El sepulturero de muchos de los líderes políticos de Colombia

El sepulturero de muchos de los líderes políticos de Colombia

Reyes Galindo, lleva 25 años en el Cementerio Central despidiendo personajes, pero también ciudadanos de a pie

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febrero 13, 2021
El sepulturero de muchos de los líderes políticos de Colombia

Los entierros de Carlos Pizarro, Álvaro Gómez Hurtado y Luis Carlos Galán han sido de los momentos que Reyes Galindo más recuerda como sepulturero. El gentío que acompañó a los líderes políticos y las pomposas ceremonias de aquellos días fue impresionante –dice Reyes Galindo sentado en una esquina de la gran tumba de Galán Sarmiento, el único que no fue presidente que está sepultado en la calle presidencial del Cementerio Central—.

Enterrar y desenterrar líderes políticos, militares y sociales lo han llevado a sentirse parte oculta de la historia de Colombia. Del entierro de Galán recuerda las palabras de Juan Manuel Galán, frente a la tumba de su padre, entregándole su legado a César Gaviria.

También recuerda el momento que tuvo que desenterrar al líder del M-19, Carlos Pizarro, asesinado en 1990. Su tumba enchapada en mármol y reforzada con placas de seguridad es una de las más concurridas del cementerio. A Pizarro sus fieles visitantes lo ven como a un santo que hace realidad cualquier petición.

Desenterró a Álvaro Gómez Hurtado, cuando su familia pidió el cuerpo del político para sacarlo del Cementerio Central. Lo único que hoy reposa de Gómez Hurtado en el camposanto es una pequeña lápida ubicada a los pies de la tumba de su padre, Laureano Gómez, presidente de Colombia de 1950 a 1951.

Reyes Galindo lleva casi toda su vida metido en un cementerio. La conexión con aquellos lugares empezó desde niño, cuando su padre, Gerardino Galindo, trabajaba como sepulturero en el cementerio de Chapinero. Labor que le heredó años después.

Reyes Galindo lleva 25 años trabajando como sepulturero. Hoy es el de mayor experiencia en el oficio en Bogotá. Foto: Leonel Cordero.

Tenía 12 años cuando su padre lo llevó por primera vez al cementerio. Fue un primero de noviembre, día de las almas benditas. El regresar al camposanto quedó sentenciado cuando su padre le señaló una vieja escalera de color grisáceo para que con ella hiciera lo que bien pudiera para ganarse unos pesos.

Estirando los huesos para que el andamio de madera no pesara más de lo que pesaba, recorrió el cementerio alquilando por 10 pesos sus servicios de poner, quitar y cambiar flores y de limpiar las lápidas altas, a las que los deudos solo alcanzaban con la con el cuello estirado. Ser escalerista se convirtió en su profesión. Domingos y lunes, días de más vistas al cementerio, eran sus días laborales, que alternaba con sus clases de escuela.

En 1995, a los 24, recogió los pasos de su papá que ya estaba de salida. En el cementerio de Chapinero empezó la labor de darle la última morada a los muertos. Cinco años más tarde se convirtió en el enterrador del Cementerio Central y hoy es el hombre más antiguo de Bogotá en el oficio.

Conoce como pocos el cementerio. Cada rincón de este campo tiene una historia que él se sabe. Cuenta que a lo largo de 20 años aquí metido ha visto cosas que ya sus ojos no ven con extrañeza: rituales, cultos, rezos extraños, y hasta fiestas con trago y marihuana en medio de las tumbas.

En la zona histórica, que parece más un patio de museo, donde reposan presidentes, escritores y otros tantos que con su muerte se han hecho más famosos y hasta santos, Reyes Galindo parece guía turístico contando detalles de las tumbas, los muertos que ellas reposan y cómo fueron enterrados.

Sepultar a los muertos es un oficio que Reyes Galindo le heredó a su padre, quien trabajó en lo mismo, durante 25 años. Foto: Leonel Cordero.

El sepulturero de 51 años ha sido protagonista silencioso de entierros multitudinarios y otros tan vacíos donde él y su compañero de turno han sido los únicos que despiden el desconocido cuerpo mientras van metiendo el cofre a la bóveda que luego sellan con ladrillo y una mezcla de cemento, arena y cal, donde por pesar con el difunto ellos mismos le escriben con la punta del palustre el nombre que aparece en un contrato que firmó alguien que no llegó.

El sepulturero con más años de trabajo encima en Bogotá, no quiere que sus huesos sean encajonados entre ladrillos o metidos en un lote de tierra, como lo hace él unas 10 veces al día desde hace 25 años. Quiere que lo cremen. No quiere ser olvidado como la mayoría de sus muertos --ricos o pobres e importantes o no— entre las paredes frías de un cementerio.

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