La pésima vida de los colombianos que los políticos no conocen

La pésima vida de los colombianos que los políticos no conocen

Los colombianos se han hecho a la idea de vivir en la miseria, aunque se han cansado y lo han manifestado en las calles, el hartazgo continúa y los cambios no llegan

Por: OCTAVIO TORO CHICA
octubre 12, 2022
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La pésima vida de los colombianos que los políticos no conocen

Desafortunadamente, nos atrevemos a afirmar que las narrativas políticas y de los miembros del gobierno, en cualquiera de sus tres ramas del poder, y, especialmente en los últimos tiempos en  nuestro país, sean estas de derecha, izquierda, ultras, lo que sea, cada vez se alejan más de las narrativas de las personas, de las historias individuales de cada uno de los colombianos.

Si bien es cierto, y es parte de la madurez política que debemos tener todos como sujetos políticos del siglo XXI, que existen otros nuevos referentes culturales, no es menos cierto que de acuerdo a las vivencias y experiencias de cada uno de nosotros como sujetos políticos, existen diversas narrativas entre las que podríamos mencionar:

Activistas, indecisos, demócratas, violentos, espectadores, medios y así, cada una definida por la composición básica de sus propios intereses.

Todos los seres humanos tenemos una especie de guion o libreto para contar historias y cada uno lo hace desde su propio marco interpretativo que es producto de sus propias vivencias y experiencias humanas y dentro de ellas se asumen experiencias y vivencias de cercanos.

Lo que hace que las narrativas de los cercanos sean muy semejantes y en el fondo, tiendan a las mismas objetivaciones y subjetivaciones con propios calificativos.

Sin embargo, no podemos desconocer que todas las narrativas se dan, desde un contexto determinado y todos nos amparamos en ese determinado marco referencial e interpretativo.

Por lo general, pero sin que sea unánime, las narrativas colombianas, todas están atravesadas por temas tales como el miedo, pues hasta los mismos medios de comunicación se encargan de proliferarlo por doquier y sin ningún tipo de consideración.

Políticos, gobernantes, medios y nosotros mismos, nos hemos encargado de tenerle miedo a todo: los otros nos dan miedo, los vecinos nos lo producen, los jóvenes, los policías, los extraños, los indígenas, los pobres, las mujeres, los hombres, los trans, los afro, todo nos dan miedo con el agravante de que por lo regular, a aquello que nos produce miedo, lo empezamos a mirar, a sentir y a tratar con odio y esa como que es la línea de comportamiento de los seres humanos en Colombia.

No nos soportamos, pues a través de esos odios, están todos los males que nos agobian y sobre los cuales nadie ha hablado, como elementos esenciales que atender, si es que de verdad queremos construir una paz total, la que se hace imposible mientras existan: racismo, clasismo, machismo, xenofobia, sexismo y demás males cuasi pandémicos que agobian a la humanidad y de manera, bastante perturbadora a los colombianos.

El gran desafío de los liderazgos políticos y en este caso del liderazgo político que debe tener el actual gobierno, está en buscar aquellas narrativas que nos ayuden a todos los colombianos a recuperar, sin ningún tipo de miedo, las de nuestras propias existencias.

Los líderes de hoy –y creo yo que los de siempre como lo han demostrado aquellos que han sido verdaderos líderes exitosos en el transcurso de la historia– más que demostrar su poder y su supremacía sobre los demás, deben de buscar las mejores formas y maneras de inspirar, a través de sus narrativas, a quienes lideran para movilizarnos a todos hacia acciones colectivas.

Los miedos nos llevan a las construcciones de histerias colectivas, desprendiéndose de ahí aquel enorme fantasma que hoy carcome a todos los colombianos: la desesperanza cobijada por la incertidumbre y el temor.

Para muchos esa incertidumbre es económica: viven el hambre y la pobreza. Para otros es vital: trabajan de sol a sol sin tiempo para el descanso y el disfrute con la familia, pues, el dinero no cubre todas sus aspiraciones.

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Otros ganan bien para vivir cómodamente, pero les preocupa el futuro de sus hijos y su propia vejez, que hoy ni el Estado ni el mercado laboral pueden o quieren asegurarles. En todos los seres humanos existe una verdadera ansiedad por el futuro y eso produce la famosa angustia existencial.

En alguna oportunidad Angus Deaton, Premio Nobel de Economía, subrayó que en Estados Unidos los hombres blancos, como grupo poblacional específico, se están matando para responder a esta angustia.

No dejemos ese dato como mera estadística, pues en Colombia, las tasas de suicidio, alcoholismo y drogadicción van en alza, fenómenos que por su multiplicación y lo comunes que se han vuelto, parece que hacen parte del paisaje social de nuestra patria. Esta no es de las narrativas que se quedan en el aire como historias, bien o mal contadas, es la triste y cruel realidad.

Cuando se le preguntó a Deaton por qué tanta gente está optando por evadirse así de la realidad y de la existencia, respondió: “porque han perdido la narrativa de sus vidas. Simplemente, ya no tienen expectativas de progreso. No tienen esperanza”.

En efecto, las personas necesitamos contarnos una historia para darle coherencia a nuestra existencia. Y esa historia, o narrativa, tiene que ofrecer lo mismo que brinda un buen discurso político: un objetivo deseable que alcanzar, una tierra prometida a la cual llegaremos si hacemos uso de nuestra voluntad, de nuestras fortalezas y virtudes. Eso nos da propósito y dirección: es la esperanza que nos llama a la acción.

Cuando nuestras vidas tienen una narrativa atractiva, creíble y coherente, nos lanzamos todos los días a “vencer los rigores del destino”.

Cuando no hay esperanza, cuando la historia que nos contamos de nosotros mismos no termina en nada bueno, cuando no hay tierra prometida a la vista, perdemos el rumbo y sentimos que llevamos existencias apagadas, grises y carentes de significado.

Nuestras narrativas y camino a una paz total, tienen que comenzar por sanar nuestras almas violentas que sólo transmiten un lenguaje discriminatorio, agresivo e ignorante: el odio como política.

Vaya narrativa, auspiciada desde el mismo gobierno, así se simulen abrazos fraternales; frases llenas de la palabra amor, más no del sentimiento; corazoncitos dibujados con las manos manchadas, quien sabe de qué, sin preocuparse de que las narrativas también son gráficas y gestuales y estas tienen que tener completa coherencia con un pensamiento, un sentimiento y una actuación.

Debemos tener claro que las nuevas narrativas, tanto políticas y del gobierno como de los demás seres humanos colombianos, comunes y corrientes, tienen que pasar por comprender que Colombia y sus intereses más dignos no son de derechistas, de izquierdistas, de narcoterroristas, sindicalistas, o cualquier otro calificativo, sino de todos los ciudadanos que nos activaremos en nuestros feminismos, nuestros medio ambientalismos, nuestros derechos humanos, en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, en las causas de todos y en las causas de cada uno.

En suma una política y unas narrativas de muchas causas y de causas particulares que nos unan y nos movilicen a todos hacia nuevas narrativas éticas y hacia nuevas éticas narrativas.

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