El godo mamerto
Opinión

El godo mamerto

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noviembre 03, 2014
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“A la izquierda nacional e internacional no les interesa el desarrollo de los pueblos. Para ellos es más fácil llegar al poder con un pueblo pobre, desempleado, sin futuro y sin esperanzas”.

Con esta afirmación temeraria inicia su columna del pasado 30 de octubre, en el periódico El Colombiano, el exalcalde de Medellín Juan Gómez Martínez. La titula “Desarrollo y mamertismo” y en ella pondera los beneficios de la construcción de la represa de Hidroituango y califica de mamertos a quienes se oponen a su construcción.

Desconozco los detalles del megaproyecto así como las profundidades de los reclamos de los habitantes del sector. Y por eso no me referiré al asunto de la represa.
Lo que me lleva a escribir es la ligereza del señor Gómez quien mete en un mismo costal a Timochenko y, por ejemplo, a los primeros ministros de Suecia y Dinamarca. Para él, todo lo que se desvíe del centro hacia la izquierda, es sospechoso, demagógico, y —¡claro!—mamerto.

Existe una caricatura del mamerto difundida de un modo muy eficaz en los medios y que, dicho sea de paso, me divierte y comparto: la de un defensor a ultranza y con pancarta de la trasnochada y romántica visión política de la izquierda de los años sesenta que, entre otras características adicionales, piensa en el capital como en un demonio, detesta a los organismos internacionales de crédito, considera al TLC con Estados Unidos como la mayor abominación política de nuestra época republicana, asume que Álvaro Uribe es el culpable de todos los males del país (incluyendo la erupción del volcán nevado del Ruiz), tiene una fotografía del Che Guevara en su mesa de noche, tiembla de emoción cuando escucha las canciones de la Nueva Trova Cubana y considera unos ignorantes descerebrados a quienes no piensan como él.
Poseedores —según ellos mismos— de una verdad incuestionable, esquivan la contrargumentación apelando a los arcaísmos más impresentables y hacen gala de una miopía histórica de dimensiones épicas.
Son, en resumen, insoportables.

Lo triste, lo irónico, lo divertido, es que en el polo opuesto del espectro político, en el extremo más recalcitrante del conservadurismo imaginable, existe un godo que en casi nada se diferencia de su némesis, el mamerto.

Nuestro godo recalcitrante, que yo llamaría godo-mamerto, tiene también unas características inconfundibles: es un defensor a ultranza y con pancarta de la visión política de la derecha de los años cincuenta, piensa en el capital como en un salvador, ensalza a los organismos internacionales de crédito, considera al TLC con Estados Unidos como el mayor acierto político de nuestra época republicana, asume que las Farc son culpables de todos los males del país (incluyendo la erupción del volcán nevado del Ruiz), tiene una fotografía de Laureano Gómez en su mesa de noche, tiembla de emoción cuando escucha los poemas de Jorge Robledo Ortiz y considera unos ignorantes descerebrados a quienes no piensan como él.

Lo insoportable de los mamertos no reside en las aristas de su caricatura: nadie tendría que sentirse violentado porque una persona lleve alpargatas viejas y mochila arhuaca o porque tenga El Capital de Marx como su libro de cabecera.
Lo verdaderamente irritante de estos personajes radica en su intransigencia blindada, en el desconocimiento de la argumentación del contrario, en su autoproclamación como poseedores de una verdad incuestionable y en su persistente incapacidad de matizar el discurso que defienden.

Y, por el otro lado, lo insoportable de los godos-mamertos no son sus corbatas Ferragamo, sus bolsos de Arturo Calle o su libro de cabecera: Camino, de san José María Escrivá de Balaguer.
Lo verdaderamente irritante de estos personajes no es otra cosa que su intransigencia blindada, su desconocimiento de la argumentación del contrario, su autoproclamación como poseedores de una verdad incuestionable y su persistente incapacidad de matizar el discurso que defienden.

“(…) la demagogia se convierte en esperanza, para el demagogo las promesas se transforman en votos”. Escribe Juan Gómez.
Y aunque aplaudo la velocidad del exalcalde para señalar el populismo electoral de las izquierdas, me sorprende que olvide de un modo tan olímpico que él mismo ha trazado su carrera política de la mano de los Valencia Cossio quienes en demagogia y populismo no son, digamos, unos neófitos.

Al final, el señor Gómez cierra su columna con una frase lapidaria: “Los mamertos tienen que aprender a decir las mentiras un poco más creíbles”.
Y yo estoy dispuesto a suscribir esa afirmación. Añadiendo eso sí, que también aplica, en todo rigor, para los godos-mamertos, como nuestro exalcalde.

 

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