La fortuna de ser nato de Solita (Caquetá)

La fortuna de ser nato de Solita (Caquetá)

Haber nacido en este lugar es mi mayor tesoro. Tengo cientos de momentos por contar, pero comenzaré por construir la única historia que recuerdo en detalle: la mía

Por: Fortunato Díaz Cabrera
marzo 08, 2019
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La fortuna de ser nato de Solita (Caquetá)
Foto: Facebook Alcaldía de Solita Caquetá

Joba y Julio, colonos de esta región del Caquetá, enamorados del paisaje de la década de los 40, decidieron para mi bien calentar su nido de palma de iraca. Así fui engendrado, entre la pasión por encontrar oro y la libertad lejos de la modernidad, sin más comunicación con el exterior que la inmensidad del río en un recorrido de 5 días aguas abajo. Fue en uno de esos recorridos que comienza mi fortuna, mi madre ya en los días de dar a luz, a bordo de una canoa con los dolores propios del momento camino al hospital, en un error de cálculo en sus cuentas de mi gestación, con tablas de achapo como sábanas, me dio a luz. Literalmente vine al mundo sobre las aguas del río Caquetá. Hasta aquí los recuerdos sacados de la memoria de mi madre, la virgen de mi vida, de mi padre soñador y magnate del alcohol.

En las tareas diarias del campo nace el primer recuerdo desde que tengo memoria, apartando con mi padre las tres vacas del ordeño fui arrastrado prendido de una cola hasta quedar bañado en barro, reímos con él, recordarlo feliz me hace perdonarlo. Fueron muchos sus aciertos, pero también tuvo errores, pues maltrataba a mi madre, arrastrado por el alcohol como pionero en la elaboración y venta del guarapo de caña fermentado. Fue uno de los primeros trabajadores de la Texas Petroleum Company, empresa que exploró el suelo solitense en el 49, fundando Solita, un caserío de la época con casas de madera y chozas de chonta e iraca.

Mi padre nunca aceptó los coqueteos de la hoja de coca, pero sí cayó rendido ante los encantos de otras mujeres, algunas embellecidas por el guarapo, el whisky de aquel entonces. En una sociedad comercial con don Fabio Rocha, primer proxeneta del pueblo, mi padre perdió la cordura, el patrimonio y el amor de la familia. Las obvias razones de mi madre y sus reclamos, combinados con lo demás, formaron la ironía entre el amor de mi madre por atenderlo y él por maltratarla cuando llegaba borracho.

Por otro lado, mi temor de niño era la Patasola y ver una persona muerta, siendo mi primer susto ver un cadáver. Recuerdo que el vecino más cercano nos visitaba todos los días en la mañana a primera hora a tomarse el primer sorbo caliente del día, el tinto. Mi padre lo extrañó un día, por lo que quisimos ir a su casa para saber por qué no nos había visitado ese día. Mi papá gritó varias veces "don César, don César" y no obtuvo respuesta. Yo quise entrar a su casa, pero mi padre no me lo permitió, advirtiéndome que había que respetar la casa ajena. En la tercera oportunidad que fuimos a buscarlo, en un descuido entré a la casa de don César y lo encontré muerto tirado en la cocina.

Ahora bien, lo que más marcó mi vida como nato de solita fue la hoja de coca, esta heroína, según los grandes cocaleros y mafiosos de la región en su momento, trajo bienestar y riqueza, pero ante todo muerte y desolación para cientos de hombres, los bien llamados raspachines procedentes de los departamentos del Valle del Cauca, Antioquia y del mismo Huila, que dejaban a sus familias en su lugar de origen, que venían en busca de un mejor futuro siendo víctimas de sus propias manos. La inocente hoja de coca fue causante de la muerte y desaparición de muchas personas a manos de la guerrilla y los paramilitares. La coca hizo de nuestra región la más olvidada del gobierno central, que por su marginación nos consagró con la peor fama de muerte. En el interior del país nos tildaron como guerrilleros por estos injustos prejuicios.

Sin embargo, después de la tormenta viene la calma: mi pueblo natal pasó de inspección de policía a ser el municipio número 16 del Caquetá, dejando atrás la esperanza de una reserva en petróleo, dejando dormido en su suelo el oro negro más preciado, “el petróleo”. Pero ahí en ese mismo suelo, como león rugiente, se sembró la mata de coca, que pese a su mala asistencia, hacía de mi Solita la más fuerte, acompañada de la pujanza y soñadora comunidad cosmopolita que siempre soñó con ver un pueblo en paz y de progreso (como lo es hoy con sus 23 años de vida municipal). Hoy puedo decir que como muchos hijos solitenses, soy afortunado de ser nato de Solita.

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