¿Sabe qué? Váyase p’… ¡al carajo!
Opinión

¿Sabe qué? Váyase p’… ¡al carajo!

Por:
abril 02, 2014
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¿Cuántas veces hemos querido mandar para el mismísimo chorizo a un amigo, a un compañero de trabajo, al jefe, a la familia y —sobre todo— a la suegra y: o no lo hemos hecho bien, o temimos perder algo si lo hacíamos, o lo hemos hecho tremendamente mal, o simplemente no lo hicimos porque no sabíamos cómo y nos comimos ese sapo? Pues me encontré el libro Cómo mandar a la gente al carajo en 10 nuevas lecciones y créanme que es muy útil. Lo escribió un sicólogo venezolano, César Landaeta, a quien la oposición venezolana le puede encomendar la undécima lección: mandar al carajo a Maduro. Pero bueno, ese no es el tema.

Los merecedores de tan especial destino son los manipuladores, los chantajistas y los saboteadores según el autor; entiéndase quienes padecen fiebre dictatorial, los envidiosos y los narcisistas. Para crear una buena barrera de inmunización y sacudirse de esos depredadores, lo primero que hay que hacer es analizarse desde el concepto: “Usted no es tan bueno como cree ni tan malo como teme”; es el primer paso que hay que dar; mire sus códigos de ética personal. Hágase preguntas, como por ejemplo: ¿cómo trato a los demás? Esto nos lleva a que para mandar al carajo a alguien como debe ser, hay que pensar tácticamente entre lo aprendido desde la infancia y lo que nos dice la razón actual. Partamos de que “a quienes queremos mandar al carajo suelen nutrirse de cualquier afán que mostremos por complacerles en sus apreciaciones y, si nos descuidamos en darnos la justa calificación que merecemos, ellos lograrán ubicarnos donde quieran”, y ahí —dice el autor— ya estaremos perdidos. Bueno, este era el fundamento para saber mandar a alguien para el carajo, ahora vámonos al más serio: “Mande al que le toque para el carajo”. Suena bueno ¿no? ¡Buenísimo!

Lección 1: Aprenda a usar la rabia. Quítese de la cabeza la idea de que mandar a la gente al carajo implica insultar con palabras gruesas o con golpes, porque ahí inmediatamente le están perdiendo el respeto que cree merecer. Hay que ser sereno, ¡pero firme! Use la sicología silvestre; bueno, no tan silvestre como para echar un madrazo, pero sí usar el sentido común. La rabia, bien aplicada, es parte importante de su repertorio de respuestas para mandar a los impertinentes al carajo. Este punto es muy valioso para cuando uno se encuentra con el envidioso de turno. A mí me han tocado un montón, sobre todo mujeres, pero también hombres que —aunque pocos— son peores que las viejas. Son esos que se atraviesan en sus proyectos, que sabotean todo con burlas y comentarios venenosos, que le hablan a su jefe a sus espaldas y buscan ganarse indulgencias con avemarías ajenas. A todo este “género de imbéciles que entorpecen la marcha de los exitosos”, como dice el autor,  hay que sacarlos del camino con la rabia administrada y con el sable verbal, que es la lección 2: Afile su lengua. ¡Esta sí que suena del carajo! El sarcarsmo es el rey de esta lección. Aquí hay que darle curso a la mordacidad con elegancia. Esto me recuerda unas vacaciones en Washington D. C. en 1990. Después de varios años, regresé porque en la primera visita no alcancé a ir a Mont Vernon, la casa de George Washington, y quería repasar los sitios ya vistos porque me encantan. Como en esta oportunidad viajé sin mis tías, siempre pedía el favor de la foto. Frente al Capitolio no había quién me la tomara; de pronto, aparecieron dos policías y les solicité el favor. Por esos días había un gran escándalo alrededor del entonces alcalde de la capital norteamericana, Marion Barry, arrestado por el FBI en una traba y por posesión de cocaína en el Vista International Hotel. Tomada la foto, los policías, dándoselas de chistosos, me preguntaron en inglés:

—¿De dónde es usted?

—Soy orgullosamente colombiana, —respondí.

¡Oh, Colombia!, good cocain!

A lo que de inmediato respondí con risa burlona:

—¡Sí, a su alcalde le fascina!

Sentí un fresco, recibí mi cámara, di las gracias —como corresponde—, y me fui con un aire de felicidad que no se imaginan.

Así me encanta mandar a la gente al carajo.

Pero hay siete lecciones más:

Lección 3: No permita la calificación.
Lección 4: Use su buen humor, es un arma letal. (En esta me siento como pez en el agua).
Lección 5: Al carajo con los aduladores.
Lección 6: Desmonte la trampa de la culpabilidad.
Lección 7: ¡Salga de la niñez! Actualice su repertorio de respuestas.
Lección 8: Aplique a su familia, pareja y amigos los mismos principios de respeto o… ¡al carajo con ellos!
Lección 9: Aléjese de la castración.
Lección 10: Despréndase de los miedos sociales.

Me encanta esto del autor: “Nadie puede mandar nada al carajo si no se conoce a sí mismo ni a lo que quiere proteger. Seguir la línea del ‘nada se puede hacer’, a la que muchos recurren por temor al cambio, es caer de la resignación, al escalón del resentimiento. ¡Al carajo los rótulos morales!”.

Confieso que no he mandado al carajo a todos los que se lo han merecido, pero con los que lo hice me sentí aliviada. ¿Que me equivoqué en la forma como lo hice con algunos? Sí; más de una vez presenté disculpas, pero jamás me he arrepentido de haberlo hecho. Prefiero que la gente sepa a qué atenerse conmigo y hasta dónde puede llegar conmigo. Después de leer este libro, ¡seguro que no se me va a quedar nadie!

¿Y a usted?

¡Feliz resto de semana!

 

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