¿Latinoamérica se levantará de los abusos de sus gobiernos?

¿Latinoamérica se levantará de los abusos de sus gobiernos?

En su discurso ante la ONU, el presidente Petro echó en cara a los países desarrollados la destrucción de la selva amazónica y su responsabilidad sobre el cambio

Por: Jorge Ramírez Aljure
octubre 11, 2022
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¿Latinoamérica se levantará de los abusos de sus gobiernos?
Foto Gustavo Petro: Twitter @petrogustavo

Existe en derecho penal la no incriminación, una figura que exime a un familiar de declarar contra un pariente hasta el cuarto grado de consanguinidad, involucrado en un crimen, una decisión basada en el principio de que dentro de la familia existen intereses especiales como su conservación o los económicos, que de otra manera se verían expuestos por causa de una denuncia de ser esta obligatoria.

La urgencia de que Latinoamérica se encamine, casi que a marchas forzadas, a algún tipo de unidad –así no sea todo lo perfecta que se necesite– nos debe llevar a asumir con tolerancia suficiente comportamientos comprometidos que nunca faltarán, por parte de naciones hermanas, en gracia de consolidar una posición de grupo frente a los retos extraordinarios a que nos enfrenta la historia.

Sin que por ello dejemos de reconocer que desgraciadamente nuestro propio subdesarrollo nos lleva casi que por inercia a alejarnos de la presunción de democracia a la que nos hemos enseñado, o a la que desde el exterior se nos ha impuesto, más para manipularnos que para, de verdad, intentar convertirnos en modelos sobresalientes de aquella.

Y menos negarnos por principio a que entidades internacionales como los organismos de las Naciones Unidas o la Corte Penal internacional decidan condenar a gobiernos cercanos que, por razones de peso, se merezcan decisiones en ese sentido por la violación de principios reconocidos como fundamentales por la humanidad.

Pero los ejemplos para cuidar nuestras reacciones los tenemos en vivo. Jamás la Unión Europea pondría en peligro su unidad porque alguno de sus socios decide desconocer alguno de los principios del grupo, y mucho menos lo haría porque una corte internacional decida condenar a uno de sus miembros.

Hungría y Polonia, lejos están de ser las democracias que el continente quisiera mostrar y varios son los países acusados de maltrato contra los inmigrantes, tanto que la Acnur les ha llamado la atención y recordado su compromiso con esa acción humanitaria, sin que por ello se genere una crisis entre ellos.

Ni siquiera la actitud de Hungría no acorde con el bloque europeo en la guerra entre Rusia y Ucrania ha puesto en crisis su membresía.

Distinto a lo sucedido en nuestros terrenos cuando la más leve discrepancia de un país latinoamericano con las directrices estadounidenses conlleva a que sus naciones hermanas se declaren enemigas del infractor, haciéndose partícipes de las sanciones, embargos y castigos que se determinan unilateralmente desde Washington, para ser luego aprobados en la intrascendente y manipulada OEA, afortunadamente hoy de capa caída.

Todo porque el  tipo de democracia que se nos agenció para países pobres, rota todas las veces en que lo han considerado quienes nos la enrostran como insubsanable, ha servido precisamente para impedir la necesaria unidad del continente a través de los muchos años en que la prevalencia de los Estados Unidos se hizo efectiva sobre los pueblos abajo del Río Grande.

Interminables serían las cuentas sobre intervenciones gringas para derrocar gobiernos considerados democráticos, apoyar dictaduras militares, intervenir en asuntos internos de los países del área para imponer sus intereses políticos o económicos, sin que jamás se hubiera adelantado una queja efectiva en alguna de las organizaciones pertinentes para condenar su intervencionismo manifiesto en países supuestamente libres.

Bastaba agregarle a la violación de la soberanía el estribillo de que lo hacía en defensa de la democracia o contra la expansión del  comunismo.

Una injerencia nefasta que no se da porque sí, sino alimentada por las diferencias culturales que existieron entre quienes invadieron el norte y quienes lo habían hecho en el centro y el sur del mismo, y que desembocaron en modelos de crecimiento diferentes.

Los primeros desarrollándose con base en la industrialización, mientras los segundos, en lugar de hacer lo propio con base en sus riquezas ecológicas fabulosas, convirtiéndose en apéndices explotados de los primeros, generando el eterno subdesarrollo signado por la dependencia económica y política.

Que no indica, como algunos lo continúan añorando, que aquella diferencia abismal que se ha hecho cada vez más injusta e insostenible permanezca a través de los tiempos, y menos cuando por cuestiones del destino nuestro subcontinente hoy tiene razones de peso para intentar un camino diferente que permita la reivindicación económica y social de sus pueblos.

Una idea que aunque ha merodeado desde siempre en la cabeza de los más grandes conductores de Latinoamérica, se ha visto opacada por querencias miopes de la mayoría de sus dirigentes, que la han llevado hoy muy cerca de la inviabilidad de sus naciones.

En especial debido a las deudas impagables e intereses acrecidos que las acosan y la miseria que se apodera de la mayoría de sus ciudadanos, mientras sus logros industriales y comerciales apenas alcanzan para disputarles unas monedas a los países que las rodean.

El presidente Gustavo Petro ha llamado a esta gran unidad latinoamericana soportándola en su riqueza ecológica, desestimando, como lo indican las circunstancias históricas, los problemas que se atraviesan en su relación con Maduro y Ortega, por los que muchos se rasgan las vestiduras.

Y lo ha hecho porque en ella reside la oportunidad más clara de superar el caos que nos cerca. No solo por utilizar y desarrollar riquezas naturales con ventajas comparativas absolutas en distintas áreas que activen una producción sostenible para el bienestar de nuestros pueblos sino porque precisamente estas constituyen el principal recurso in situ para enfrentar el calentamiento del planeta, tema al que la tecnología de las grandes potencias, por más que lo han intentado, no ha encontrado respuesta.

Objetivo en el que no cejarán para no perder poder ni dinero, y del que razonablemente desistirán solo cuando un poder político importante e imbuido de razones irrechazables se imponga como solución para permitir la continuidad de la especie.

Poder político extraordinario que solo se logrará mientras los intereses por la unidad de Latinoamérica estén por encima de los desafueros de sus miembros, y menos cuando estos quieran ser utilizados por intereses ajenos para mantenerla separada e impotente como ha ocurrido hasta el presente. Intereses ajenos que por lo visto y por ver no necesitan lupa para encontrarlos.

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