¿Sigue vigente el legado de Napoleón?

¿Sigue vigente el legado de Napoleón?

La personalización del poder a través del bonapartismo está a la orden del día. Los peligros son muchos, la historia da cuenta. Un llamado a hacerle el quite

Por: Orlando Solano Bárcenas
diciembre 14, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Sigue vigente el legado de Napoleón?

La historia de Francia muestra que ha sido un laboratorio de casi todas las ideas políticas y formas de gobierno. En efecto, Francia conoció las “jefaturas” arcaicas, las formas de gobierno romanas y galo-romanas, el feudalismo, las monarquías absolutas y desde 1789 a la fecha quince constituciones con numerosas variantes, ensayos, fracasos, éxitos y reformas.

Nos centraremos en el bonapartismo, nacido del pensamiento político de Napoleón Bonaparte y su sobrino Napoleón III, ambos con orígenes en la otrora italiana isla de Córcega. Predica esta corriente política del siglo XIX fidelidad al recuerdo del Primer Imperio, bajo aceptación de la herencia revolucionaria y la utilización sistemática del plebiscito, al igual que la continuación de una política de grandeur y personalización del poder. 

El uso del plebiscito, del referendo-plebiscito y del poder personalizado —quién lo creyera— está bastante a la orden del día en América Latina. Colombia al parecer no es la excepción. ¿Lo es? No. No lo es en virtud de cierto neopresidencialismo que no ha sido escaso en América Latina y al margen del cual Colombia se ha mantenido razonablemente lejano al no legar a momentos o situaciones de bonapartismo, entendido este como una mezcla o conjunción de democracia (plebiscitaria) y de tradición absolutista o autoritaria. ¿De estar Trotsky en la Colombia actual vería en el momento político que vivimos cierta inclinación a lo que él llamaba un “régimen bonapartista”? Iniciemos por el principio. 

De Luis XIV a la Revolución de 1789 

Después de Luis XIV, Francia se fue haciendo un imperio, interrumpido por la Revolución francesa de 1789. Alcanzó su apogeo político y militar a principios del siglo XIX con Napoleón Bonaparte, quien sometió gran parte de la Europa continental para establecer el Primer Imperio francés luego de las diferentes Guerras napoleónicas que marcaron el curso de la historia europea y mundial. Caído este Primer Imperio, una serie de eventos conducirían al Segundo imperio de Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III. Durante el siglo XVIII, Francia había aumentado su territorio europeo con, entre otros, la Lorena (1766) y Córcega (1770). Tierra italiana esta última, de los Bonaparte. 

El tío y el sobrino 

Napoleón I y su sobrino Napoleón III descollaron durante el siglo XIX (1789—1871). El primero durante la Revolución Francesa, las guerras revolucionarias francesas, las guerras napoleónicas y el periodo del Primer Imperio. El sobrino descolló por haber acumulado tanto poder personal que terminaría fundando el Segundo Imperio Napoleónico. 

El “Terror” y el Primer Imperio 

El "Terror" del Comité de Seguridad hizo uso de su poder para perseguir y ejecutar a todos los opositores del nuevo gobierno revolucionario y para ponerle fin, llegaría Napoleón Bonaparte y su Primer Imperio. Después de varios ensayos de regímenes políticos ineficientes, Napoleón Bonaparte tomó el control de la república mediante un golpe de Estado el 9 de noviembre de 1799, haciéndose “primer cónsul” y, a partir del 18 de mayo de 1804, “Emperador de los franceses”. Algunos le consideran como una de las mentes más brillantes de la historia. Otros, sin embargo, lo consideran un dictador sanguinario y uno de los personajes más megalómanos y nefastos de todos los tiempos. Claro que los ha habido peores. 

El nepotismo napoleónico 

En los territorios invadidos, Napoleón nombró a los miembros de la familia Bonaparte y a algunos de sus generales más cercanos como “monarcas de los territorios”. Hoy en día, la familia real sueca desciende del general bonapartista Bernadotte. La batalla de Waterloo, en Bélgica, marcó la caída final de Napoleón. Antes hubo los Cien Días, fecha que hoy en día es referente para calificar cómo será el almuerzo y la cena, de acuerdo al desayuno. 

Los Cien Días. Abdicación de Napoleón en Fontainebleau 

París fue ocupada el 31 de marzo de 1814 por la Reacción europea del Congreso de Viena (1814—1815). El 3 de abril fue depuesto por el Senado y obligado a abdicar incondicionalmente, salvaguardando los derechos de su hijo. El tratado de Fontainebleau estableció la renuncia de soberanía en Francia e Italia para sí y su familia, y su exilio a la isla de Elba, manteniendo su título de emperador de manera vitalicia. Los realistas instalaron en el poder a Luis XVIII. María Luisa y su hijo quedaron bajo la custodia del emperador Francisco I. Napoleón no volvió a verlos. El Corso escapó de Elba en febrero de 1815 y se preparó para retomar Francia. La tropa se le unió y le acompañó hasta París. Llegó el 20 de marzo, sin resistencia armada, en hombros de su pueblo. Levanto un ejército regular de 140 000 hombres y una fuerza voluntaria que ascendió a 200 000 soldados. Era el comienzo de los Cien Días. 

Exilio y muerte. Napoleón en Santa Elena 

Vencido en Waterloo, Napoleón fue encarcelado y desterrado por los británicos a la isla de Santa Elena, en el Atlántico, el 15 de julio de 1815. Allí, con un pequeño grupo de seguidores, dictó sus memorias y criticó a sus aprehensores. Enfermo del estómago, se fue apagando. Posteriormente se constató que había en sus cabellos altas dosis de arsénico (Agatha Christie no había nacido, que quede claro). Sus cenizas fueron repatriadas a París, el 15 de octubre de 1840. Había muerto el 5 de mayo de 1821.Reposan en Los Inválidos. Durante su funeral sonó el “Réquiem” de Mozart. 

La Europa sin Napoleón Bonaparte 

La monarquía francesa de los Borbones fue reinstaurada, pero con nuevas limitaciones definidas por una constitución. La restauración monárquica borbónica en Francia y la monarquía de Julio darían paso a la aparición de Napoleón III, último monarca de Francia. Pese a todo, las libertades de la Revolución Francesa pervivieron.

Si bien la organización política de Francia osciló entre república, imperio y monarquía durante ochenta y dos años después de 1789, lo cierto es que la revolución marcó el final definitivo del absolutismo y dio a luz un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se convirtieron en la fuerza política dominante en el país. Estas masas fueron el objetivo del “sobrino de su tío”, como dijese Víctor Hugo. Los autoritarismos suelen derivar en monarquías verdaderas o falsas. 

El legado de Napoleón Bonaparte 

Bonaparte instituyó diversas e importantes reformas, incluyendo la centralización de la administración de los departamentos, la educación superior, un nuevo código tributario, un banco central, nuevas leyes y un sistema de carreteras y cloacas. En 1801 negoció con la Santa Sede un Concordato, buscando la reconciliación entre el pueblo católico y su régimen. Hizo aprobar varias codificaciones: Código Civil (1804), Código Penal (1810), Código de Comercio (1807), Código de Instrucción Criminal (1808). Bonaparte trató de restaurar la ley y el orden después de los excesos causados por la Revolución, al tiempo que reformaba la administración del Estado. 

El juicio histórico sobre Napoleón Bonaparte 

Ha sido objeto de críticas acerbas y adulación. El Código Napoleón pudo ser su mayor legado, porque a través de él vehiculó el acervo doctrinario de la Revolución francesa de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Es uno de los patrimonios de la humanidad. Su administración pública racionalizada sacó a Francia del caos en el que estaba durante y tras la revolución y le dio al país un nuevo élan para reforzar las infraestructuras básicas de la llegada de la Revolución Industrial. Bienamado por muchos y malquerido por otro tanto, de él Thomas Jefferson dijo cosas verdaderas y falsas. Más de estas últimas: maniática ambición, espíritu tiránico y arrollador, déspota, Atila, devastador de Europa, destructor de las libertades, todo para “engalanarse a sí mismo y a su familia con diademas y cetros robados”. Estos aires de superioridad han sido explicados desde diferentes ópticas, una de ellas es el Complejo napoleónico de la “baja estatura”. Dejó solo un hijo con María Luisa de Austria. 

Napoleón Francisco Carlos, José II Bonaparte (1811—1832) 

Fue Príncipe imperial, Copríncipe de Andorra, Rey de Roma, Duque de Reichstadt, Emperador de los franceses (disputado), precedido por Napoleón I y reemplazado por Luis XVIII, rey de Francia. Nunca llegó a reinar. Hugo lo llamó "El Aguilucho". Muy querido por su abuelo materno. Se dice que fue el padre de Maximiliano, Emperador de México, fusilado por la Revolución. 

La Restauración y la Segunda República 

Después de la primera, vino la Segunda República y luego el Segundo Imperio. En 1848, los disturbios generales llevaron a una nueva revolución y al final de la Monarquía de Julio. La abolición de la esclavitud, de la pena de muerte y la introducción del sufragio universal masculino, que se promulgaron brevemente durante la Revolución Francesa, se volvieron a promulgar en 1848. Luis Felipe abdicó el 24 de febrero y la Segunda República Francesa fue proclamada tras un intenso debate. Sin embargo, esta fue breve. Luis Napoleón le puso fin, como su tío, a través de un acto de fuerza, de facto. 

Carlos Luis Napoleón Bonaparte III (1808 París-1873 Inglaterra) 

Hijo de Luis Bonaparte, rey de Holanda, hermano más joven de Napoleón I, y de Hortensia de Beauharnais; esposo de Eugenia de Montijo, noble española de ascendencia escocesa; padre de Napoleón Eugenio Luis Juan José Bonaparte (1856—1879), llamado por sus partidarios Napoleón IV. Napoleón, Príncipe imperial, hizo su carrera política sobre el hecho de que era sobrino de Napoleón I. En 1816 los Borbones habían desterrado a todos los Bonaparte del territorio francés. Un antiguo oficial de Napoleón I lo preparó en las artes marciales. Fue capitán voluntario de artillería en el ejército suizo. Vivió en Alemania e Italia, donde se hizo carbonario contra la dominación austriaca en el norte de Italia. 

Sucesión del bonapartismo: los cuatro Napoleón 

Según la ley de la sucesión que Napoleón I había establecido durante el Primer Imperio, el orden de prelación para el trono imperial era: su descendencia legítima directa y luego sus hermanos y su descendencia. Por muertes o desheredamientos sucesivos le correspondió el trono a Luis—Napoleón y la generación siguiente. Siendo ya el heredero del bonapartismo y residente en el Reino Unido, Carlos Luis Napoleón volvió secretamente a Francia en 1836. Intentó en Estrasburgo su primer y fallido golpe de estado. En 1840 intentó otro golpe y fue apresado. En la cárcel se formó su mezcla de doctrinas: el romanticismo, el liberalismo autoritario y hasta cierto socialismo utópico; en sus últimos años se hizo defensor del tradicionalismo católico como reparación al anticlericalismo y el ateísmo de la Revolución. En 1846 se fugó para Inglaterra. 

Luis Napoleón III, presidente de la Segunda República 

Mediante elección democrática ascendió al poder, luego de la revolución de febrero de 1848, que depuso al rey Luis Felipe I y que estableció la Segunda República Francesa. En junio de 1848, fue elegido diputado (en cuatro departamentos) y ocupó un escaño en la Asamblea Nacional. El 4 de noviembre de 1848, se promulga la Constitución de la Segunda República, y se presentó como candidato a la presidencia, en las primeras elecciones con sufragio universal masculino en Francia. Ganó por abrumadora mayoría, el 10 de diciembre de 1848, con 5,5 millones de votos de los 7,4 millones registrados (alrededor del 75 % de votos) contra los 1.900.000 votos de Louis—Eugène Cavaignac, su rival más cercano. Las masas rurales católicas fueron su gran apoyo. Fue su lema electoral: «No más impuestos, abajo los ricos, abajo la República, larga vida al Emperador». Además, proponía la restauración del orden después de meses de la agitación política, un gobierno fuerte, un retorno a la consolidación social y la grandeza nacional. Todo esto sobre el lomo de su tío Napoleón I, ahora héroe nacional de Francia. 

Luis Napoleón III, un hombre fuerte “amarrado” por una constitución republicana 

Era un texto que estableció rígidas normas al ejercicio de la magistratura presidencial, de solo cuatro años en el mandato y sin posibilidad de reelección, a fin de evitar que un presidente abusara de su poder para transformar la República en una dictadura u obtuviera una presidencia vitalicia. En 1849 ganaron las elecciones a la Asamblea los monárquicos legitimistas, que le hicieron oposición conservadora de casi extremas. El 31 de mayo de 1850, la Asamblea votó una ley electoral que eliminó el sufragio universal masculino y retornó al voto censitario, lo que eliminó a tres millones de personas del electorado, entre las que estaban artesanos y obreros estacionales. Luis Napoleón presionó para aumentar la duración de su mandato, se le opuso la Asamblea. El 15 de febrero de 1852 pasó a ser la fiesta de “san” Napoleón. Se venía el gobierno de facto. La adoración del “líder” siempre es peligrosa. 

El golpe de estado del 2 de diciembre de 1852 de Luis Napoleón Bonaparte III 

El 14 de enero de 1852 se había promulgado una nueva constitución que reforzó los poderes del ejecutivo —duración de la presidencia 10 años, reelegible— y disminuyó el poder del legislativo que dividió en tres cámaras: Asamblea, Senado y Consejo de Estado. Finalmente, mediante plebiscito celebrado en noviembre, Francia creó un imperio, que se proclamó solemnemente el 2 de diciembre de 1852.

Sin embargo, el 2 de diciembre de 1852, el único presidente de la Segunda República (1848—1852) dio un golpe de Estado, presentándose ante los franceses como defensor de la democracia —sufragio universal masculino— frente a la asamblea, partidaria del voto censitario. Para echarle el pueblo encima a la asamblea apeló al llamamiento a un plebiscito popular que le fue ampliamente favorable y que aumentó su autoritarismo. Seguidamente enfiló baterías contra los republicanos y los monárquicos legitimistas y orleanistas y se proclamó emperador del segundo imperio francés, bajo el título de “Napoleón III”. El 4 de septiembre de 1870 sería depuesto. 

¿Por qué el golpe? 

Para preparar a la opinión pública para el golpe de Estado, Louis—Napoleón contó con el apoyo del partido que formó, el llamado partido “Elysée”. Blandió “Le Spectre rouge” de 1852 (título de un exitoso panfleto de Auguste Romieu publicado en 1851), donde se explotaba el temor de gran parte de la población a los "rojos" que podían ganar las elecciones legislativas de 1852.

La amenaza era grave en la medida en que, ya en 1849 y para sorpresa de todos, los republicanos Los radicales o "democ-socs" (es decir, la Montaña), habían ganado el 35% de los votos y obtenido 200 escaños en la Asamblea Nacional. Finalmente, el presidente Bonaparte multiplicó sus viajes a las provincias tanto para medir su popularidad como para estrechar sus vínculos personales con la población, costumbre que continuaría durante el Segundo Imperio y un poco en el mundo actual. 

El imperio autoritario (1852-1859) 

Considerado un “cretino” por Adolphe Thiers, Napoleón III se valió de los republicanos moderados, los bonapartistas, los orleanistas y los legitimistas para afianzar su poder. Para ello destituyó los ministros que había escogido en mayo de 1852 para reemplazarlos por hombres tomados por fuera del Parlamento, quebrando así el régimen parlamentario e ir preparando la dictadura. Simultáneamente hacía crecer el partido bonapartista, que lo estimulaban al grito de “¡Viva el Emperador!”. La transformación de la presidencia de la República se encaminaba a la dignidad imperial y la vía más expedita era el golpe de Estado. 

Para dar el golpe, nombró incondicionales en el ejército y llamó a este cuerpo, “la élite de la nación”. La fecha del 2 de diciembre la escogió él mismo para conmemorar el sacro de Napoleón I en 1804 y de la victoria de Austerlitz de 1805. En la noche de la víspera, los diputados de la oposición (14) y 62 jefes republicanos y monarquistas —civiles y militares—, fueron arrestados en sus domicilios. En las calles hubo 400 muertos y unos 600 heridos.

Simultáneamente, las tropas se situaron en sitios estratégicos. Leyó el Llamado al pueblo, denunciando a la Asamblea como un lugar de complots, que en consecuencia disolvía (lo que estaba prohibido por la Constitución). Declaró al pueblo entero juez entre él y la Asamblea. Dijo —como su tío— que pretendía “cerrar la era de las revoluciones”. Le propuso al pueblo una constitución con un poder ejecutivo fuerte en manos de un jefe responsable nombrado por diez años, con ministros que dependieran solo de ese jefe, un Consejo de Estado conformado por “los hombres más distinguidos”, un legislativo elegido por el sufragio universal, pero con escrutinio uninominal, una segunda Asamblea formada por “todos los hombres ilustres del país, solo un poder ponderador, guardián del pacto fundamental y de las libertades públicas”. 

Confesaba Napoleón III que se trataba de restaurar —después de haberlo modernizado—, el “sistema creado por el primer cónsul” y afirmaba que su nombre era el símbolo de la Francia regenerada por la revolución de 1789 y organizada por el emperador Napoleón I. Agregaba que esta es “vuestra Francia” y por lo tanto pedía que se le entregaran todos los poderes que pedía para preservarla y a toda Europa “de la anarquía porque con esta decisión del pueblo sería obedecido el mandato de la Divina Providencia”. Líder “máximo” que no apele a esta es de Venus. 

Para acallar las protestas convocó a un plebiscito que legitimara su golpe de Estado. Lo realizó el 21 y 22 de diciembre sobre esta pregunta: “¿Quiere el pueblo francés el mantenimiento de la autoridad de Luis Napoleón Bonaparte y delegarle los poderes necesarios para establecer una constitución sobre las bases propuestas en la proclamación?” Por el sí hubo 7.436.216. Por los No solo 646.737 y 36.880 votos nulos. La masa francesa estaba con él. Seguidamente, la nueva constitución fue elaborada en secreto y sin levantar actas. La comisión no pudo entregar nada. Entonces, en apenas 24 horas el jurista Troplong redactó un texto que Napoleón sancionó el 14 de enero y publicó el 15. 

Una Constitución a la medida y talla de Napoleón III 

El texto consagraba un poder Ejecutivo fuerte, confiado a un presidente elegido por 10 años. Jefe del ejército, de las relaciones exteriores, del comercio, del nombramiento de todos los empleados de la Administración, con derecho de gracia, iniciativa legislativa (luego participa en el poder Legislativo), promulga las leyes, y tiene derecho a declarar el estado de sitio. 

El legislativo no tenía derecho de iniciativa legislativa. Todo proyecto de ley debía ser revisado previamente por el Consejo de Estado antes de ir ante el legislativo. Los diputados no tenían el derecho de Interpelación, no votaban el orden del día, sus sesiones eran de apenas tres meses, el gobierno convocaba, prorrogaba, aplazaba y disolvía al cuerpo legislativo. El Senado fue reducido en su tamaño, los senadores lo eran solo los de “por derecho” (cardenales, mariscales, almirantes) o nombrados vitaliciamente por el presidente de la República y no era una cámara “alta”, era únicamente el “conservador de la constitución”.

El presidente podía anular las votaciones del legislativo si las encontraba inconstitucionales o solo contrarias a la religión, la moral, la libertad de cultos, la libertad individual, la igualdad de los ciudadanos, la inviolabilidad de la propiedad o la inamovilidad de la magistratura. El Senado interpretaba completa la constitución por medio de senados—consultas y reglamentaba las constituciones de Argelia y de las colonias. Recibía y discutía los derechos de petición, sus sesiones eran secretas. En materia de emolumentos los senadores “podían” recibir del presidente dotaciones de 30.000 francos por año. El aumento de la burocracia fue colosal. Esta disminución del legislativo en favor del ejecutivo, ¿verdad que suena familiar? 

En el preámbulo se habían acogido los principios de la Revolución de 1789, sin embargo, la igualdad era solo civil, y nada de la fraternidad ni de derechos sociales. El jefe del Estado era responsable solo ante el pueblo y fundaba de esta manera el régimen “plebiscitario”, que fue autoritario en sus inicios y al año había tornado en el Segundo Imperio sin necesidad de grandes transformaciones de la constitución. A veces basta con comprar a los “coturnos” de turno. 

El senadoconsulto del 7 de noviembre de 1852 restableció la “dignidad imperial” en beneficio de Luis Napoleón Bonaparte III, estableció el orden sucesorio dentro de la casa Bonaparte. Fue sometido a plebiscito y aprobado el 21 de noviembre de 1852 por 7.824.189 sí, contra solo 253.145 no y 65.126 nulos. Senadoconsultos posteriores terminaron de corromper a diputados, senadores y altos funcionarios aumentándoles el salario a 30.000 francos año. Para el emperador se aprobaron gastos “civiles” en un presupuesto de 25 millones de francos anuales. No obstante, la unidad del bloque de apoyo a Napoleón III se resquebrajaría más tarde. El carisma se agota. 

Guerra de México. El fusilamiento de Maximiliano I 

México estaba en su sempiterna guerra civil entre conservadores-liberales. Era un país en quiebra de las finanzas y tanto que Benito Juárez tomó la decisión de suspender el pago de la deuda externa a Francia, España y Reino Unido, países enviaron naves de guerra a México (a Cartagena también llegarían algunas naos de cobradores). Francia no aceptó los motivos del no pago y se aprestó para iniciar los planes de invasión del país mexicano.

Los conservadores solicitaron la intervención exterior y se la ofrecieron a Napoleón III, que soñaba con frenar el creciente imperialismo de Estados Unidos, inmerso en una Guerra Civil. El 5 de mayo de 1862, en la batalla de Puebla, el ejército mexicano derrotó al ejército francés. El nacionalismo mexicano de los liberales hizo eclosión. Estalló la guerra de guerrillas. En París todo el mundo protestaba contra el régimen de Napoleón. Las tropas de este se retiraron de México, y Maximiliano I sería fusilado en Querétaro en 1867. Esta derrota sería bien negativa o positiva para el Segundo Imperio, según la respectiva óptica. 

La vida interna del Segundo Imperio. El Imperio Liberal (1860-1868).

Apoyado anteriormente por las fuerzas del ejército, la burguesía y la Iglesia comenzaron a aparecer brechas en el sistema autoritario o dictatorial. Ahora, al fallarle los apoyos tradicionales mencionados, el gobierno dio un giro hacia la izquierda en busca de nuevos soportes. Comenzó por darle el derecho de iniciativa del Parlamento (1860) y el control de los presupuestos por parte de las Cámaras (1861). En 1864 se le concedió el derecho de asociación y huelga a los obreros. Desde 1867 ante el fracaso en México y en general de la política exterior, así como la del interior a causa de una fuerte crisis económica, el régimen napoleónico tuvo que hacer concesiones.

Al cuerpo legislativo le dio el derecho de interpelación, así como la responsabilidad ministerial ante las cámaras; suavizó las leyes de prensa con supresión de la censura previa, libertad de reunión y anulación de la autorización previa. Es el periodo del Imperio Parlamentario (1868—1870) con evidentes avances de la oposición —de derecha y de izquierda— que fuerzan a hacer las reformas desde el propio poder ejecutivo. Se modifica la constitución, fortaleciendo el parlamentarismo y se recortan las facultades constitucionales de la pareja imperial. Todas estas reformas fueron corroboradas por el pueblo en un plebiscito celebrado en mayo de 1870. La democracia directa puede servir “para” o “contra”, al gusto del líder máximo. 

El fin del Segundo Imperio Napoleónico 

Vino por los lados del canciller prusiano Otto von Bismarck, cabeza de un imperio que se iba fortaleciendo a pasos agigantados. Así fue como llegó a darse la Guerra franco—prusiana (1870) de la que Francia resultaría afectada y el Segundo Reich reafirmado. Napoleón III fue preso en la batalla de Sedán el 2 de septiembre de 1870 y depuesto el 5 por las fuerzas de la Tercera República en París. Fue enviado en exilio a Inglaterra, donde murió el 9 de enero de 1873 y allí reposan sus restos.

Un estudio de ADN (2004) reveló que Napoleón III no era sobrino de Napoleón Bonaparte y sí posiblemente nieto de Talleyrand, el político y diplomático francés. La política exterior de Francia fue errónea siendo la segunda intervención en México el detonante principal. Así, debilitada, Francia llegó a la estrepitosa derrota en la guerra franco-prusiana de 1870. Es bien sabido… llega la Navidad. 

Vida, milagros y legado en general del Segundo Imperio Napoleónico (1852-1863) 

Fue un régimen político que a lo largo de los años, evolucionó del autoritarismo a la democracia. Hasta 1860 Napoleón III gobernó sin oposición, en parte, por el control policial y la censura de prensa, y en parte por la mejoría económica de Francia. Asimismo, los triunfos en política exterior reforzaron la política exterior del emperador bajo tres postulados: el fomento del Colonialismo imperialista, a imitación del inglés (Argelia, Senegal, Indochina, Cochinchina - Vietnam y Laos, Camboya, China); el apoyo a la Unidad italiana (alianza con Cavour, Guerra de Crimea, ganarse la Saboya y Niza, guerra contra Austria, la Cuestión romana); y el Intervencionismo (aliado de Gran Bretaña contra Rusia en 1854 para evitar su llegada al Mediterráneo y contra Austria en 1859, proyecto de protectorado sobre Ecuador). Llega ser “el árbitro de Europa”. ¿Dime, gran Heráclito, si es todo nuevo bajo el sol? 

Pese al autoritarismo y voluntarismo del régimen, Francia tuvo un considerable desarrollo en medios de transportes e infraestructuras modernas al adoptar las teorías del libre cambio y algo de dirigismo. La bonanza económica prosperó y se incrementó la red bancaria, firmándose un tratado librecambista con Inglaterra en 1860 que fomentó el comercio internacional.

Francia estaba tratando de recuperar el atraso con relación a Inglaterra. París pasó a ser la ciudad más bella del mundo con grandes avenidas, un efectivo sistema financiero, parques, y edificios públicos suntuosos, acueductos y alcantarillado eficientes gracias a la visión modernista del barón de Haussmann. Las artes descollaron de modo singular, la música, los museos y las ciencias. Un nuevo proletariado francés se hizo otorgar el derecho de huelga, el sindicalismo, la elevación del nivel de vida de los obreros y de los campesinos, las instituciones de beneficencia, los primeros sistemas de jubilaciones y de seguros para los obreros, la educación de masas, etc. Lo que no le ahorró una o dos tentativas de asesinato. A esto se exponen los líderes máximos. 

¿Qué fue el bonapartismo? 

El bonapartismo es una ideología política inspirada en la política llevada a cabo por el emperador francés Napoleón I. Bonapartismo y su derivado “bonapartista” son términos que podrían aplicarse para referirse —en los siglos XX y XXI— a los partidarios de los pretendientes al trono imperial de Francia, frente a los pretendientes legitimistas y orleanistas. Historiográficamente designan a los partidarios de alguno de los miembros de la familia Bonaparte, especialmente a los de Napoleón Bonaparte (Napoleón I), a su hijo Napoleón II y a Napoleón III.

Igualmente, tuvo una utilización bastante extensa en la Italia del Resurgimiento. Se ha observado que este uso del término es menos frecuente, aunque posible, para referirse a los apoyos a José I Bonaparte por parte de los “afrancesados” de España. De todas maneras, existió y existe todavía si no un culto napoleónico o un "partido bonapartista", sí es cierto que el bonapartismo ha sido aplicado en el Tercer Mundo con amplitud y destrucción de sus frágiles democracias. 

En efecto, el “hijo pródigo de la gloria" sigue siendo un modelo para seguir por gobernantes desmesurados y atrabiliarios y de allí que, entre especialistas de la política, el término sigue siendo aplicado de manera peyorativa como una forma de gobernar autoritaria, populista, desmedida, sin controles parlamentarios o ciudadanos reales, que recurre de manera arbitraria al plebiscito o al referendo—plebiscito en circunstancias en que el gobernante impone su capacidad para manipular la opinión pública a su favor. 

¿Cómo es el bonapartismo de hoy en día? 

El bonapartismo es un fenómeno específicamente francés, que ha hecho carrera un poco por todo el mundo, sobre todo en las áreas del subdesarrollo socioeconómico. Se caracterizó en el país de origen por ser una práctica o una doctrina surgida de los dos Napoleón Bonaparte y que a partir de 1870 se fundamentó en propender por el Estado centralizado nacido del jacobinismo. También —dentro del espíritu contestario de la revolución— por un desprecio manifiesto hacia las jerarquías naturales, las élites y los notables tradicionales. 

El bonapartismo ha tenido cultores en la derecha y en la izquierda, sobre todo en las tendencias populistas de ambas. El término puede usarse tanto para definir un bonapartismo capitalista de derecha o de izquierda, sin que en el fondo haya una diferencia sustancial. En términos teóricos —como lo analizan Marx y Engels— el papel del bonapartismo es el mismo: no dejar que el Estado capitalista se desmorone e incluso puede servir como uno de los últimos recursos de la clase dominante, ante la inminente llegada del fascismo, otra forma, desesperada y aberrante, de mantener el Estado burgués. Sin embargo, el bonapartismo también le sirve y le ha servido a la izquierda para llegar o mantenerse en el poder. De esto saben, por la derecha Somoza-Trujillo-Stroessner-Pinochet en el pasado y por la izquierda Fidel-Raúl-Chávez-Ortega. 

La praxis latinoamericana de bonapartismo 

La praxis política de la izquierda y de la derecha latinoamericanas muestra que ambas tendencias aspiran a establecer una legitimidad personal y dinástica que se sustenta en el apoyo popular y el sufragio universal, en el uso y abuso del autoritarismo del Estado con sus aparatos represivos o ideológicos —administración, ejército, universidad, iglesia— al servicio del orden y el progreso. Las nuevas clases que ambas secretan derivan pronto en formar una burguesía conquistadora de las grandes obras urbanísticas, la intervención del Estado en el establecimiento de las modernas vías de comunicación, políticas aduaneras y el erario puestos a su servicio y acomodo, mediando el uso de la fuerza para imponer la desmovilización de las élites y grupos tradicionales, la despolitización y el control de las masas en sociedades en transición. 

Uno de los fenómenos que más afecta el proceso de participación ciudadana en el Tercer Mundo es el de la personalización del poder a través del bonapartismo, sistema que a veces no es sino una prolongación de los caudillismos típicos del siglo XIX con su característica —también típica— de ser la expresión de los intereses regionales de las capas sociales en formación. Conocer la historia del bonapartismo es algo fundamental para los ciudadanos del siglo XXI porque esta doctrina o praxis suele afectar el proceso de secularización política de los pueblos que lo sufren. 

En efecto, los procesos de bonapartismo y de liderazgo carismático tercermundistas se han caracterizado por afectar enormemente la oposición política parlamentaria y extraparlamentaria. De ambas afectan en general, los subsistemas políticos y de tal forma que el disenso —que es también un aspecto de la participación ciudadana—, se ve abocado a recurrir a la aplicación de métodos violentos que busquen un cambio radical y global del sistema. Es la llamada oposición antisistema o extrasistema.

Todo esto da como resultado que al partido único o al partido hegemónico del líder bonapartista le surja una oposición subversiva o una oposición facciosa que les cuestione permanentemente su tendencia a excluir, forma de oposición que puede conducir al separatismo, al secesionismo, al fundamentalismo, al nacionalismo o al patriotismo tribal formas peligrosas de hacer política, como lo veremos en próxima Nota Ciudadana. 

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