El napoleoncito criollo que manda en Cartagena (II)
Opinión

El napoleoncito criollo que manda en Cartagena (II)

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diciembre 10, 2014
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Después de la oposición ciudadana y del trino del presidente de la Andi, sobre la Loma de Marbella: “Entre más fotos me mandan de la Loma de Marbella más me convenzo de que es un adefesio inaceptable para la ciudad”. Era la cereza encima del pudín, que muchos pensamos haría cambiar la actitud del alcalde sobre el esperpento… pero nada, sigue muy orondo, como si no fuera su función impedir que foráneos pasen por encima de los más nobles intereses de la Heroica a su cargo.

Foto: El Espectador, 22 de octubre 2014

Foto: El Espectador, 22 de octubre 2014

Me contó Pepa Simancas[1], que el alcalde de Cartagena rebosante de orgullo por sus resultados electorales y sintiéndose el nuevo Desnarigado, un moderno fundador de la ciudad, que si en la madre patria no pasó de ser un detestable picapleitos, acá nos llegó como “el Adelantado Don Pedro de Heredia”.

Uno de los actos más contundentes y simbólicos de su mandato ha sido el cambio del escudo. Fiel a su tradición, gustoso de la heráldica y los blasones, ha impuesto el desueto escudo que nos trajeron los conquistadores en 1574, en nombre de Su Muy Católica Majestad Don Felipe II, reemplazando de un plumazo al de la Independencia, acogido en noviembre de 1811 para simbolizar la libertad del yugo opresor de la Corona española, oficializado hace unos años por otro alcalde más consecuente con lo que somos.

¿Quien habrá asesorado al alcalde en esta decisión, tan similar a la de la igualmente polémica placa develada por su otra majestad don Charles el príncipe de Gales y su muy hermosa princesa doña Camila?

¿Será que el alcalde se siente un emperadorcito o que, en su cabeza vive un cuento de hadas?

Pero “la tapa de la olla” es lo que me ha contado Pepa Simancas, que el alcalde, muy ufano de su actual look, ya no tan nuevo; mandó a poner su flamante retrato en todos los despachos públicos y en las escuelas del Distrito.

Este culto a la personalidad, que si bien no está prohibido en la Constitución, riñe con la ética y la sencillez que deben ser inherentes a los servidores públicos, especialmente a los elegidos democráticamente, y más en este caso, que fue elegido por un pueblo que creía estar haciendo un cambio, teniendo en cuenta que la situación política de Cartagena y de Bolívar, no es precisamente un ejemplo de pulcritud.

—Ocurre —me dijo aterrada doña Pepa— que el Napoleoncito (como ella lo llama), se cree el Mao Zedong de la Modernidad y todos estos cambios son parte integral de su Revolución Cultural —concluyó la comunicativa dama.

Así se crea Mao, Stalin o Hitler, quienes más han “brillado” por esta nada ética práctica, pero ningún servidor público puede usar, ni los recursos ni la logística del Estado para autoengrandecerse, porque no están elegidos o nombrados para recibir honores, sino para servir a los ciudadanos, y quien hace lo contrario termina estrellándose.

Dionisio Vélez Trujillo, alcalde de Cartagena

Dionisio Vélez Trujillo, alcalde de Cartagena

El culto a la personalidad es la abrumadora adulación a un personaje, especialmente a un gobernante (o mandatario como en este caso), es el arrogante mensaje que envía el que ejerce la autoridad a los ciudadanos diciendo: “Aquí el único importante soy YO”, casi que al mejor estilo del Rey Sol cuando decía: “el Estado soy YO”. Aunque confieso que no deja de sorprenderme la sumisión de rectores y profesores, que entiendo son (al menos deberían ser) funcionarios de carrera, que hayan colgado el retrato sin decir ni mu. Preocupante, muy poco formador y nada democrático mensaje el que reciben los niños y jóvenes a su cargo.

Lo cierto es que el culto a la personalidad lo practica un mandatario cuando quiere perdurar en el poder o proyectarse hacia dignidades más importantes; por lo que, si la sumisión y la pasividad continúan en la otrora Heroica, tal parece que tendremos Dionisio para rato.

 

[1] Peculiar personaje que enviaba unos cables (antiguo nombre para los telegramas), señalando fallas de personajes locales y le encantaba el cotilleo, creada por don Daniel Lemaître Tono (1884-1962), escritor, poeta, compositor, músico y creativo empresario cartagenero.

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