La paz sin odios
Opinión

La paz sin odios

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diciembre 24, 2014
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Fueron muchas las selvas recorridas, las cartas epistolares entre la insurgencia y Colombianas y Colombianos por la Paz, la solidaridad de miles de colombianos, el oportunismo de la clase política, lágrimas, tristezas y alegrías, estos y otros aconteceres acompañaron una de las tareas más importantes para la paz del país en los últimos siete años: las liberaciones de mujeres y hombres que estaban detenidos en las selvas del país a manos de las Farc como consecuencia del conflicto que vive Colombia hace más de 60 años. Como mujer que incansablemente ha creído que la paz debe ser conquistada a través del diálogo y el entendimiento, me propuse a costa de lo que fuera, buscar la libertad de todos los prisioneros de guerra, tanto los de la selva como los de las cárceles del país.

Fueron indescriptibles los momentos de emoción cada vez que abordaba un helicóptero para viajar a la entrañable selva colombiana en búsqueda de la libertad. Jamás voy a olvidar aquel reencuentro de Consuelo Perdomo, Clara Rojas, Alan Jara, Sigifredo López, los policías y militares, con la libertad y sus seres queridos; fue realmente  vivificante y emocionante, porque entendí una vez más que era y sigue siendo  posible  la construcción de la paz. Pero además, que la paz es tan necesaria para el país como el agua o el aire y que para conseguir la paz lo que menos se puede hacer es atizar la hoguera del odio, porque al contrario perpetúa aún más la cruenta guerra.

En marco de la realización de los diferentes foros de víctimas vi con cierta tristeza, cómo algunos de esos liberados deambulaban por los recintos encendiendo de odio los corazones de algunas  personas, que obedeciendo a esto se prestaron para hacer todo un show mediático con su dolor. Y qué decir de los militares, como el general Mendieta que en cada mirada escupía odio hacia quienes pensamos diferente, y que en contravía de lo que está establecido en el Derecho Internacional Humanitario, se autoconstituyó como víctima de las Farc. Olvida el general que fue detenido en medio de un combate y que por ende se convirtió en prisionero de guerra  y no en víctima, habría entonces que echar siquiera un leve vistazo a las cárceles colombianas donde se encuentran más de 800 combatientes y miles de prisioneros políticos, para darse cuenta de que en estos depósitos inhumanos ni siquiera se respeta el derecho más fundamental, la vida.

Los anhelos de muchas de las víctimas del conflicto colombiano, no son otros que los de dignificar y resignificar su papel como ciudadanas y como colombianas y colombianos y para eso es de vital importancia hacer aquella ceremonia difícil y necesaria del perdón, que no significa olvidar y otorgar impunidad a nadie, pero si albergar en los corazones el deseo de reconciliación que pasa por reconocer también el dolor de los demás, y no naturalizar unos crímenes y condenar otros. Porque si algo se vio en los diferentes foros de víctimas fue que los promotores de camisetas blancas y negras con la frase de “somos víctimas de las FARC’’, creyeron y siguen creyendo que ellos son y serán las únicas víctimas que deberán tener un lugar en La Habana.

Se olvidan los promotores del odio que desde que empezó esta guerra son millones de madres, padres, hermanas, hijos, hijas, etc., víctimas  que nunca más volverán a ver a sus seres queridos, que tuvieron que salir de su territorio o del país y que a pesar de albergar desconsuelo e impotencia en sus corazones están dispuestas, más que a perdonar, a aportar su historia, a solidarizarse entre ellas mismas para superar los infortunios que les dejó la guerra y edificar las bases sólidas de la paz para que nunca más vuelva a repetirse lo que les sucedió.

La esperanza podrá abrazarse una vez la Comisión de Esclarecimiento Histórico del Conflicto Armado desentrañe todo el andamiaje que dio origen al conflicto para que el pueblo colombiano conozca su historia y pueda ir superando sus hondas heridas para caminar hacia la reconstrucción del país, de su tejido social, de sus sueños y de sus caminos por los que transitarán las nuevas generaciones.

La reconstrucción del nuevo país, necesariamente pasa por abandonar las ideas de odio y de rencor, para abonar  la dignidad de los agraviados, de los postergados, y así hacer germinar una paz estable y duradera que vaya más allá del silenciamiento de las armas, que vaya al último rincón de esta Colombia profunda donde está la miseria, el miedo y la desesperanza.

Fecha de publicación original: 13 de agosto 2014

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