Todo el mundo se encrespaba el pelo, de modo tal que parecía una nube de algodón azucarado. Además, liando un pucho de marihuana nos sentábamos a escuchar música de Bob Marley o blues de B.B King a la salud del Black Power.

Mientras tanto, allá en California, más concretamente en la universidad de Berkeley, una profesora de filosofía, llamada Ángela Davis, quien al cabo del tiempo se convertiría en la lideresa del Partido Comunista de los EEUU, comenzó a adoctrinar a los negros con mensajes revolucionarios.

“Una negra comunista, con esos pelos de cafre, el colmo, ¿no?" decían algunos. Todos los blancos se rasgaban las vestiduras, pues el enemigo soviético se había infiltrado en las entrañas del imperio. Incluso, Ronald Reagan, por entonces gobernador de California, la calificó de terrorista y apátrida, y en 1971 en un montaje sin precedentes, del que menos mal salió absuelta, el FBI y la CIA la acusaron de asesinato.

Por otro lado, tengo bien grabada en mi mente una imagen de los Juegos Olímpicos de México 1968: cuando los atletas afroamericanos Carlos y Smith, ganadores del oro y el bronce en los 200 metros lisos, levantaron el puño en alto en un acto de protesta contra el apartheid y la segregación racial que sufrían los negros en los EE.UU al recibir las medallas en el pódium.

Este episodio concluyó con el despojo de los títulos y la expulsión de los atletas de la Villa Olímpica. Por tamaña osadía cayeron en desgracia y tuvieron que vivir como proscritos, pues los supremacistas anglos no les perdonaron tal desfachatez. Qué tiempos aquellos en los que había gente con huevos y dignidad, no como ahora que parece que al personal lo han castrado y solo piensan en engordar su ego a punta de likes y selfies.

Pues bien, en ese entonces se palpaba en el ambiente el amanecer de una nueva era: los discursos incendiarios de Malcolm X y Farrakhan incitaban a la insurrección, y el reverendo Martin Luther King reunía a millones de incondicionales en las calles en su célebre marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, en la que pronunció el famoso discurso de “I have a dream”. Así mismo, los rebeldes pisaban fuerte, estremecían los cimientos del imperio y cualquiera apostaría que otro mundo era posible.

Sin embargo, con el paso de los años esa dulce primavera se transformó en un otoño gélido y gris. Aquella revolución en ciernes se marchitó y fue soplada por el viento. Los hippies absorbidos por el establishment se volvieron reaccionarios y pragmáticos —lo que demuestra que la condición humana es impredecible— y la sociedad se fue aburguesando, alienada por los medios de comunicación, la tecnología y la propaganda. Va a ser muy difícil, por no decir que imposible, recuperar ese espíritu de rebeldía. Tan solo restan en pie los últimos mohicanos que nostálgicos empuñan las banderas del “peace and love” deshojando nostálgicos la margarita.

Hoy siento vergüenza ajena al observar a las mujeres africanas paseando por las calles con esos pelos alisados a punta de lejía y todos pintarrajeados de rubio. El diablo blanco se les ha metido al cuerpo y sin ningún reparo las barbies achocolatadas se blanquean la piel o se colocan lentillas azules en sus ojos en un vano intento por borrar el pecado original. ¡Qué falta de dignidad! Es increíble hasta donde ha llegado la sumisión al White Power.

Tras el sorprendente resultado en las elecciones presidenciales de EEUU en el 2008 con el triunfo de Barack Obama los angloamericanos reaccionaron furiosos. Se desató una verdadera tragedia, pues un mulato, un “blackie”, iba a ocupar la Casa Blanca. El Ku Klux Klan lo calificó como “un producto sionista para acabar con la raza blanca” y prometió eliminarlo a las primeras de cambio.

Como en una película de Walt Disney el negrito bueno de Barack Hussein Obama conquistó el reino de la bruja malvada, y a este simpático “nigger” el amo le entregó el látigo nombrándolo mayoral y a fe que aplicó sin piedad la ley del garrote y la zanahoria sobre sus congéneres (negros, mulatos, inmigrantes, clandestinos o el grassroots norteamericanos). Obama demostró ser un hombre inteligente y políticamente correcto, dotado de un gran poder de oratoria, muy seguro de sí mismo... un estadista con ideas muy claras, tan claras que no parece negro.

En fin, un nuevo producto lanzado con éxito al mercado, un icono más de la sociedad de consumo y un ejemplo para millones de ciudadanos que desean hacer realidad el sueño americano. En resumen es un “piel negra, máscara blanca”, síndrome que describiera magistralmente en su libro el psicólogo Frantz Fanon.

En La cabaña del tío Tom, esa genial novela de Harriet Stowe, el protagonista era un esclavo negro manso y sumiso que se pasó toda la vida trabajando de plantación en plantación. Un negro que nunca protestó pues su fe (de converso cristiano) le prohibía llevarle la contraria a los designios divinos. El amo premió su fidelidad nombrándolo capataz, hasta que un día, ya anciano, Tom recibió de regalo la libertad, pero de repente —no se sabe bien si de la emoción—, a los pocos días, muere. ¡Qué irónica es la vida!

Tenemos que resignarnos a rememorar las fechas más relevantes de ese pasado glorioso, las gestas, los aniversarios y conmemoraciones que se convierten en actos meramente simbólicos en los que se encienden velitas y se gritan lemas románticos de apoyo a las luchas populares como: “todo el poder para el pueblo”. El movimiento de la negritud —que no solo se circunscribió a EE.UU. sino también en África— tuvo su punto álgido en esos gloriosos años sesentas y setentas, lamentablemente en el resto del continente americano, donde existe una población negra (descendientes de los esclavos) estimada en unos 150 millones, víctimas de increíbles violaciones de los derechos humanos, apenas si tuvo alguna repercusión.

Y es que estamos hablando de la esclavitud, que es uno de los crímenes más abominables que se haya cometido a la largo de la historia de la humanidad. Las víctimas fueron capturadas en la madre África como si se tratara de animales salvajes, a latigazos los cargaron de cadenas y hacinados en las bodegas de los barcos los enviaron al continente americano. De esta manera tan baja y ruin se comerció con la vida de millones de seres humanos que se vendían al mejor postor en los mercados negreros. En este periodo de casi 300 años se explotó a destajo su fuerza laboral en las minas o plantaciones para hacer más ricos a sus amos y a ellos aún más empobrecidos. La esclavitud impulsó el desarrollo capitalista consagrando a los EE.UU. como la nación más poderosa del planeta.

A partir de los años sesenta y setenta las colonias europeas en África iniciaron paulatinamente sus procesos de descolonización que desembocaron en la proclamación de su independencia. Muchas de las nuevas naciones para contrarrestar la nefasta herencia colonial eligieron el socialismo como forma de gobierno. Tenemos que destacar a los inolvidables próceres se entregaron de cuerpo y alma por la liberación de sus pueblos: Thomas Sankara, Patricio Lumumba, Amilcar Cabral, Kwame Nkrumah, Julius Nyerere, Desmond Tutu, Mandela, Sekou Toure, Leopold Senghor, sin olvidarnos de ideólogos como Frantz Fanon, Aimé Césaire, Birago Diop, Léon Gontran-Damas, Miriam Makeba. Al tiempo que en Norteamérica surgieron movimientos anti apartheid y anti racistas liderados por Marcus Garvey, Richard Wright (Partido Comunista de EEUU), Kwame Ture (Stokely Carmichael), Martin Luther King, Malcolm X, Amiri Baraka, Kathleen Cleaver, Assata Shakur, Elaine Browne o Angela Davis (que impulsaron reivindicaciones carácter feminista, antipatriarcal y antisistema y anticapitalista).

Las comunidades afroamericanas se distinguieron por un inmenso espíritu de resistencia. La Libertad no es una dádiva concedida por los amos sino un derecho adquirido tras una heroica lucha que se inició hace siglos y que ha costado miles de muertos. La memoria histórica nos brinda ejemplos como el de Shaka, creador de la nación guerrera Shaka-Zulu, que hizo frente al imperio británico a principios del siglo XIX, al levantamiento de los esclavos cimarrones que rompieron las cadenas y escaparon a sus quilombos, a aquellos mártires ejecutados por el Ku Klux Klan, al rugir de las Black Panthers (Panteras Negras) en EE.UU., a los insumisos de la guerra de Vietnam representados por el boxeador Mohamed Ali (Cassius Clay), al clamor de "un hombre un voto, queremos tierra, pan, vivienda, educación, vestido, justicia y paz" y el I have a dream, y Fred Hampton en el concepto de autodefensa y su teoría del house negro vs el field negro.

Pasaron los años y ese gran entusiasmo popular lentamente fue apagándose, los revolucionarios envejecieron adaptándose a las veleidades de la sociedad capitalista. El idealismo se volvió materialismo o individualismo del time is money”, porque el sistema es muy eficaz y devora lo que le echen, no importa su procedencia, el color de su piel, su bandera, ni su condición social, todo lo convierte en un negocio y lo remata a precio de saldo.

Se trataba de eliminar los focos de resistencia, marginalizar y excluirlos en guetos, criminalizar los movimientos sociales, reprimirlos, encarcelar o matar a sus líderes. Hoy los enfervorizados discursos de antaño han cambiado por las predicas bíblicas en los templos de las sectas cristianas donde se reúnen los descendientes de los esclavos a cantar alabanzas al Dios blanco.

Al negro lo educaron bajo los principios de la civilización occidental cristiana, un proceso de siglos de evangelización para que adquirieran una nueva identidad y erradicaran de su alma el paganismo y las supersticiones animistas. En esa especie de doma física y espiritual, cuyo resultado no podía ser otro que crear un gentleman, monsieur o madame respetable y fiel a las leyes, vestidos de traje y corbata y bien perfumaditos, cayeron muchos.

En EE.UU, los supremacistas blancos llaman despectivamente a los negros ape, es decir simios, y les han reservado el papel de payasos del circo, gladiadores y superatletas que danzan trepidantes al son que toca el amo. La xenofobia y racismo han creado un tremendo complejo de inferioridad y para intentar pasar desapercibidos tienen que disfrazarse, travestirse (alisarse el pelo, teñírselo de rubio, ponerse los nombres de sus padrinos blancos).

¿Cómo desprenderse de ese maldito estigma que llevan grabado en la piel? ¿Tendrán que bañarse en agua bendita? Las cremas milagrosas que blanquean la piel son un éxito de ventas en África, EE.UU. o Latinoamérica. El negro del siglo XXI tiene la autoestima por los suelos, está ansioso por blanquearse para elevar el caché. Además, en el colmo de la desfachatez, hay también racismo entre los propios negros, eso sí, depende de su posición socioeconómica, de su nacionalidad, entre otros factores, porque los europeos o los americanos (asimilados) desprecian a sus hermanos africanos en una inconcebible demostración de cainismo.

En la actualidad la negritud no es ni sombra de lo que fue. El síndrome de Michael Jackson (piel negra, máscara blanca) marca una era dominada por el hedonismo y el narcisismo. Atrás quedaron esos días en que los estudiantes negros orgullosos exhibían con una arrogancia del carajo esos peinados african look y sin inmutarse le hacían un corte de mangas al sistema. Estas fotos amarillentas aún las conservo en el álbum de los recuerdos como constancia de tan humillante derrota.

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