¿Cómo sobrevivir a un viaje de 36 horas a China?

¿Cómo sobrevivir a un viaje de 36 horas a China en clase económica?

Sin espacio para las piernas y marginado en el último lugar, la odisea para arribar al gigante asiático casi se ve malograda por un ataque de pánico

Por:
junio 29, 2023
¿Cómo sobrevivir a un viaje de 36 horas a China en clase económica?

No lo pensé dos veces cuando me invitaron a China. Ni siquiera en mis sueños más remotos de viajero impenitente tuve una imagen mía caminando por sus calles. Sobre todo, después de la pandemia. Las restricciones para la entrada de los occidentales se volvieron imposibles. China, como una tortuga gigante, volvía a esconder su cabeza, volvía a ser impenetrable. La muralla volvía a estar ahí, alta, infinita, asfixiante.

Sólo hasta enero del 2023 se fueron relajando las medidas hasta el punto de que, si te invitaba una compañía desde adentro, podrías entrar y yo fui uno de esos elegidos. Huawei, la principal empresa de tecnología de este país, nos abría sus puertas para derribar uno de los cuentos más extendidos en occidente: los chinos, como el ojo de Sauron, nos miran desde atrás de las murallas.

Pero no sólo lo complicado que es entrar a China hacían de este destino una quimera. Estaba el viaje en sí mismo. Después de los cuarenta años, el cuerpo se enconcha. La mejor fiesta es a la que no vas. Mides cada paso. No mejoras, al contrario, te conviertes en todo lo que odiaste. Y yo soy un poco eso ya, un señor que ahorra cada esfuerzo físico, un hombre que ha renunciado a la acción e ir a China es estar en una película de Arnold Schwarzenegger.

Latinoamérica no tiene vuelos directos a China. La única forma de llegar más rápido es en un vuelo Bogotá Houston y de ahí, darle la vuelta al mundo por el Pacífico y arribar directo a Beijing. Sin embargo, ninguno de los periodistas de este continente pudo hacerlo de esta manera.

Nos enviaron por tres destinos: los ecuatorianos y mexicanos se fueron por Ámsterdam, los brasileros por Tokio, los peruanos por París y nosotros, los cuatro colombianos escogidos, por Estambul donde esperaríamos nueve horas hasta tomar un vuelo a Hong Kong de once horas. Desde allí, iríamos un par de horas más en auto hasta la frontera con China en donde nos pondríamos el credo en la boca.

Desde Bogotá a Estambul hay quince horas. Hace seis meses viajé a Madrid por Avianca y afirmo ahora, más que nunca, que no hay un asiento que trate peor un esqueleto que ella. Así que, si sobrevives a un viaje interoceánico por Avianca, podrás pasar el Sahara sólo con un parasol y dos botellas de agua Brisa. Turkish Airlines fue la aerolínea. Está bien, aunque no demasiado bien.

Me tocó la ventanilla, fui el último de la fila. Ir a Cartagena en el puesto de la ventanita es una delicia. Es poco más de una hora viendo montañitas y sacándole fotos a las nubes, pero en un vuelo de más de cuatro horas, estar en ese lugar, al lado de dos personas, es lo más parecido a estar atrapado entre escombros después de un terremoto. Y eso que iba preparado.

Llevé tres de mis libros más queridos, Plomo en los bolsillos, un reportaje sobre la bestialidad que es correr el Tour de Francia, Rimbaud en África, la esquizoide odisea del poeta convertido en traficante de armas en África, y la biografía de Emmanuelle Carrera sobre Phillip K. Dick. Los tres libros tenían algo en común: la necesidad suicida de los hombres de sobrepasar sus propios límites.

Además, había bajado previamente La flauta mágica, Hot Rocks de los Rolling Stones, el Álbum Blanco de los Beatles, Transformer de Lou Reed, tres capítulos de Peláez y de Francisco y cinco de Diana Uribe. Estaba bien de alforjas para llegar a la tierra de los emperadores.

Mis compañeros de viaje fueron dos de los tipos más salvajemente agradables que uno puede conocer en un aeropuerto y eso que eran periodistas, pero aún no han sido infectados por esa enfermedad venérea llamada “soberbia profesional” que ha convertido en lagartos a tantos colombianos dedicados a este noble oficio.

Durante el trayecto a Panamá, conversé con Jorge Hernán Peláez sobre esta tarea y su papá, uno de mis ídolos, así que pude alargar lo más que pude la lectura. Simón Posada, quien no tiene pecados, no padeció nada de esto. Durmió plácidamente hasta Estambul. Unos puestos más atrás, Alfonso Rico se revolcaba en una cobija. Sí, el tráfico en Colombia sufría un colpaso.

No fui consciente de la magnitud del viaje hasta que aterrizamos en Panamá. Habían programado una parada de una hora sin bajarnos del avión, pero al final fueron casi tres. Cuando despegaron, las ilusiones estaban rotas. Habíamos salido de Bogotá a las 4:45 de la tarde, a las 10 de la noche apenas llevábamos cinco horas de las 15 programadas.

Leía sobre un ciclista llamado Hugo Koblet, un suizo que realizó la escapada más disparatada en la historia del Tour, una fuga de 130 kilómetros en donde jamás lo pudieron atrapar porque, para atenuar los dolores de sus almorranas, se puso un supositorio de cocaína y entonces voló como el viento cuando ya el cansancio convirtió las letras del libro en un mondongo cualquiera.

Así que revisé el sistema de entretenimiento del avión y escogí Elvis, una de las mejores películas de los últimos años. No me concentré jamás. Tan sólo quería, a cualquier costo, que me diera sueño. Así que puse todas mis bazas en las dos Trazodonas que había llevado para evadirme de la realidad. Me las tomé. Justo cuando, bajo el letrero de Hollywood, Elvis decide rebelársele al Coronel Parker, empecé a dar las primeras cabezadas. Me quité los audífonos y apagué. Me puse la frazada y pensé que no era tan terrible un viaje a Asia. Cerré los ojos Me quedé sólo en la duermevela.

El sudor frío que me bañaba como si un animal gigante me hubiera estornudado, me despertó. Habían pasado sólo 15 minutos y cualquier rastro de sueño se acabó. Jorge Hernán y Simón dormían a pierna tendida. ¿Por qué no hay más ataques de pánico en los aviones? ¿Los ocultan las aerolíneas? Tuve ganas de gritar. ¿Por qué un asmático consumado como yo, había aceptado esta invitación? Desperté a mis compañeros de viaje quienes, de mala gana, me dejaron libre el espacio para caminar por el pasillo.

A un costado, de pie, arrastrando la madrugada del lugar donde partí hasta un lugar indeterminado del Océano Atlántico, recé. Ojalá Dios tuviera el poder de borrar el tiempo o, de al menos, acercar con su mano los continentes. Después de estar dos horas de pie, volví a sentarme. Acaso más tranquilo. Sólo esperaba que el sol iluminara por mí la península Anatolia. Amaneció sobre el sur de Italia y luego, como una colcha llena de retazos amarillos y verde, pude divisar el suelo de Turquía, maltratado por guerras milenarias.

Estambul
Estambul. Foto: Iván Gallo

Aterrizamos en Estambul a las cinco de la tarde. Hacía calor. Dos hombres de civil, al final del túnel, pedían pasaporte. Buscaban a algún suicida que, llevado por la desesperación, decidió tragarse cuatro bolsas de heroína y venderlas en la tierra del cruel Erdogan, señor supremo de este país. En la ciudad de las mezquitas, antiguo corazón de Constantinopla y Bizancio, debíamos esperar nueve horas.

Cambiamos los pocos dólares que llevamos por liras turcas, tomamos un taxi y fuimos a conocer Hagia Sophia, un edificio de cúpula imperial que ha sabido ser Iglesia, mezquita y museo. El poder transformador de la historia la ha manipulado como ha querido y ella ha sabido acoplarse a los cambios. Hay que quitarse los zapatos para entrar. El olor a pie es opresivo, sobre todo por el calor que hace en Turquía a finales de junio.

Con el tiempo colgando de nuestro cuello, Simón Posada le hace caso a uno de los foodies que sigue en Instagram y vamos a comer un Kebab de cordero jugoso y reconfortante. El gran bazar, donde esperábamos comprar regalos, está cerrado. Vamos hasta el Bósforo y vemos a los barcos caminar con pereza hasta el Mar Negro. Al otro lado está Asia, es sólo cruzar un puente. Si hubiera podido leer a Pamuk, sabría disfrutar más este momento, frente a un sol de agonía lenta nos invade la extraña tristeza de saber que, a pesar de los tesoros que hemos recorrido, el viaje debe continuar. Aún nos esperan diez horas hasta Hong Kong.

Sin sobresaltos llegamos al aeropuerto. Nos dispersan por todo el avión. Peláez va contra una ventana. Cuando el avión ya esté en el aire irá por su quinto sueño. Alfonso Rico, en la mitad de dos turcos gordos, se consolará pensando en que en menos de tres días saldrá el Comscore que confirmará a Semana como el medio más leído del país ganándole el duelo a El Tiempo durante un año entero.

Simón lee las notas sobre Linneo, preparando su ansiado libro sobre Humboldt y la Expedición Botánica. Y yo, por fin, entro en un sueño profundo y extrañamente reconfortante para alguien que sufre de insomnio y se ha visto obligado a pasar una nueva noche sentado en una silla.

Llegamos a Hong Kong treinta y seis horas después sin saber qué hora o qué día es. La expectativa por conocer un país como China es una inyección de energía. Jorge Hernán nos cuenta que, técnicamente, Hong Kong no es China. En 1999 dejó de ser una colonia británica y ahora está en un limbo. Los jóvenes no quieren ser abrazados por el imperio y están dispuestos a inmolarse por la independencia de Hong Kong. Pero eso es otro cuento.

En inmigración, un policía, que resulta siendo una réplica de un integrante de BTS, nos pide entrar a un cuarto. Pregunta por la invitación al evento, la carta del Presidente de Huawei. Se lleva nuestros pasaportes. Siempre con una sonrisa perfecta. Es tan guapo que no sentimos miedo, aunque deberíamos tenerlo. Después de la primera hora, ya empezamos a sentir desesperación.

Paisaje de China
Paisaje de China. Foto: Iván Gallo

Bromeamos sobre los 26 colombianos detenidos en China esperando en el pabellón de la muerte, pero ninguno debe nada. Así que sólo sentimos el fastidio propio de cuatro personas que llevan dos días sin dormir ni bañarse. Somos piratas. Al final, nos dejan ir. Nuestro equipaje está meticulosamente puesto al lado de la banda transportadora de la aerolínea. En otro país, ya no tendríamos equipaje. Nuestro contacto en China nos recibe. Nos ofrece una copiosa cena con cerdo, pato y wantones y una sopa picante que me hace toser, sudar y poner completamente rojo. Terminamos y vamos a una camioneta.

Las maletas a rebosar, todo está listo para arrancar cuando suena el teléfono del chofer y le dice en mandarín que Jorge Hernán ha dejado la billetera en el cuarto de las detenciones. Se devuelve. Mientras esperamos en la camioneta Peláez, debe llenar varios papeles y responder un interrogatorio de una hora. Una hora más a la tortura. Sobre las diez de la noche, Jorge Hernán se sube al auto y, sin entrar a Hong Kong, viendo desde lejos sus edificios iluminados como gigantes dormidos, andamos hasta Shenzhen, la primera ciudad de China que conoceremos.

El viaje dura noventa minutos. Para pasar la frontera hay que hacerlo a pie. El cansancio y el calor es un gorila que te abraza, que te aplasta. Cuando nos bajamos de la camioneta se me empañan los lentes y se pega la camiseta al cuerpo. Nos piden los registros COVID que hemos descargado desde Colombia. Ya no sirven, han caducado.

Así que toca llenarlos de nuevo, pero una vez pisamos suelo chino, todo se bloquea, nos quedamos sin datos. Un guardia de seguridad entiende nuestras señas y nos da línea para llenar el formulario. Lo hacemos, pasamos el primer filtro y en el segundo, vuelve a haber problema, formularios que llenar, invitaciones que entregar. Dos horas después podemos volvernos a entrar a la camioneta. Llegamos a Shenzhen, empieza otra historia. La historia.

También le puede interesar: ¿Vale la pena pagar una millonada para ver la Mona Lisa de París?

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Los ganchos

Los ganchos "transformers" del Ara que lo ayudan a ahorrar espacio en el closet ¿Son buenos?

Así es la pastelería griega en Bogotá donde puede comer ricos postres desde $10 mil

Así es la pastelería griega en Bogotá donde puede comer ricos postres desde $10 mil

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--