La hija del padre
Opinión

La hija del padre

Es el padre quien necesita a una hija que, por fuera del ámbito erótico sexual, sea un sucedáneo de su esposa.

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julio 25, 2023
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Una novela mexicana muy bella escrita por Laura Esquivel, Como agua para chocolate, expuso una práctica familiar interesante y normalizada en nuestra cultura, poco discutida en los países latinoamericanos, aunque mucho más estudiada en los países surasiáticos: la parentalización de las hijas. Es muy frecuente en nuestras familias que la madre “escoja” a una hija, inconscientemente por supuesto, para que supla sus necesidades emocionales y de otro tipo. La sustrae de su infancia y adolescencia, le niega privilegios, no la empodera, más bien por el contrario, la critica y cuestiona. No es viento bajo sus alas. No le interesa que vuele. La necesita en su corral para que la cuide y permanezca con ella durante su madurez y vejez.

Observen en sus propias familias, la nuclear y la extensa en las dos líneas, la materna y la paterna, y empezarán a encontrar hijas que se van quedando en la casa, cuidan de sus madres, bajo la égida materna, quien las rige y por supuesto condena.

Menos reconocida es otra práctica muy común en nuestro continente que también ocurre en las familias pero no la lleva a cabo la madre sino el padre: la esposificación de las hijas. No conozco novela latinoamericana que nos lo cuente, desafortunadamente. Apostaría que no existe tal relato. En el ámbito académico sí ha sido descrito en el libro The father´s daughter, donde se abre el tabú y pone del revés lo que siempre, desde Freud, se dio por sentado. Es el famoso Edipo. En ese triángulo era la hija quien se encontraba en una situación, digamos, “complicada”, atrapada en un triángulo conformado por el padre, la madre y ella, para rivalizar con su madre por el amor del padre. Le dejan la tarea, obviamente, no es raro que un hombre nos deje tareas, de “resolver” ese complejo y por fin acceder al amor masculino de manera “adulta” y “sana”.

Pues bien. Se empieza a mirar desde una óptica menos patriarcal el asunto y se vislumbra que en muchos casos es el padre quien triangula y necesita. Es él el enredado. Se describen dos tendencias en esa esposificación: la emocional y la instrumental. En la primera las necesidades predominantes son emocionales. Las llaman e inquieren su constante atención, se relacionan con ellas como con una amante, a escondidas, les cuentan de sus problemas laborales, afectivos o económicos y las hacen su paño de lágrimas. Las involucran en sus sueños personales al punto que muchas de ellas renuncian a los propios para “compartir” (léase parapetar) los de él.

En la segunda las demandas son logísticas, las del diario vivir: cómprame este regalo para mi secretaria, cocíname este plato, llévame a tal parte, acompáñame a esto, cómo me debo vestir. Se ve en padres con personalidades débiles, dependientes, incapaces de tomar decisiones y con muchos miedos. Con miedo a volar solos. Y adivinen a quién ponen a soplar viento bajo sus alas. A la hija del padre.


La convierte en su confidente, la sobreprotege con la errónea idea de que la débil es ella; le controla sus movimientos, le limita sus relaciones, descalifica veladamente sus vuelos


Le interesa que vuele para él. La convierte en su confidente, la sobreprotege con la errónea idea de que la débil es ella; le controla sus movimientos, le limita sus relaciones, descalifica veladamente sus vuelos, sean estos amorosos, intelectuales o económicos. Cuando ellas tienen hermanos varones también se notan acciones que denotan el interés por empoderarlos a ellos y promover su independencia y éxito. La desempodera para evitar que lo abandone y le hace creer que ella no sobreviviría sin él. Con un agravante. Como esto tiene consecuencias nefastas en el desarrollo, es común que tengan crisis emocionales graves. Lo buscan a él por supuesto y eso refuerza en el padre la idea de que es su hija la necesitada de su amor incondicional, permanente y benevolente, cuando lo que sucede realmente es que ha sido su amor flecha envenenada que la redujo a ese estado de dependencia.

Observen también en sus propias familias o en las de sus amigos o compañeros y empezarán a encontrar muchachitas de corto vuelo, muy emproblemadas, cuyo padre es el centro de sus existencias, para quienes viven y por quienes se condenan.

En ambos casos, la hija parentalizada y la hija esposificada sufren ese designio y se malbarata su desarrollo psicoafectivo. Los todavía escasos estudios, seguramente derivados de prejuicios y silencios científicos orientados por los tabús, pero afortunadamente más numerosos en los últimos cinco años, demuestran secuelas importantes en su salud mental. Mujeres muy inseguras, con una bajísima autoestima (curiosamente se ha encontrado relación con el ahora famoso Síndrome del impostor); externalizan conductas desafiantes, impulsivas, autoagresivas. Se han descrito como personalidades “maquiavélicas femeninas”: manipuladoras, insensibles e indiferentes morales.

En el caso de las hijas/esposas se ignora o más bien se quiere ignorar el papel del padre en su destino fatal. De eso no se habla en los ámbitos clínicos y muchos menos en los sociales. Se aplauden sin cesar, son descritas como muy buenas hijas, tan amorosas y sacrificadas. Qué bonitas, qué entregadas. Esclavas de las relaciones conyugales insatisfactorias muy conflictivas o rotas de sus padres, atrapadas en un rol que refleja el inequívoco lugar de servicio a costa de su propia vida.

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