Escuela de guapas

Escuela de guapas

"La calle, la prostitución y el travestismo son algunos de los sacrificios más duros que pueda afrontar ser humano alguno"

Por: Diego Batero
mayo 22, 2017
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Escuela de guapas
Foto: Venevisión

Maritza se aplicaba el labial con el mismo pulso que aplicaría el pintor delineando los claroscuros de su obra, el resultado es un rojo azabache que resaltaba la carnosidad de sus bermellones, los cuales juntaba y alejaba con teatral gesto. Ella sabía que era el personaje central de esa tragedia que noche tras noche la llevaba a sobrevivir en tangas brasileras y con un diminuto brasier en los alrededores de la galería. Y lo hacía pese al frío quiebra hueso que caracteriza las noches manizaleñas. Y lo hacía porque en esas correrías se había llevado los últimos 16 años de su vida.

Aún era temprano, no más de las 5:00 p.m., pero desde el segundo piso de la residencia lográbamos escuchar con claridad el bullicio que se desprendía de las cantinas de la calle de abajo, los cuales se entremezclaban con los tangos y milongas que hacían de esos bebederos sitio de encuentro de bohemios y borrachos, de hombres que buscaban quemar sus horas y mal de amores con el néctar de la noche.

El cuerpo de Laura dibuja toda una geografía de cicatrices hipertróficas que hablaban por sí solas.

—Conocí las calles desde los 8 años, mi papá me echó de la casa luego de que una tía mía le pusiera quejas de que yo me ponía el maquillaje y los tacones de mi mamá, el recuerdo de ese día aún me duele, pero ya los perdoné—, me confiesa con un rostro al que se le hace imposible disimular el dolor de haber vivido lo que ella vivió. Termina la faena de treparse (como denomina el arte de vestirse como una travesti se viste), se mira durante cerca de 3 minutos ante un espejo quebrado que está pegado en la pared frontal del pequeño cuarto, se da media vuelta y observa su cuerpo de perfil, cuando queda satisfecha toma el bolso de la cama y da la orden de que salgamos. Así da inicio a su jornada laboral.

Mientras descendíamos las escaleras me aclara que tiene su vagina en el trasero y aunque no le crea la mayoría de sus clientes la buscan para que los penetre, es la mojigatería de la que vive este pueblo, me aclara. Luego me dice que se prostituye por necesidad, voltea a mirarme y de frente me dice —¿de qué más puede vivir una, sin estudios y marica para más señas?— Tiene razón, esta es una sociedad caracterizada por la exclusión y la marginación.

Cuando llegamos a la puerta de entrada a la residencia nos encontramos con otras tres compañeras de faena de Maritza, dos estaban sentadas en butacas a lado y lado y la otra estaba sobre el andén, fumando un cigarrillo, quejándose de la sequía que había caracterizado la semana.

El cielo ya empezaba a tornarse de un color rojo despedida, la noche estaba cerca y mientras llegaban los clientes empezaron a contar las historias que aparecerían en el cortometraje “La vida amarga”, Paulina, quien sin apartarse de su butaca renegó de primera, se quejaba de que la gente las acusara de ser mujeres de la vida fácil, en un soliloquio e ignorándonos se preguntó sobre qué vida fácil era mamarle el “chimbo” a un borracho mal oliente a la 1 de la madrugada. Y razón no le faltaba, si algo podían atestiguar estas mujeres que han vivido la “escuela de guapas” es que la calle, la prostitución y el travestismo son algunos de los sacrificios más duros que pueda afrontar ser humano alguno.

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