"Aquí estamos antes que ustedes", habitantes de La Yunga

"Aquí estamos antes que ustedes", habitantes de La Yunga

La Yunga, vereda del Cauca, al igual que su gente, cambió desde que se construyó el relleno sanitario Los Picachos. Esta es una radiografía de lo que sucede

Por: Mónica Hurtado
septiembre 18, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

La cotidianidad y el ritmo de la vida cambiaron en la vereda donde se construyó el relleno sanitario Los Picachos. Esta crónica es una radiografía de lo que sucede con los habitantes de La Yunga y de los problemas que allí enfrentan a diario. Es una realidad que no puede permanecer invisible para la sociedad.

Llegar a la vereda La Yunga no es cosa sencilla. No es que esté muy lejos de Popayán, lo que pasa es que no tiene vías adecuadas de acceso, y como 150 habitantes aproximadamente, no mucha gente necesita ir para allá. Para llegar a La Yunga hay que coger uno de los buses que van para el municipio de El Tambo. Más o menos a 25 minutos de Popayán hay una vereda que se llama El Charco, ahí hay que bajarse, en un cruce muy visible desde la carretera. En ese momento apenas comienza la travesía. En la esquina del cruce hay una tienda y unas bancas cómodas donde se puede uno sentar a esperar a que pase algún camión de carga o algún carro recolector basura que lo lleve hasta La Yunga. Como la vía es destapada, el viaje es algo extremo, con saltos que permiten sentir un vértigo parecido al de una montaña rusa. Y es así durante 30 minutos, pues es lo que dura el viaje.

Los paisajes son algo grises por ciertas partes y verdes en otras. Y eso se debe a que en la zona las actividades de sustento más comunes son la agricultura y la alfarería, se ven muchos galpones donde hacen ladrillo. También hay una escuela, un centro de salud y una iglesia blanca. Sus caminos son largos, silenciosos y solitarios, es raro encontrarse con alguien de frente. Lo único que pasa por aquellos caminos son los carros recolectores, cada diez minutos pasa uno, de ida o de vuelta.

Pero no se ven muchas personas, parece que todos están en sus casas, incluso a veces hasta las casas están vacías. De vez en cuando sale alguien a indicar las direcciones al mejor estilo payanés: “Don Robinson vive ahí arribita, después de la curva y pasando el lago”, dice una señora que sale con una camisa recién lavada en sus manos. Pero no es “ahí arribita”, todavía falta largo rato para encontrar la casa de don Robinson, el presidente de la Junta de Acción Veredal de La Yunga. Ya cuando uno cree que no hay más camino, aparece el famoso lago, grande y profundo, desde lejos se alcanza a ver la cantidad de peces rojos que hay en él. El sonido de los peces es de lo poco que se puede escuchar, y el ladrido de los perros. En las casas siempre hay perros, a veces no hay nada más que los perros.

La única casa visible desde el lago es una que está al lado, una casa bonita y grande. Hay que gritar más o menos por cinco minutos hasta que aparece un señor, medio dormido, a decir que la casa de don Robinson está cerca: “después de esta curva al lado de un galpón, ahí pregunten que ahí le dicen. Está cerca”, dice él. Y en verdad no está tan lejos el galpón, es la primera vez que se puede ver un grupo grande de personas reunidas, todos se asoman a indicar dónde queda la casa de don Robinson. “Siga el camino de ahí y pase por el puente, ahí queda la casa de él”, afirma un joven. Siguiendo aquel camino se puede observar una casa bonita de dos pisos. Alrededor hay muchas zonas verdes y también un lago, pero no tan grande. Finalmente es la casa de don Robinson.

Su esposa, una señora amable y atenta, señala con su cara que don Robinson viene hacia la casa. Con algo de leña sobre su espalda, él se acerca con amabilidad diciendo entre dientes: “estuve esperando desde hace rato”.Llegar a tiempo es algo complicado si uno no sabe cómo es el viaje a La Yunga, por la travesía del viaje, extrema para quien pocas veces sale de la urbe. La sala de su casa es confortable, hay unas poltronas cómodas y modernas, en donde pueden sentarse seis personas. Pero parece que no es el lugar donde más permanece la gente de la casa, pues no se siente así. Parece un lugar de exhibición más bien. Para las visitas nada más. Don Robinson entra después de ponerle sitio a la leña y de ponerse una camiseta fresca. También lleva una gorra de protección y unas botas pantaneras. Él además de ser el presidente de la Junta, es también un campesino, se dedica a la agricultura en donde maneja la línea productiva de café, piscicultura y reforestación comercial. Con orgullo habla de su finca, y de su familia, su esposa como un baluarte y de sus dos hijas como su mejor legado.

Un hombre comprometido

Robinson Astudillo, habitante de la vereda La Yunga, es un buen orador, habla con propiedad, seguro de sí mismo. Habla tan fuerte y firme, que resuena en los alrededores de La Yunga, incluso su voz es más implacable que el sonido de los carros de basura. Parece que a lo largo de su vida, aprendió del campo y de sus carencias a ser una persona fuerte. Él contrasta mucho con la vereda donde nació, creció y hoy habita. Su carácter, su actitud, su forma de mirar y de hablar, distan mucho del semblante de la vereda, sola, callada, escondida y tímida. Él la defiende a capa y espada, se nota que ama el lugar en donde está.

Ha vivido siempre en este lugar. “Cuando yo fui niño las condiciones eran muy difíciles en esta zona. En ese tiempo, estamos hablando hace 40 años, las condiciones eran muy diferentes a lo que son ahora, en ese tiempo la gente era muy humilde, muy pobre, mi niñez fue bastante difícil”, afirma. Sin embargo ese hecho no lo conmueve ni le duele, más bien lo dice con orgullo, sabe que su condición es lo más de común en las zonas rurales del Cauca. Diferente es la voz quebrada y mirada baja al hablar sobre su padre, con el que nunca contó: “Nunca tuve un papá, mi mamá prácticamente me tuvo sola, a mí y a mi hermana, a pesar de todas las complicaciones que ya había, esa fue una más”.

Aunque estudió hasta quinto de primaria en la escuela de la vereda, don Robinson es un hombre elocuente, con la humildad y sencillez para admitir que si no pudo estudiar más, fue porque económicamente no le fue posible. Trabajó en el campo desde muy joven para ayudarle a su mamá con los gastos, para mejorar las condiciones de su vida. A los 20 años muchas cosas cobraron sentido. “Me casé, inicié una familia, conté con una muy buena esposa, una persona que ha sido mi mano derecha, que me ha apoyado en todo momento, hemos podido hacer una gran familia”. Una de sus hijas, tiene 10 años, merodea la casa de arriba abajo, extrañada por la visita, quizá. Ella estudia en la escuela de la vereda y cuando pase a sexto de bachillerato deberá trasladarse a la Institución Educativa Cajete, tal como lo hacen los demás niños de La Yunga, tal y como hizo su hermana mayor, quien ahora estudia en la Universidad del Cauca, una carrera que tal vez la une a sus raíces, Ingeniería Agropecuaria. Todo lo que don Robinson pueda hablar sobre su pasado y presente será rodeado de un aura de orgullo. “A pesar de que mi niñez y mi juventud fueron bastante difíciles, cuando uno tiene que sacrificar cosas, uno aprende a valorar realmente lo poquito que tiene, a quererlo y a estimarlo”, concluye. Es fácil entender el motivo por el cual don Robinson es el presidente de la Junta de Acción Veredal de La Yunga, un hombre comprometido con su comunidad porque la quiere y la respeta, al igual que a su territorio.

Discursos versus realidad

Don Robinson fue una de las personas que más se opuso a que el relleno sanitario de la ciudad de Popayán, fuera llevado a La Yunga. El proyecto que se llevó como propuesta, en unos pocos años era casi una realidad. Una realidad que había sido decidida por los mismos habitantes de la vereda, en una votación en donde ganó el Sí sobre el No con más de 50 votos de diferencia. La empresa ServiAseo, encargada del servicio de aseo en la ciudad de Popayán, con su imponente color naranja llegó a La Yunga con permiso de sus habitantes para quedarse 30 años, que es la vida útil del relleno sanitario al que finalmente llamaron ‘Los Picachos’.

“En este momento el relleno sanitario está en absoluta normalidad, nosotros estamos supervisados por la Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC), que es quien ejerce toda la función de verificar la labor que hacemos en el relleno”. Esa es la voz pública del gerente de la empresa ServiAseo, Mario Alexander Romero Trigos. Ese es el discurso que llega a los citadinos que de pronto quisieran saber el estado del relleno sanitario donde se disponen todos los residuos sólidos que salen de sus casas y que son recogidos por los hombres de color naranja, como es naranja el carro grande y pesado donde se depositan toneladas de basura, ese mismo carro que suena y resuena, a cualquier hora del día en la vereda. Para una vereda tan silenciosa, los sonidos naranjas han sido una novedad, de esas novedades que pueden llegar a lamentarse.

Los Picachos es una obra nueva también, empezó su funcionamiento en octubre de 2014, bajo toda la rigurosidad de la ley, representada con firmas en papeles rigurosos y fríos: resoluciones, decretos, estudios, balances, comunicados que incluyen maquinarias, tecnologías, números, dinero, pero ninguno habla de la comunidad. De don Robinson o su esposa, ni de sus hijas, ni de los empleados del galpón, ni del señor de la casa del lago, ni de la señora de la camisa mojada en las manos, ni de nadie.

A los habitantes se les prometieron 29 puntos que llevarían beneficios a la comunidad, y hasta la fecha solo se han cumplido 8, y otros cuantos están a medias, y el resto no se han iniciado. Esto según la comunidad. “Ellos en su momento vieron los beneficios que traería el sitio, porque los haría más visibles; tendrían vías de fácil acceso, de hecho ahora tienen alumbrado público, tienen acueducto, el municipio ha puesto más los ojos en ellos para poder llevar allí a cabo una satisfacción con las necesidades de estas comunidades”, expone el gerente de ServiAseo. La diferencia es que el discurso del señor Romero, es dicho desde las oficinas de ServiAseo, con la textura de las casas del centro histórico de Popayán, un lugar cómodo y limpio. Mientras que la comunidad habla desde La Yunga, desde las vías en donde en invierno es imposible transitar incluso en moto.

“El relleno sanitario ‘Los Picachos’ tiene todos los componentes que exige la norma, de hecho si no los tuviera nosotros como autoridad ambiental ya les hubiéramos revocado la licencia”, afirma el ingeniero Fernando Penagos, coordinador del programa de residuos sólidos de la Corporación Autónoma Regional del Cauca, CRC. Y también habla desde su escritorio en el moderno edificio donde funciona la corporación, mientras don Robinson desde su casa mira hacia el piso y recuerda: “Serviaseo nos habló de que el impacto que el relleno sanitario iba a generar a nivel ambiental iba a ser mínimo, que no iba a haber olores, que no iba a haber vectores, que no iba a haber contaminación al río”, comenta. Los discursos públicos y sin rodeos de parte de ServiAseo y CRC, responden a las promesas que hicieron antes de construir el relleno ‘Los Picachos’.

Visibilizar inquietudes y preocupaciones

Don Robinson, aunque al principio se opuso a que llevaran el relleno a su vereda, como presidente de la Junta ha estado muy pendiente de la situación. “Si se van a hacer las cosas, que se hagan bien”, agrega. Como comunidad se han organizado, han salido de sus casas, porque todos han sentido los síntomas de malestar de ruido, de malos olores, de animales invadiendo sus casas. Todos preocupados, los que votaron por el SÍ y los que votaron por el No. Lo único que exigen es que se cumpla con lo que está escrito, con lo que dicen los funcionarios de ServiAseo y de CRC. Quieren un medio ambiente sano y que sea mínima la afectación por el relleno sanitario.

Los olores de basura invaden los caminos de la vereda, las casas de los habitantes. Incluso los olores llegan hasta las veredas vecinas: El Tablón y Río Hondo. Hay gallinazos rondando las fincas, también hay ratas. Y moscas por doquier, en todos los lugares de las casas. Hay lixiviado derramado en las vías cada día más deterioradas. “Yo, como ciudadano, veo que sí hay olores ofensivos, hay mal manejo del relleno”, afirma Ricardo Hoyos, ingeniero mecánico de la Universidad del Valle, quien junto a su esposa Amparo, bióloga, han apoyado a la comunidad con su conocimiento técnico sobre el tema. Además, también hacen parte de la comunidad de La Yunga, pues tienen una finca allá. “Cuando uno empieza a mirar por qué se están dando vectores, por qué hay olores ofensivos, es porque hay algo que no está funcionando bien dentro del relleno”, añade.

Alzar la voz

Los habitantes de La Yunga, con don Robinson al frente, decidieron alzar la voz. Empezaron con papeles y firmas, al estilo de las entidades, pero no fueron escuchados o leídos. Después hablaron un poco más fuerte, pero tampoco los miraron. Hasta que gritaron en un coro que decía: “aquí estamos antes que ustedes”. Y al fin fueron escuchados, ese grito vino acompañado del cierre de la vía impidiendo que los carros naranja entraran a la vereda, y se quedaran afuera, repletos de basura. No solo con la basura de Popayán, sino de 15 municipios más del departamento del Cauca. “Esta zona para los entes gubernamentales se debe de mirar de manera especial porque este lugar presta un servicio que ninguna otra zona presta”, afirma don Robinson. Con el cierre de la vía la comunidad logró ser mirada, pero lo único que recibió de parte de las entidades fue el ESMAD y lo único que surgió fue violencia y enfrentamientos. “Ya en estos casos a uno le da tristeza, y más que tristeza es indignación de que una comunidad que optó por hacerle bien al municipio, en vez traer soluciones a la comunidad, vienen es a golpearnos como si fuéramos animales”, añade don Robinson.

“La comunidad se queja por el tema de los olores pero a una planta de aguas residuales no se le puede exigir que huela bien, en cualquier parte del mundo un relleno sanitario tiene problema de olores,” afirma Fernando Penagos. Pero esas palabras no están escritas en la norma que rige un relleno sanitario. Los olores, así como los animales de rapiña, las moscas y demás vectores, no deben afectar la vida de las personas, pero incluso lo que está escrito y firmado puede ser olvidado. Y eso es precisamente lo que más teme don Robinson, le asusta el olvido, la indiferencia de las entidades, mientras el relleno sanitario perjudica su cotidianidad, su rutina, su manera de vivir. “La tranquilidad, el buen ambiente que se vivía en esta zona se ha perdido, definitivamente se ha perdido, y eso no tiene precio” dice con un poco de resignación.

La veeduría que se ha organizado en La Yunga incluye a 30 personas, ellos cuidan y vigilan el estado del relleno casi a diario, tienen las botas puestas para defender y cuidar su territorio. Don Robinson respira y habla de su futuro con incertidumbre, no abandona la idea de seguir luchando por su comunidad, por los paisajes escondidos a los que se llega en camión, por ese pedazo de tierra que fue mirado y tenido en cuenta para construir un relleno sanitario.  La comunidad de La Yunga existe ya desde antes que ‘Los Picachos’, y ahora teme terminar dentro del relleno sanitario, deteriorándose como la basura y enterrados para siempre.

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