Apatía política

Apatía política

"Si una persona halla a la política como algo fastidioso y aburridor es fundamental que se sacuda y que se de cuenta que en este momento hay gente que literalmente no tiene otra opción que luchar"

Por: Daniel Belalcazar
mayo 22, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Apatía política
Foto: BuzzFeed

Hay una enfermedad altamente contagiosa que está carcomiéndose nuestro tejido social hasta las entrañas. Y no, no se trata de una de las docenas de enfermedades tropicales que son ubicuas nuestro país. Se trata de la indiferencia política: absurda condición mental que nos permite cómodamente recluirnos dentro de nuestra pequeña burbujita, hecha de privilegio, mientras vemos cómo el mundo a nuestro alrededor se cae en pedazos.

Necesitamos entender que "mantenerse fuera de la política" o "estar cansado de que la gente hable de política" no es más que ver al privilegio en acción.

Pero, ¿qué es el privilegio? El privilegio es lo que nos permite vivir una existencia no política. Nuestras riquezas, nuestra raza, nuestras habilidades físicas, o nuestro género, son lo que nos permite a las personas privilegiadas vivir una vida en que no seremos objeto de ataques causados por la ignorancia ciega ni por la intolerancia.

Me atrevería a aseverar que si una persona no quiere "ponerse política" y decide no hacer nada por pelear activamente por los derechos humanos, es porque ni su vida ni su seguridad personal, o la de sus familiares, se encuentran en riesgo.

Es difícil y agotador estar hablando constantemente de temas de opresión (léase: "ponerse político"). La pelea es extenuante. Es entendible, el instinto de auto-preservación es imprescindible. Sin embargo, si una persona halla a la política como algo fastidioso y aburridor es fundamental que se sacuda y que se dé cuenta que en este momento hay gente que literalmente no tiene otra opción que luchar para que se le respeten sus derechos más básicos. Puede que algunos no lo vean, pero este es el efecto que el privilegio tiene sobre nosotros.

Mientras preparaba unas clases de actualidad, me di a la tarea de investigar acerca de algunas estadísticas que ilustran la espantosa situación que millones de colombianos malviven día tras día. Acorde a un informe del IDMC, para el 31 de diciembre de 2015, los colombianos ocupábamos el segundo lugar a nivel MUNDIAL del número de personas desplazadas como resultado de conflictos y violencia, con un vergonzoso total de 6.3 millones de personas. Esto equivale al 13% de la población nacional. Para ponerlo en perspectiva, imagínense que absolutamente toda la población del departamento de Antioquia (incluyendo Medellín) fuera forzada a abandonar su tierra.

¿Saben qué país encabeza la lista?, ¿qué país se les ocurre que podría tener más de 6.3 millones de desplazados? Una pista: ¿de qué país provienen los horrores que llevaron a las noticias al espeluznante caso de Aylan Kurdi, el niño de 3 o 4 años que el mar arrastró muerto hasta las playas de Turquía?

Así es. Siria. Cuna de las civilizaciones más antiguas y milenario país, cuya capital—la destruida Damasco—solía ser conocida como la París del medio oriente.

¿Cómo podemos ser tan apáticos ante nuestra situación si somos conscientes que tenemos tan solo 300.000 desplazados menos que el país que vive la guerra más cruel que se ha vivido en este milenio?

Continuemos con las estadísticas. Acorde a un informe de la FLiP, desde 1977 hasta 2016, 153 periodistas han sido asesinados en Colombia. Y sí, dentro de esta bochornosa cifra se incluye la del asesinato del periodista y humorista Jaime Garzón en 1999, el cuál por cierto sigue en la impunidad. De hecho, acorde al CNMH, de esos 153 casos de periodistas asesinados, el 50% de los casos ya han prescrito, es decir, se quedaron impunes.

La violencia abarca a varios otros sectores, como por ejemplo al de la rama judicial. Acorde también al CNMH, entre 1979 y 1991, 290 personas fueron asesinadas en cumplimiento de sus funciones judiciales, es decir, en su labor de juzgar y procesar posibles criminales.

Este mismo estudio muestra otra estadística aterradora. Entre 1999 y 2005, de los 1.147 sindicalistas que fueron asesinados a nivel mundial, 816 eran colombianos. Pongamos las cosas en perspectiva: Colombia a duras penas llegará a tener el 0.5% de la población global, pero los sindicalistas colombianos componen aproximadamente el 71% del total que fueron asesinados en todo el mundo.

Mi objetivo no es pintar un panorama desalentador, sino todo lo contrario. Lo que intento lograr a través de este corto escrito es que el lector establezca una relación significativa entre el privilegio y la crasa apatía política de la que nuestra sociedad padece.

No está mal ser privilegiado. Es una gran fortuna ser tan privilegiados como lo somos muchos de nosotros. Lo que sí está muy mal, es que teniendo todo para hacerlo, muchos de nosotros dejamos que nuestras vidas pasen en piloto automático y no tengamos ningún reparo en presenciar los horrores que viven una gran parte de nuestros conciudadanos.

Para concluir, me gustaría citar una leyenda africana que conocí a través de la activista ambiental, defensora de los derechos de las mujeres y premio Nobel de paz en 2014, Wangari Maathai, que dice lo siguiente:

Cuenta la historia que un día hubo un enorme incendio en la selva.
Todos los animales huían despavoridos, pues era un fuego terrible.
De pronto, el león, el tigre, la jirafa y muchos otros animales vieron pasar sobre sus cabezas al colibrí… en dirección contraria, es decir, hacia el fuego.
Le extrañó sobremanera, pero no quiso detenerse.
Al instante, lo vieron pasar de nuevo, esta vez en su misma dirección.
Pudieron observar este ir y venir repetidas veces, hasta que decidieron preguntarle al pajarillo, pues les parecía un comportamiento muy extraño:
¿Qué haces, Colibrí? le preguntaron.
Voy al lago—respondió el ave— tomo agua con el pico y la echo en el fuego para apagar el incendio.
Los animales se rieron.
¿Estás loco? – le dijeron. ¿Crees que vas a conseguir apagarlo con tu pequeño pico tú solo?
Mientras continuaba su camino hacia el lago, el colibrí respondió – quizás no, pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo.

Bien decía Martin Luther King que aquellos que amamos la paz debemos aprender a organizarnos tan efectivamente como aquellos que aman la guerra.

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