Robledo y el misterioso “tercer actor”

Robledo y el misterioso “tercer actor”

Por: Tomas Orozco
junio 09, 2014
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Robledo y el misterioso “tercer actor”

Dos intervenciones del Senador Robledo han estado circulando por las redes sociales, la una titulada “No votar por los mismos conejos” y la otra “Ni Santos ni Zuluaga, el polo no se entrega”. Llama la atención que ambos discursos hacen referencia a un misterioso tercer actor dentro de la política colombiana, cuya presencia en las actuales elecciones tiene un papel protagónico en la justificación de Robledo en cuanto a su decisión de promocionar el voto en blanco y la abstención. Procedo a transcribir dos frases en las que Robledo lo menciona de forma explícita. “El Polo no acepta la especie de dicotomía que nos están intentando montar” y “(…) ¿porque el truco consiste en qué? En que ellos dos pasen a la segunda vuelta, de forma tal que sin importar quién gane, al final ganarán los mismos”. Me surgen los siguientes interrogantes: ¿Quién está intentando montar dicha dicotomía? ¿Por qué los medios de comunicación no han hecho mención alguna de este gravísimo complot? ¿El truco de quién? Robledo, como aquel que asume que todos saben a quién se está refiriendo, no se preocupa por ponerle nombre al “Insinuado”.

En la perspectiva anti-imperialista del MOIR, de la verdad de Perogrullo de que cualquier acontecimiento social tiene beneficiados y perjudicados y de la observación empírica de que los beneficiados y los perjudicados suelen ser casi siempre los mismos, se da el salto a que los beneficiados siempre son agentes generadores de todos los hechos que los benefician. Es como si uno pudiera deducir del hecho de que alguien fue despedido y me ofrecieron su trabajo, que yo fui la causa del despido. Para ilustrar mi punto, en un país con catorce millones de pobres, cualquier política social de un gobierno es susceptible de ser reinterpretada como un contentillo. ¿Un contentillo que beneficia a quién? No importa. Hay que acordarse que buena parte de la retórica anti-imperialista no haría distinción alguna, en su multiplicación paranoica de sujetos, entre Fernando Londoño Hoyos y El Capitalismo.

Desde este punto de vista, los acontecimientos sociales nunca están librados al azar sino que más bien corresponden a lógicas colectivas de perpetuación y radicalización de las brechas entre El Centro y La Periferia. Y lo que es por lo menos igual de grave, esta forma de hablar oscurece el hecho de que no hay tal cosa como un sujeto único, indivisible, constante y homogéneo que corresponde a Los Beneficiados, y que reúne en sí mismo todos los vicios y es la causa de todos los males. El grupo de los beneficiados está compuesto por individuos con intereses frecuentemente contrapuestos y referirse a todos ellos como sujetos que comparten un mismo propósito simplemente no concuerda con la naturaleza aleatoria y, en buena medida, ciega de los procesos colectivos. Y ahora me devuelvo al “misterioso tercer actor” y en especial a la segunda frase citada. Robledo se anticipa a la pregunta sobre quienes son “Los Mismos” y enumera, a manera de indicios concluyentes que conducen a un único culpable, “los TLC´s, las EPS´s, la pobreza, la ruina, las transnacionales, la concentración de la riqueza y todos los males que le producen a Colombia”.

¿Dónde fue al colegio “la concentración de la riqueza”?, ¿Dónde va a almorzar entre semana, después de un arduo día de trabajo? ¿Dónde la encuentro y a dónde dirijo mi mirada para tirarle un huevo? Hace poco hablaba con un amigo del Polo sobre las razones por las que él iba a votar en blanco y surgió el nombre de Robledo. Mi amigo, con su característica combinación de candidez y lealtad partidista, me dijo: “el Polo no es como el Partido Liberal o el Partido Conservador, o el Verde o mierdas así. La razón de su existencia, y el electorado fuerte del Polo, es de opinión, y es de opinión, porque se respetan unos principios. (…)El Polo no nació para ser oposición. Por eso, si el Polo la llega a cagar de esa manera (apoyando a Juan Manuel Santos), pierde la credibilidad de los maestros, sindicalistas, empresarios, campesinos, pequeños mineros, estudiantes, medianos industriales, y todos lo que reúne el Polo, entre ellos Robledo, que usted lo nombra y que saca la mayor votación por una razón.” El Polo sí es un partido de oposición; no de oposición frente a agendas políticas concretas, como sería por ejemplo la decisión sobre si se construye esta o aquella calzada o se pasan estas o aquellas reformas tributarias, sino frente a “dinámicas sociales” que Robledo trata a la manera de “actores” dentro del escenario político colombiano. Es en torno a un “actor”, y no a procesos sociales aleatorios que Robledo configura su oposición, y es por su oposición a un único “actor” que Robledo está dispuesto a decir que Santos y Zuluaga son lo mismo.

Es una obviedad que no debemos emplear las mismas estrategias cuando tenemos que lidiar con una persona y cuando tenemos que decidir cómo intervenir en procesos sociales complejos. De lo que no se dan cuenta los que todavía creen que la historia va a tener un final feliz y que el solo paso del tiempo traerá los grandes cambios sociales, es que en los análisis costo-beneficio que miden el impacto de una acción sobre un proceso social, - que es a su vez producto de millones de variables y en el cual yo tengo conocimiento y control sobre muy pocas de ellas-, mientras más largo es el lapso en el que yo espero que se manifiesten los efectos de mi intervención, menos certeza tendré sobre el hecho de que ocurrirán y, aún menos, sobre la forma como van a ocurrir. Cuando Robledo privilegia la coherencia ideológica, - y el presunto efecto de esta coherencia sobre el futuro de su partido-, sobre las implicaciones inmediatas de unas elecciones de las cuales dependerá en buena medida que el ambiente político colombiano sea favorable para los partidos de oposición, lo que delata es una profunda ingenuidad. Una, que le va a costar caro. El tratamiento de las dinámicas sociales como “actores” lleva a la idea de que la historia tiene dirección, y que esa dirección es previsible y manipulable. La incertidumbre asociada al desarrollo de los procesos históricos no es la misma cuando alguien cree, de forma simplista, que los actores relevantes con intereses en conflicto son apenas unos cuantos, que cuando reconoce que los actores y los factores que determinan los desarrollos históricos son poco menos que infinitos. Solo porque Robledo deposita su confianza en la capacidad del discurso del Polo para canalizar la inconformidad del pueblo colombiano y solo porque asume además que la identificación del “enemigo” por parte del pueblo colombiano solo es una cuestión de tiempo, puede pretender que la simple coherencia ideológica y la sacralización de su mensaje político como inamovible e innegociable, a la luz de presiones políticas coyunturales, tendrá a la larga más arrastre que la consecución de objetivos políticos inmediatos y concretos.

Solemos sobreestimar el papel de los individuos en la historia y esto hace parte fundamental de la mitología de la democracia. Si no exageráramos la importancia de nuestro voto y del presidente electo, probablemente seríamos todavía menos los que saldríamos a votar. En la mayoría de los casos, esta ilusión de importancia no solo tiene efectos saludables, sino que hace parte integral de una cultura democrática funcional. En especial, las izquierdas democráticas, abanderadas de la justicia y de las mayorías desamparadas, suelen creer que, de salir elegidas, las transformaciones sociales serán irreversibles. Esto, aunado a la creencia de que la consciencia popular sobre las injusticias sociales es eminentemente progresiva redunda en un “después de probarme a mí, no van a querer probar a nadie más”. Cuando todos los candidatos alternativos son cómplices de “La Politiquería Tradicional” y de “El Imperio”, y doy por sentado que estos “dos compinches” solo sirven para producir descontento, las victorias ajenas se convierten en últimas en mis victorias. Pero lamento decirles a los que se juegan la vida por esta mitología, que la elección de Zuluaga no va a resultar en una hecatombe, el mundo no se va a venir abajo, no se saquearán ciudades y la mayoría mantendrá sus puestos de trabajo. En otras palabras, los efectos negativos de que Zuluaga salga electo no serán ni obvios ni llevarán a que el pueblo colombiano se despierte, ni generarán una mayor disposición para que se emprendan grandes reformas. Lo que sí está en juego son dos cosas: la continuación del proceso de paz y el tono con el que se hará política en Colombia en los próximos años. Lo que entiende quien dirige su oposición contra los puntos determinados de una agenda política y no contra todo lo que provenga de un “misterioso tercer actor”, es que el universo de posibilidades esta constreñido por lo que hay en oferta y en una democracia disfuncional como la nuestra, aunque quizá en todas sea así, no tenemos la opción de votar por la Justicia con “J” mayúscula. En mi caso, prefiero la continuación del proceso de paz y la elección de un presidente gris e inofensivo, a la imposición de un discurso nacionalista y violento, que en sus variantes más extremas se limita a corear: “Comunismo ateo, comunismo ateo”. ¡Y por favor nadie vaya a confundir, por semejanzas superficiales de estilo, los desatinos malintencionados de Maria Fernanda Cabal con los juicios, en buena medida justificados, del Senador Robledo!

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