La obsesión de pasar a la historia
Opinión

La obsesión de pasar a la historia

Por:
marzo 31, 2015
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Nada mejor para cualquier individuo que, después de muerto, su nombre no quede en el olvido. Es decir, para usar una expresión común, que logre pasar a la historia. Pero es necesario aclarar que hay dos maneras de hacer realidad este anhelo: como resultado de una vida ejemplar o por haber contribuido, de alguna manera significativa, a una causa trascendental, y por supuesto noble, o por el contrario, por haber causado un daño inmenso a la humanidad, a un grupo de seres humanos, con absoluta conciencia. Que lo primero se exalte a través de los años y de los siglos, es obvio. Pero lo que resulta preocupante es que se le llegue a dar la misma importancia al que llegó a ese lugar de la historia por lo bueno que hizo, que aquel que lo logra a través de actos siniestros. Sin embargo, para ser realistas, esto último parece inevitable.

¿Alguien se podrá olvidar de Adreas Lubitz, quien, como parece cada día más claro, decidió no solo suicidarse sino, en el proceso, llevar a la tumba a 149 seres humanos? Es tan monstruosa esta posibilidad que, ojalá por el bien de la humanidad, existan factores desconocidos aún no revelados que den una explicación menos aterradora. Como dijo uno de los dolientes:"(…) cómo fue no importa, la realidad es que están muertos". Desafortunadamente es cierto, pero de confirmarse aún más la explicación que prevalece, nadie puede olvidar ese nombre, como la de un individuo que no solo acabó con la vida de personas inocentes sino que le generó a miles de millones de personas en el mundo un  pánico generalizado.

En medio de la confusión de sentimientos que todos tenemos —porque nos duelen nuestros compatriotas con vidas promisorias que cayeron en este absurdo accidente, o porque simplemente parece que la inseguridad es la realidad de hoy—, preocupa que en medio de sus problemas, Lubitz hubiese decidido pasar a la historia con un crimen de esta magnitud. Sin ser especialista sobe el tema, ni mucho menos, ese deseo de ser reconocido más allá de su muerte podría ser una motivación menos insólita de lo que pareciera. Algunas masacres en países que viven en paz, se han asociado tímidamente a esta posibilidad, obviamente en individuos con serios problemas mentales.

¿Es este un producto de la modernidad?, se preguntan algunos. ¿Es el resultado de no medir todos los factores cuando se toman decisiones como aquella de blindar a los pilotos de los terroristas? Es el costo de haber generalizado el concepto del respeto a la privacidad, piensan algunos. O simplemente ¿es tal la obsesión por la fama de esta civilización que ya no importa cuál sea su costo?

Independientemente de todas las preguntas que hoy se hace el mundo sobre este terrible accidente, que sobrepasa los límites de lo posible, la verdad es que todos tenemos miedo. Lo único que sigue siendo un misterio, como lo han dicho muchos, es lo que pasa por la cabeza de cada individuo. Y si este tiene bajo su control la vida de muchas personas y no existen mecanismos reales para prevenir que estos casos sucedan, lo único que queda es el pánico.

Pánico, porque en este mundo globalizado, ya no solo por trabajo se tienen que utilizar estos y otros medios masivos de transporte. Incluso para ver a los hijos, a los nietos y al resto de la familia, regados por todo el mundo, hay que hacerlo. Como dice María Jimena Duzán: ¡Qué susto! Pero además, se abren tantas preguntas que exigirán respuestas: desde la forma como funcionan estas empresas, hasta qué está pasando por la mente de muchos que deja abierta la posibilidad de llevar a cabo acciones tan desastrosas.

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