Un minirrepaso de la historia reciente de Bogotá
Opinión

Un minirrepaso de la historia reciente de Bogotá

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abril 02, 2014
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Habiendo recibido la franquicia que entonces se daba a las casas políticas para explotar el espacio de los noticieros, Andrés Pastrana aprovechó para cumplir la primera y más difícil condición para hacer vida pública, es decir, ser conocido del país. Inició la carrera política en el Concejo de Bogotá como cuota más de su propia casa o familia que de un sector de su partido. Con vinculación ya con la ciudad y conocido por los electores, el haber sido secuestrado lo ayudó a llegar a ser el primer alcalde por elección popular de la ciudad en hombros del conservatismo o más exactamente del pastranismo. Se distinguió por los tres grandes programas y fracasos de su administración (el Doña Juana, los carriles de la Caracas, el comunicador de la autopista norte con la NQS).

Juan Martín Caicedo fue víctima de un abuso de autoridad, por lo cual fue enviado a prisión, presentándose solo ahora el fallo definitivo exculpándolo de todo cargo. Este episodio trascendió más que su gestión.

Jaime Castro, elegido como liberal, aportó lo que su formación y su filiación política le daban: sus estudios en la escuela de administración francesa —el ENA— y la pertenencia al liberalismo hicieron que se dedicara, más que a lucirse en ejecutorias administrativas, a implantar el principio de 'un gobierno de instituciones y no de hombres' con la creación del Estatuto para la ciudad.

Antenas Mockus mostró como credenciales su éxito como administrador del entonces primer problema de la ciudad, cual era la Universidad Nacional, la que saneó presupuestalmente, organizó la coordinación entre los estamentos directivos permitiendo su operatividad, y sacó las residencias universitarias del campus. Consentido desde entonces por la prensa, se convirtió en el 'pedagogo', probablemente el calificativo más inapropiado para quién se destacó por bajarse los pantalones en los escenarios, orinarse desde los balcones, abusar de su condición casándose encima de un elefante, o echarle agua a sus interlocutores en un evento público; su alcaldía le sirvió para dar la peor muestra de esa 'pedagogía' al abandonar su mandato sin cumplirlo, para aspirar a un cargo más protagónico pero para el cual tenía aún menos preparación. (Su remplazo transitorio se distinguió —y se le abona— por su discreción y bajo perfil, ya que solo lo fue por poco tiempo).

Lo que sí dejó fue a su sucesor las condiciones que ningún otro burgomaestre ha tenido o tendrá: con su dimisión y la aprobación de los medios porque no ejecutaba "pero por lo menos no robaba", Peñalosa heredó el presupuesto que no ejecutó, el ingreso por la venta de la electrificadora que no realizó, y, con lo que a él mismo correspondía, el equivalente al triple de recursos que cualquiera otro en ese cargo.

Con estos y la preparación y estudio sobre los temas de la ciudad —a lo que indudablemente se había dedicado como ningún otro (y como debería hacerlo cualquiera que desee aspirar a ese cargo) —, la gestión de Peñalosa se caracterizó por dos aspectos mal identificados por la opinión. Uno positivo como fue la gestión 'social' (salud y educación) en los barrios relativamente olvidados o de clase media y media baja, y la expropiación del campo de polo del Country Club sentando el precedente de la primacía del interés público; y el segundo, el que probablemente es el peor mal hecho a la ciudad en su historia como fue escoger la opción del Trasmilenio. Y no por el caso de las lozas; ni por la entrega del espacio público a unos particulares-operadores privilegiados; ni por el subsidio que representa mantenerles por cuenta del Distrito la infraestructura de todo el sistema; ni por el fracaso de la chatarrización; ni porque de más de 350 kilómetros de rutas que debían existir solo hay construidas ciento y algo; ni porque la demanda haya duplicado la capacidad de pasajeros prevista y actual, creando el caos que hoy vivimos; todo esto implica solo que era un pésimo proyecto. Pero el verdadero mal es que se renunció a lo que era la real y más elemental solución de transporte masivo para una ciudad de las características de Bogotá como era el Metro; la solución al problema del tráfico se perdió durante 20 años y ya la reconversión a lo que entonces era una posibilidad acorde a la ciudad no se podrá dar ni en los próximos 20 años.

De la segunda administración Mockus no quedan ni recuerdos, diferentes de sus excentricidades y su 'cultura ciudadana' que consistió en pintar cebras —como sucedía en todas las ciudades del mundo— y meter botellas llenas de agua en las cisternas de los sanitarios.

Las alcaldías 'de izquierda' se montaron y dedicaron al programa 'social' (razón por la cual fueron elegidos), pero dentro del juego político a Samuel Moreno le cayeron sus enemigos con un poder y una sevicia más desarrollada que nunca en Colombia (desde la destitución hasta la cárcel el día de hoy, están sentadas dos 'jurisprudencias' únicas en su cabeza, como son las de sanciones de ese tipo por responsabilidad del superior por omisión al no controlar actos de los subalternos; en el caso penal con ya más de dos años sin que inicie siquiera el juicio).

La escogencia de Petro no podía en ningún caso dar resultados diferentes a los conocidos, y no por la condición del procurador o por lo que llama los enemigos de la derecha. Simplemente era un individuo que no conocía nada de la ciudad, ni en su vida había ejercido una función administrativa; adicionado esto a un extremismo ideológico y un ego sobredimensionado y la total ausencia de un equipo preparado para recibir esa responsabilidad, no era de esperar algo diferente.

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