Una de Dago al año no hace daño

Una de Dago al año no hace daño

Mientras los críticos se rasgan las vestiduras, Dago rompe la taquilla

Por: Marsares
enero 19, 2015
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Una de Dago al año no hace daño

Un millón de espectadores sin completar la segunda semana de exhibición son los números que acompañan a “Uno al año no hace daño”, la última película de Dago García. Las cifras atolondran a más de un crítico porque sobrepasan incluso a la tercera entrega del “Hobbit”, una de sus rivales en cartelera.

Los especialistas se rasgan las vestiduras, como suele suceder por esta época, porque con disciplina de franciscano Dago García estrena película los 25 de diciembre de cada año. Y lo que es peor, el tormento para nuestros pontífices parece prolongarse porque como van las cosas, esta última pugna por convertirse en el mayor éxito taquillero de la historia en lo que a cine colombiano se refiere. No es posible, claman, y con el chikunguñamental haciendo de las suyas, se rascan la cabeza, miran en derredor y afiebrados se sientan a la vera del camino.

“Es mala”, dice uno de los opinantes de profesión dictando cátedra. “Es la peor”, contesta el de enseguida. “Cómo es posible”, refunfuña un tercero que se suma el coro, mirando las filas para entrar a ver “lo peor de lo peor”, “la última desgracia del cine colombiano”. Indignados, miran por encima del hombro al tipo de las papas fritas, la gaseosa y la montaña de palomitas de maíz que entra al teatro acompañado de su mujer y sus hijos.

“Por eso estamos como estamos”, espeta el que faltaba para conformar la pequeña cofradía de fustigantes, mientras pide un tinto, prende el consabido cigarrillo y sale al corredor a fumárselo. El conciliábulo entra en sesión y cada quien intenta dilucidar el éxito de taquilla. Las explicaciones van y vienen: la pobreza intelectual de los colombianos, Jota Mario, las telenovelas, la guerrilla, los narcos, el populismo de Petro, incluso la Cabal y Pachito, todos tienen la culpa.

En eso están cuando la gente sale del cine, riéndose. Los contertulios se indignan aún más cuando escuchan comentarios absurdos para sus educadas neuronas: “divertida”, “estuvo muy buena”, “me gustó mucho”, y la herida escuece aún más cuando algunos incluso tararean la música de la última escena con la gente del barrio en las calles haciendo lo que más les gusta: bailar y beber para desenguayabar que mañana hay que trabajar…

El cuarteto de cuerdas bucales se exprime el cerebro buscando el maleficio, como si los caminos de Dago fueran inescrutables. No hay tal. Mercadeo y ojo clínico están detrás del éxito. Anunciar es vender y antes de entrar en cartelera, la promoción es arrolladora. La receta se completa con el retrato del colombiano típico de clase media baja, aparentador, fafarachoso y familiar, con su carga de osos monumentales y promesas irredentas.

No es la pincelada de un maestro que busca respuestas a través de personajes complejos, tramas profundas o secuencias memorables. Es la caricatura que divierte porque si algo nos identifica a los colombianos es la capacidad infinita de burlarnos de nosotros mismos a través de los demás. Y a eso le apuesta desde hace mucho Dago García. Desde los paseos de olla hasta el aguardiente, pasando por los pobres diablos, hinchas de estrellas de fútbol, creyendo que la gloria y la fortuna dejan intacta la amistad de infancia.

Ahí está el mérito de Dago García:que hurga sin compasión en nuestra idiosincrasia y consigue que el espectador se identifique con los payasos de la pantalla, desdoblados por la sustancia mágica que nos traslada de la moderación aparente a la ebriedad transparente, porque las embarradas, las peloteras, los lloriqueos y, por supuesto, los guayabos terciarios son los suyos, conformando el destape de las propias vergüenzas, al que asisten escondidos en la oscuridad de la sala.

Los personajes son simples para que el público se centre en la chabacanería, el destape, los gags infaltables, el toque ridículo que provoca la risa fácil. En esta época de vacaciones nadie quiere pensar en la cuesta de enero, sólo se quieren divertir y llenan las salas para conseguirlo porque al igual que el aguardientico, una de Dago al año no hace daño.

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