Gonzalo Valderrama, el cuentero callejero que les enseño a hacer stand-up comedy a los más grandes

Gonzalo Valderrama, el cuentero callejero que les enseño a hacer stand-up comedy a los más grandes

Por la “Escuelita Valderrama” han pasado Alejandro Riaño, Antonio Sanint e Iván Marín. En enero, publicará un manual con sus enseñanzas

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diciembre 16, 2023
Gonzalo Valderrama, el cuentero callejero que les enseño a hacer stand-up comedy a los más grandes

Para sus admiradores, Gonzalo Valderrama es un artista en todo el sentido de la palabra. Se ha destacado como escritor, cuentero y comediante de stand-up, que es un estilo de monólogo humorístico importado de Estados Unidos que con los años se ha vuelto popular en Colombia.

Lo que muchos no saben es que Gonzalo Valderrama es uno de los pioneros del stand-up comedy en el país y ha sido pieza clave en la formación de otros talentos colombianos como Alejandro Riaño, Iván Marín o Antonio Sanint.

El stand-up comedy es un formato de humor estadounidense, que a él lo enamoró desde muy joven, pero cuando comenzó a practicarlo, hace más de veinte años, no muchos lo comprendían.

Antes de ser comediante, Valderrama debutó en la cuentería. La primera vez que se paró ante una audiencia fue en 1991, en la plazoleta de la Universidad Javeriana donde estudiaba. Ese día tuvo la idea de comenzar su show arrojando su pesado morral desde la parte de atrás de las graderías, donde estaba el público, hacia la tarima.

Se sintió un estruendo. Valderrama recogió las cosas que estaban regadas y las volvió a guardar en su maletín, se sentó en posición de flor de loto y comenzó a cepillarse los dientes con crema dental sin agua. Él mismo califica ese debut cómo “esquizofrénico”. Nadie entendió su obra aquella vez.

Ocho años después, Valderrama volvió a debutar, pero ahora con la comedia. Estaba en un rumbeadero de la zona del Parque de la 93 en Bogotá, donde el DJ ni siquiera sabía pronunciar el término stand-up comedy.

Gonzalo se paró en la barra ante un grupo de niños gomelos que no entendían el formato y comenzó una rutina de chistes que resultó tan acertada como su experiencia de 1991. Es posible que el haber vivido fracasos tan contundentes, haya sido crucial para desarrollar esa perseverancia que aún mantiene, 32 años después. 

En sus años como comediante, Gonzalo Valderrama también hizo parte del programa Comediantes de la noche de RCN y se presentó en la versión latinoamericana del canal Comedy Central.

En la actualidad sigue formando promesas de la comedia y está por lanzar su primer libro de stand-up, que se llamará Del raye a la rutina: Guía de comedia para seres adoloridos.

El libro no sólo está inspirado en los cientos de tarimas que ha pisado Gonzalo Valderrama a lo largo de su vida, sino en los autores que han sido fundamentales para que el comediante se convirtiera en un experto en el tema. 

En su acogedora casa, ubicada en la zona del Parkway bogotano, Gonzalo tiene una biblioteca enorme. Allí entre coloridos libros infantiles, se destacan títulos como Stand-up comedy y The comedy bible (La biblia de la comedia) de Judy Carter o Step by step to stand-up comedy (El paso a paso al stand-up comedy) de Greg Dean. 

Gonzalo Valderrama
Gonzalo, en una de sus presentaciones. Fuente: @valderramacomediante (Instagram)

La Escuelita Valderrama

Para Gonzalo, el stand-up comedy siempre tiene que estar conectado a la persona que lo practica. Es decir, no es válido que los chistes o anécdotas no respondan a una pregunta que él considera esencial: “¿Quién es usted?”. Esa es la principal filosofía del grupo de aprendices que él cariñosamente ha bautizado como La Escuelita Valderrama.

Con esta pregunta, Valderrama desarmó a Antonio Sanint en su primer día de clase. El entonces emergente humorista, quien estaba presentando su espectáculo llamado Ríase, el show, se ofreció para probar una de sus rutinas con los alumnos presentes.

El monólogo de Antonio se trataba sobre la edad de piedra y seguía la línea del espectáculo que estaba presentando en esa época, con chistes ingeniosos, pero que estaban alejados de su propia realidad. Aunque los humoristas disfruten dar garrote por medio del humor, Sanint no es un hombre de las cavernas.

Valderrama le contestó: “ahí no hay una rutina realmente, sólo una idea humorística, pero eso no es stand-up comedy”. Para su siguiente show, que se llamó ¿Quién pidió pollo?, el humorista invirtió la fórmula y el espectáculo fue todo un éxito porque todos los chistes ahora sí estaban conectados con él.

A veces, esa sinceridad del stand up, también puede jugar malas pasadas y fue lo que le sucedió a Alejandro Riaño cuando quiso hacer una rutina sobre los buses colombianos, pero con muy poca experiencia sobre lo que significa andar en transporte público.

Entre sus anécdotas, Gonzalo Valderrama también recuerda la primera vez que invitó a comer a Iván Marín a su casa y el comediante, que venía de un barrio muy humilde de Pereira, no conocía los camarones.

Esta historia la destaca porque a través de ella compara cómo el humorista ahora se la pasa viajando por el mundo, comiendo cosas mucho más exóticas que los camarones y siendo el mismo tipo humilde que era cuando Gonzalo le daba clases.

La filosofía de Valderrama de que el stand-up tiene que ser fiel a la esencia de la persona que lo practica, va de la mano con otra de las conclusiones que él ha enseñado a lo largo de su trayectoria y que enseña desde el primer día de clase: ninguna persona que se meta a hacer stand-up es un ser normal. Gonzalo Valderrama se considera el principal ejemplo de su teoría.

Su recordada desaparición y la familia que no lo deja volverse a perder

En uno de esos tantos días grises en que las neuronas pueden conspirar para tomar por sorpresa la autoestima de un ser humano, Gonzalo Valderrama abandonó su hogar. Tenía problemas económicos y familiares, pero no con su esposa Sheila, sino con su madre que falleció hace pocos meses.  

Ese 11 de febrero de 2016, Gonzalo escribió un post-it con la palabra sorry y lo dejó donde Sheila pudiera encontrarlo. Salió de la casa y comenzó a caminar sin rumbo claro mientras la canción del cantante pop Justin Bieber, también llamada Sorry, lo acompañaba a cada paso. No llevaba sus audífonos, pero su cabeza la reprodujo una y otra vez.

Se internó en un bosque que estaba por la zona de la Avenida Circunvalar con Calle 33 y se escondió para hundirse en sus pensamientos más autodestructivos. El comediante Diego Matheus, amigo de muchos años, alcanzó a pasar por ahí y Gonzalo hizo como si no lo escuchara.

Al tercer día, resucitó entre los muertos en vida, decidió que no quería ser uno de ellos y salió de su escondite para regresar a la casa donde lo esperaban el amor de su esposa Sheila y de su pequeño hijo Miguel. Así lo contó Valderrama en Penúltimas palabras, un libro enternecedor que escribió para exorcizar ese momento.

Pasados los traumas, las explicaciones y las pedidas de perdón, ella fue determinante al decirle que era la única vez en la vida que le pasaría una desaparición semejante. Gonzalo le aseguró que así sería. Han pasado más de siete años y Valderrama mantiene la promesa que le hizo a su esposa aquel día.

El amor familiar ha sido clave y es posible que la vena artística de Miguel lo ayude bastante. Por ejemplo, cuando tenía tres años, el nene pintaba y ya tocaba la batería. Ahora que tiene ocho hace animaciones de stopmotion, que suelen hacerse con muñequitos de plastilina y exigen que cada movimiento se haga cuadro por cuadro.

Alguna vez le pregunté a Migue, como le dicen cariñosamente en la familia, cómo había comenzado a hacer este tipo de animación que puede resultar compleja y dispendiosa tanto para un niño de ocho años como para un adulto de cuarenta. Él simplemente me respondió: Lo aprendí en Internet.

Gonzalo Valderrama ahora tiene otro hijo de tres años llamado Tomás, que nació después del episodio de la desaparición y recién está comenzando a descubrir su vena artística familiar a través del piano y la pintura.

Es que la pintura en la casita Valderrama ha sido fundamental y no sólo por el arte de los dos hermanitos que llenan el hogar con dibujos, sino por cómo con cada uno de sus trazos de colores, Migue y Tomás ayudan a que Gonzalo recuerde que la vida no siempre tiene que ser tan gris.

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