¿Qué es la verdad para quienes han crecido en guerra?

¿Qué es la verdad para quienes han crecido en guerra?

Así lo ven los jóvenes de Túnez, Líbano, Colombia

Por: Julián Barajas, Tamara Cremo, Touré Issoumaila, Elsa Saade, Prativa Khanal y Ghada Louhichi
abril 07, 2014
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¿Qué es la verdad para quienes han crecido en guerra?

Somos hombres y mujeres jóvenes de países que están afrontando el legado de violaciones masivas de los derechos humanos. Este legado es el trauma, el silencio, la negación, la humillación.  Sin embargo, a menudo los políticos dicen que revisitar un pasado doloroso sólo lograría reabrir viejas heridas.

En este afán, es probable que demoren u obstruyan los esfuerzos por develar la verdad, aprueben leyes de amnistía o protejan a los violadores de los derechos humanos, supuestamente en nuestro nombre. Dirán: “Los jóvenes de este país quieren mirar hacia el futuro, no les interesa lo que pasó en otros tiempos”. Supuestamente, las nuevas generaciones no pueden empezar de cero si no se las aísla de los horrores del pasado reciente. Nada más lejos de la verdad.

Si lo de esclarece la verdad, las mismas causas provocarán siempre las mismas consecuencias. Las víctimas siempre reclamarán venganza, los agresores seguirán cometiendo abusos y la violencia irá in crescendo. Saber la verdad es un primer paso hacia la construcción de una sociedad más estable y en paz. Sabemos que el camino será largo y difícil, pero cada uno de nosotros debe involucrarse para que la verdad predomine en nuestra historia y en nuestra sociedad.

Las consecuencias de los abusos cometidos en el pasado pueden estar presentes aunque nosotros, los jóvenes, no los hayamos sufrido directamente. Si nuestros padres o nuestros abuelos sufrieron, y nunca se reconoció su sufrimiento, o nunca recibieron reparaciones, las consecuencias para nuestras familias y nuestras comunidades son reales.

¿Cómo se puede lograr una auténtica reconciliación en una sociedad dividida si no se sabe la verdad acerca del pasado y no se reconoce a las víctimas? ¿Cómo puede un país comenzar un nuevo capítulo cuando miles de familias aún están buscando a sus seres queridos desaparecidos? Negar a la gente el derecho básico a enterrar a los miembros de su familia y a hacer su duelo es un mal comienzo para una sociedad libre. Ignorar el impacto de su desaparición en las vidas de los que se quedan atrás genera desesperación y una sensación de injusticia. El silencio de las autoridades acerca de las circunstancias y la identidad de los autores de crímenes no sólo es una falta de respeto hacia las víctimas, sino que además deja un legado envenenado para la próxima generación. Debemos elegir entre construir y renovar la sociedad sobre una sólida base de verdad y respeto, o hacerlo sobre un tejido de mentiras e ignorancia.

Tras una dictadura o periodo de violencia, a menudo nos dicen que el país no está preparado para la verdad, y que “no es el momento adecuado”. El hecho es que nosotros, los jóvenes, tenemos más tiempo por delante que ningún otro grupo, y también deberíamos ser convocados para tomar decisiones.

En aquellos países que están negociando la paz o intentando construir la democracia; en momentos de cambios trascendentales, en los que las víctimas de la opresión de ayer pueden ser parlamentarios y responsables de las políticas públicas; en esos tiempos, necesitamos coraje para enfrentar la verdad. ¿Cuántos de nuestros conciudadanos fueron desaparecidos? ¿Dónde están? ¿Quiénes son los responsables de la violencia desatada contra los civiles? ¿Quiénes nos robaron el futuro para llenar sus bolsillos? ¿Qué vamos a hacer para restablecer la justicia?

Las sociedades necesitan la verdad. Nosotros los jóvenes no solamente queremos saber la verdad, sino que aceptamos la responsabilidad que su búsqueda conlleva: no basta con alegar que la queremos, debemos comprometernos con la verdad y así buscarla, cuidarla y propagarla.  Mientras el mundo conmemora el Día Internacional de la Verdad, el 24 de marzo, pedimos que nuestras voces no se tengan en cuenta sólo como una reflexión, sino como un claro llamado a romper el silencio sobre el pasado.

Los autores son jóvenes activistas de Colombia, Canadá, Costa de Marfil, El Líbano, Nepal y Túnez. 

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