La muerte criminal: al acecho de la juventud en Montes de María

La muerte criminal: al acecho de la juventud en Montes de María

"Los Montes de María y otras regiones de Colombia, podrían ser un formidable laboratorio para la esperanza y no para que siga la muerte criminal"

Por: Alfredo Manrique Reyes
marzo 21, 2017
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La muerte criminal: al acecho de la juventud en Montes de María
Foto: Archivo diariotrv.com

Las regiones martirizadas por la violencia aun no pierden la esperanza en que la firma e implementación  de los acuerdos de paz, les signifique sosiego y tranquilidad para poder disfrutar la vida cotidiana en sus territorios. En muchos casos, más que el anhelo de obras, la gente espera que la función de justicia efectiva, transparente y oportuna por parte de las autoridades, sea una realidad. Que no tengan que acudir a hacer “justicia” por su propia mano o sufrir la “justicia” draconiana de los poderosos con sus ejércitos ilegales dirigidos a asegurar sus privilegios. Se trata de reconstruir la legitimidad del Estado y de un proyecto social para reivindicar el valor de la vida y del respeto a la dignidad humana, así como la autocontención a la hora de intentar hacerle daño a otro ser humano para tramitar alguna diferencia.

Los Montes de María es uno de esos territorios. Esta es una región llena de historias formidables,  de gaitas, tambores, literatura y otras ricas tradiciones que aun hoy, a pesar de la devastación de la guerra, siguen aglutinando con orgullo a sus pobladores. Estas ricas tierras son cuna de seres de gran altivez que los llevo a ser líderes en las reivindicaciones campesinas por el derecho a la tierra y a la vida digna en el campo desde finales de la década de los 60´s del siglo pasado.  Sus pobladores padecieron 56 masacres desde 1997 y buena parte de su población tuvo que huir a engrosar los barrios de la pobreza y la exclusión en Cartagena, Sincelejo, Montería y Barranquilla. Los jóvenes que hoy tienen menos de 25 años son huérfanos o han padecido de manera directa el horror de todas las modalidades de violencia y la humillación que significa el hecho de que los poderosos jueguen con la vida de las personas, sin que nadie haga mayor cosa, o peor aún: con la complicidad de las autoridades.

Es por ello que el asesinato y la desaparición de jóvenes en sus municipios,  que de  un par de años para acá se vienen dando, es supremamente grave. El último caso sucedió el miércoles 17 de marzo del año en curso. Los pobladores en San Jacinto protestaban sobre la troncal de occidente  por el problema del acueducto que no suministra agua en las residencias, porque se lo han robado varias veces. Se habían sumado los mototaxistas cansados del asecho y de la extorsión de las autoridades a su labor de rebusque del sustento para sus familias, cuando irrumpieron las autoridades para “darle manejo a la protesta ciudadana”. El resultado fue asesinado del joven líder Gustavo Adolfo Camargo Villalba, padre de dos niñas de menos de cinco años, y otros cuatro jóvenes también fueron alcanzados por balas disparadas contra la comunidad sin ningún miramiento. El cadáver de Gustavo, el gaitero y el payasito que con la Legión del Afecto labró la paz entre pandillas en ese municipio en el 2015, fue llevado en helicóptero a Barranquilla para las diligencias de medicina legal, a la espera de que se haga justicia y el crimen no quede impune como tantos otros. Los  heridos se recuperan en medio de la soledad y la intimidación.

A pesar de que las autoridades esperaban disturbios en las exequias de Gustavo, el ritual se llevó a cabo en paz y con mensajes musicales y carteles que pedían respeto a la vida y que las autoridades cumplan con su sagrado deber de proteger “la vida, honra y bienes” de todas las personas. Con los versos de Barba Jacob “Ante la muerte criminal, coros de alegría”, clamaron oportunidades y opciones para ayudar a construir una mejor sociedad y no tener que ofrendar su vida en trabajos sucios para sobrevivir.

La construcción de la paz requiere de un proyecto nacional de juventudes que les permita ser la generación que cimienta la convivencia y reconstruye el país. Para que los jóvenes que no están contaminados de los sectarismos y la impotencia creativa de los viejos, tengan los instrumentos para que puedan atender el cumulo de conflictos económicos, sociales, políticos y culturales históricamente no resueltos en los territorios y que su fórmula para tramitarlos no quedó plasmada en los acuerdos de paz. Los Montes de María y otras regiones urbanas y rurales de Colombia, podrían ser un formidable laboratorio para la esperanza y no para que siga la muerte criminal llevándose lo  mejor de la sociedad: su juventud.

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