En la vereda Buenavista, en el Socorro, en Santander, Lucerminda Gutiérrez camina entre sus doce mil matas de café con una serenidad que parece contagiar a la tierra. Su finca, de dos hectáreas, fue heredada de sus padres y sembrada a pulso por su familia. Durante años vivió sin saber si la finca y ella resistirían: las plantas envejecían, los hongos arrasaban con los brotes, las deudas la asfixiaban y para rematar su matrimonio se agrietaba. Su vida se parecía demasiado a sus cafetos: por momentos verdes y llenos de vida, por momentos resecos y sombríos.
Ya en la cocina, mientras Lucerminda inclina la olleta inclinada para servir un par de tintos el olor a café fresco invade el sencillo pero acogedor lugar. Ese tinto fuerte, espeso y con sabor a montaña santandereana lo sembró y lo recogió ella misma de alguna de sus más de 12 mil matas de café que están sembradas en las 2 hectáreas que están detrás de la casa.
Lucerminda lleva toda su vida metida entre esas montañas. Con la taza entre las manos cuenta que desde hace varios años vive del café: lo cosecha, lo cuida, lo recoge y lo vende bien. Su fiel comprador es desde hace más de 5 años Ecom , una gigante comercializadora Suiza fundada a mediados del Siglo XIX por José Esteve un comerciante de algodón catalán, tiene entre sus clientes a la gigantes empresas; ambos, junto a la ONG también suiza Swisscontact, son protagonistas en una historia que nace en tierras santandereanas, que nació de un diagnóstico inesperado.
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Los técnicos de Ecom, visitaban fincas con las que trabajan en Colombia –en Ae¿mercia Latina son 6mil-para medir rendimientos notaron que la tierra no era el único problema. En muchas fincas, la maleza no era solo física: las mujeres estaban paralizadas por el miedo, la tristeza, el duelo por esposos muertos o desaparecidos, el abandono emocional, la sobrecarga. La productividad del café no podía mejorar si las mujeres que lo cultivaban seguían quebradas por dentro.
Ecom, con más de 150 años en el comercio mundial de café y cacao y tres décadas en Colombia, decidió probar algo distinto. Con el respaldo de una multinacional —uno de sus principales clientes— y con Swisscontact como socio ejecutor, diseñaron un poyecto que llamaron Caficultoras Construyendo Prosperidad con tres ejes: acompañamiento psicológico, asistencia técnica y guía para que ellas tuvieran otras fuentes de ingresos a parte del café, que solo da una cosecha al año. Swisscontact puso en marcha los talleres emocionales y de negocios, mientras los técnicos de Ecom ayudaban a recuperar cafetales, analizaban suelos, entregaban fertilizantes y maquinaria, y asesoraban sobre nuevas prácticas agrícola y privados pusieron el dinero.
Nada mas sanador que el contacto con la tierra
Empezar no fue fácil. Muchas mujeres que fueron invitadas a participar en el proyecto no entendían qué tenía que ver su tristeza con las matas de café. Al principio se mostraron escépticas, pero poco a poco se abrieron. No solo empezaron a proponer ideas para diversificar: criar gallinas y cerdos, sembrar aguacates, montar una tienda, sino que empezaron a liberar y a entender sus dramas para así a empezar a sanar.
Lucerminda entendió que su café, como el de varias se sus colegas caficultoras, olía a algo más que tierra: olía las heridas selladas a las malas, a desilusiones y tristezas escondidas entre fogones de leña y entre los oficios de mujer, esposa y mamá. Lucerminda fue otra mujer cuando alguien le dijo que sus dolores del alma también importaban. Fue el momento en que ella y otras tantas cafeteras dejaron de importar solo como cultivadoras de café y empezaron a hacerlo como mujeres.
Hoy, gracias a un proyecto que mezcla pagos justos, asistencia técnica y apoyo emocional, sienten que alguien por fin miró también sus dolores del alma y sus sueños. En total 25 mujeres aceptaron ser parte del proyecto.
Lo primero que pasó fue que les enviaron una experta psicóloga que en pocas sesiones entre cafetales y charlas que se extendían hasta que el día se acababa les enseñó a mirarse al espejo y reconocer su valor. Sandra Delgado, como se llama la profesional que acompaña sus terapias también le enseñó a respirar, a discutir sin gritar, a entender que cuidarse no era egoísmo, mientras que los técnicos de Ecom, los que descubrieron este quiebre personal acompañaban y enseñaban el cómo renovar las matas envejecidas, a combatir la roya con técnicas nuevas, a secar la cereza con microorganismos naturales. El café que antes apenas cumplía empezó a ganar más en calidad. La finca reverdeció. Y ellas, las 25 mujeres, también.
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En cifras, este proyecto parece sencillo: veinticinco mujeres cafeteras de Santander beneficiadas directamente, cientos de hectáreas de café renovadas, fincas con mayores rendimientos, grano con certificación sostenible, y toneladas de café exportadas a las tiendas en Estados Unidos y Europa. Pero detrás de esos números hay vidas enteras que se reacomodaron en silencio, mujeres que aprendieron a conocerse a sí mismas mientras aprendían a cuidar mejor la tierra.
Sola, con cuatro hijos y a todos los levantó a punta de matas de café
En Guapotá, un municipio metido entre las entrañas de Santander en la vereda Cabras, se guarda otras de esas historias. Allí vive Berta Sandoval. Hace casi tres décadas heredó una finca dividida por disputas familiares y endeudada hasta el último surco. La finca, hoy con unas 15 mil matas de café, se le impuso como única opción y único destino.
Entre noviembre y marzo, cuando la cosecha de café está en su punto, su día empieza muchas horas antes de que el sol asomé. Por aquellos días a las 2 de la mañana, Berta enciende la estufa de leña, prepara el café para los obreros, alimenta las gallinas, recoge los huevos, revisa el cacao y, finalmente, calza las botas para salir a la faena. Dirige a los jornaleros y carga canastos y luego bultos sin quejarse. El resto del año, poda, clava estacas, baja la sombra de los árboles, siembra abono o desyerba los senderos. Cuida los pollos y los cerdos. La finca no da tregua y más para una mujer que hace mucho tiempo vive sola.
Hace unos años, el café que salía de sus manos comenzó a viajar más lejos: primero a Nueva York, luego a otras ciudades donde nadie sabe pronunciar “Guapotá”. Eso ocurrió cuando su café fue aprobado de alta por la comercializadora Ecom que le vende a gigantes del mundo. A Berta le bastó con ser lo que siempre había sido —una mujer campesina con ganas de salir adelante— para ser aceptada en el grupo. Aprendió prácticas para mejorar la calidad del grano, a cumplir con las exigencias de las certificaciones internacionales, y —algo impensable antes— se sentó frente a una psicóloga por primera vez en su vida. En esas visitas comenzó a entender que las heridas del alma también reclaman ser abonadas. Bajo la superficie de su tierra fértil seguían enterradas las espinas de un matrimonio roto y años de rencor que se negaba a soltar. Con el tiempo, Berta aprendió que cosechar café también es aprender a cerrar capítulos.
En septiembre, cuando la cosecha está en su mejor momento, Berta hoy siente que recoge más que granos: también recoge la certeza de haber arrancado sonrisas al café y a la vida. Sus hijos, todos mayores, se han ido a Bogotá a estudiar y trabajar. Uno es ingeniero, otro tatuador, otro estudia comercio internacional y la menor trabaja en una heladería mientras avanza en su carrera universitaria. Pero todos regresan a verla en vacaciones, la cuidan desde lejos con llamadas y cámaras de seguridad instaladas en su finca, y celebran con ella cada nueva cosecha. En su finca, las matas y las heridas también florecen cuando se riegan a tiempo.
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Caficultoras construyendo prosperidad no solo está diseñado para salvarles el interior desde la psicología, también viene acompañado con proyectos productivos para que ellas, las mujeres aguerridas que sin saberlo ponen su café alrededor del mundo, tengan otra manera de ganarse la vida aparte del café y detrás de cómo poner a andar estas iniciativas está la administradora de empresas Angélica Luna, quien con jeans y botas contra el barro, recorre finca a finca para guiar a las mujeres en las mejores opciones para ellas. Mientras que Lucerminda sueña con tener 200 gallinas, Bertha quiere aprovechar el apoyo para comprar marranos.
El café de las mujeres que hacen parte de este proyecto es certificado por Ecom como Café Practice y con ese sello así viaja a tierras lejanas para ser servido en las tiendas del mundo. Y ese detalle no es menor: en Colombia, las tiendas de venta de café de varias marcas han crecido, reflejando su confianza en el mercado colombiano. Para estas mujeres, saber que su café viaja hacia esa cadena gigante de cafeterías le da sentido a que aquel café que cultivó con esfuerzo llega, finalmente, a manos que lo valoran.
Estar bien en el alma se reflejó en la tierra: las cifras
Habiendo sanado las cicatrices del corazón y la mente las matas de café hicieron lo propio. Las fincas participantes incrementaron entre un 15% y un 20% su productividad; el grano alcanzó estándares de calidad más altos bien recibidos en los mercados internacionales; más del 80% de las mujeres han dicho que hoy se sienten más seguras emocionalmente; más de la mitad ya está iniciando su proyecto adicional, Lucerminda tendrá gallinas, mientras que Bertha invertirá en cerdos para complementar el ingreso del café. Hay varias ideas sobre la mesa.
Pero lo que no se mide es aún más valioso: la manera en que ahora ellas caminan más erguidas, cómo hablan de sí mismas con orgullo, cómo enseñan a sus hijas que tienen derecho a una vida más liviana y propia. En esta cadena que empieza en las manos callosas de Santander y termina en una taza humeante de café, cada eslabón cuenta. Y en el corazón de esa cadena, hoy, las mujeres se saben imprescindibles y, por fin, visibles.
En aquellas montañas, aunque todo pare igual que antes, ya nada se parece a los días pasados, aunque la neblina se sigue posando como un manto sobre los cafetales, y los cafetales enrojecen para las mismas épocas, las mujeres ya no solo siembran café, ahora también confianza, comunidad y futuro. Porque estas 25 mujeres entendieron que, al final, una finca florece cuando su dueña también florece.
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