La que no llora, no mama
Opinión

La que no llora, no mama

Por:
marzo 31, 2015
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Hace unos días, la potente y todoterreno columnista de este medio, Adriana Mejía, le responde a mi tocayo sobre el delicioso tema de la mamera.  Explica —con lujo de detalles— que la bicicleta como medio de transporte urbano no es sino moda, y describe  —con talento de ecologista aficionada— que tantos ciudadanos independientes, voluntarios, apasionados por lograr cambios positivos en estas ciudades caóticas, buscando inspirar positivamente a otros ciudadanos para alejarnos un poco de semejante adicción al petróleo, ¡son una mamera! Si, ¡qué mamera! Me mama, no me los mamo, ojalá se mamaran. ¡No puedo estar más de acuerdo!

Creo que Mejía hace algo necesario y urgente. No puede ser que yo sea al único columnista racional de este país, cuando de este tema se trata. Mis diatribas antibicicletas, antipeatones, pro pitillo plástico y proicopor necesitaban respaldo profesional de manera urgente. Es literalmente imposible que yo sea el único gasolinero que esté mamado de esos seudoambientalistas yogivegetarianos.

Aunque acepto que la bicicleta tiene más de 150 años de historia, estoy de acuerdo con Mejía; solo hasta ahora se puso de moda. La bicicleta como medio de transporte solamente funciona en otros lugares. En aglomeraciones frías congeladas como Copenhague, en ciudades elegantes como París, en ciudades calientes como Sevilla, en capitales globales como Tokio, en caóticas megalópolis latinoamericanas como Ciudad de México. La transformación de urbes a favor de la movilidad peatonal y ciclista solo ha sido posible en otros momentos de la historia. En la Curitiba de los 80, en la Ámsterdam de los 70, en la Nueva York de hace 5 años, en la Buenos Aires de hace 3 años.

En su momento, todas estas ciudades le apostaron a sistemas de movilidad urbana mucho más sostenibles, porque les dio temor continuar con el modelo “carro por persona”. A mí me gusta el modelo “cada persona tiene su carro y nunca comparte con nadie”, porque simboliza muy bien el progreso que queremos alcanzar. Tenemos a nuestra absoluta disposición una tonelada de acero que nos acompaña en todos los viajes que de otra manera nos tocaría hacer a pie, en bicicleta o en transporte colectivo. Podemos ir a comprar el pan, y nunca tenemos que hacer un poco de ejercicio mientras caminamos hasta la tienda. Jamás tenemos que considerar la opción de tomar un bus o un tren. Y hasta podemos intercambiar gasolina por leche; es decir, manejar plácidamente por eternas autopistas, cruzando puentes a desnivel y esperando solo algunos minutos en los trancones, hasta llegar al supermercado, sin siquiera preocuparnos por tonterías como la huella de carbono o las externalidades negativas de nuestros patrones de consumo.

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Crédito: Zatélite

Nuestro único camino hacia la modernidad pasa por bloquear cualquier iniciativa ciudadana, simbólica, creativa, que busque generar utopías en nuestra sociedad. Soñar con ciudades menos adictas al carro, con sistemas de transporte masivo cómodos, que promuevan la intermodalidad, ciudades con más parques verdes y menos invadidas de cemento y pavimento, barrios con andenes fáciles de transitar, decorados con tiendas de esquina y restaurantes familiares, es ridículo. Lo que debemos promover es desarrollos urbanos (por toda Colombia), como las lomas de El Poblado (en Medellín), de las cuales nos habla Mejía. Yo no vivo allí, pero me encantaría, porque es precisamente el barrio más carrodependiente de toda Colombia. Exhibe tasas de motorización superiores a las del promedio estadounidense, y se pueden admirar hermosos productos de la misma marca Audi, que degustamos con sabor tropical en el Copete de Crema de Mejía. En El Poblado, tradicionalmente primero se han construido expansiones viales y puentes, que andenes y ciclorrutas. Allá los pocos parques verdes y bosques endémicos han sido reemplazados por grandes moles que parecen colmenas de cemento encaramadas en rocas inaccesibles. A quienes nos tiene sin cuidado la interacción humana como base de una aglomeración urbana, ¡nos encantan este tipo de desarrollos urbanos insostenibles!

En el fondo, hay una discusión todavía más complicada que pocos quieren dar: ¿estamos dispuestos a sacrificar un poco de nuestra comodidad diaria para priorizar el bien colectivo? ¿Estaríamos dispuestos a ir a nuestro trabajo un día por semana en transporte colectivo, otro día en bicicleta, otro más compartiendo el carro con algunos colegas? Peor aún, ¿estaríamos dispuestos a invitar a nuestros amigos a hacer lo mismo, y a pedirle a nuestro empleador que nos ofrezca incentivos para que seamos muchos, quienes mejoremos nuestros patrones de movilidad en el trabajo?

La verdad, todos sabemos cual es la respuesta más frecuente a esta pregunta, y es igual a la mía: prefiero que otros hagan ese sacrificio, yo sigo en mi carro, solo, todos los días, quejándome por el trancón, y criticando las decisiones de los gobernantes. No voy a ser yo quien cambie esta ciudad, así que prefiero dedicarme a lo que mejor sé hacer: criticar a aquellos que intentan hacerlo con pasión auténtica, intentar destruir sus sueños ridículos, decirles que me maman. ¡Qué mamera esta nueva generación que cree que puede ayudar a prevenir las catástrofes urbanas que acechan nuestro futuro!

Atentamente,

J.J.Mendoça

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