Alfonso Suárez: performer desde siempre (II)
Opinión

Alfonso Suárez: performer desde siempre (II)

Noticias de la otra orilla

Por:
junio 15, 2019
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Dice Alfonso Suárez que una vez, en 1984, en una temporada de precarnaval, estando con los amigos del Grupo 44 en Barranquilla, recién ganado su primer premio de arte en un salón local, en medio del jolgorio empezaron a aparecer de pronto las primeras imágenes de una obra que no se encuentra ya en el catálogo extenso de sus trabajos.

Recordó que en un tenderete popular del centro de Barranquilla había comprado un objeto comercial que tenía la forma de una Venus de Milo, y que no era más que un frasco de crema cosmética que a él se le antojó interesante para ser intervenido y convertido en una instalación que jugaría con la idea de esa imagen clásica puesta en el contexto del carnaval de Barranquilla.

Y así lo hizo. La cubrió con mil un elementos de formas y colores delirantes y la hizo custodiar de un cuerpo de guardaespaldas conformado por nueve 9 figuras masculinas musculosas, que vienen a ser muchos años después su extensa serie de los “Comedores de Metal”.

De la serie Comedores de metal

 

Esta “Venus de Milo en el carnaval” era una instalación que nunca llegó a exponerse formalmente pero que sí estuvo algunos días exhibiéndose tímidamente en un espacio del Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico con la anuencia y patrocinio de la poeta Margarita Galindo, a la sazón directora de esta entidad. Ella y el artista y curador Eduardo Hernández lo animaron a darle fuerza no sólo a este trabajo, sino al potencial que por ese entonces no había recibido aún de su parte el impulso interior decisorio de ser artista.

Estos dibujos han devenido lo que hoy por hoy constituye esta nueva serie titulada Comedores de metal, que no son sino una progresión creativa de la expresión popular que en el caribe llama los “comedores de hierro” a los hombres y mujeres que practican la halterofilia.

Suárez encuentra en la memoria de su infancia y de sus vivencias culturales en la Villa de Santa Cruz de Mompox la fuente inestimable de casi todas sus ideas creativas. Pero ha aprendido a mirar detenidamente todo cuanto ocurre en su derredor. Todo estímulo sensible o imaginario. Toda sensación u ocurrencia objetiva termina afectando su sensorium de una manera poderosa y sus ideas se van traduciendo procesualmente en movimientos, gestos, conceptos, formas y colores que su inteligencia creativa va convirtiendo dialógicamente con el cuerpo en un evento plástico, en una acción danzaría, en una estatuaria poética, en una escena polisémica.

Su  condición de hombre que sufre su cuerpo; que lo goza y lo reinventa; que  lo vive como un camino y como destino; que vive en él como quien lo habita; pero que convierte esa habitación también en lugar universal, hace de esta artista del caribe colombiano un creador fuera de serie; uno que sin duda no tiene en el acontecer de las artes plásticas de esta región un par con una manera tan consagrada de hacer de su cuerpo y de la experiencia vivencial de él un dínamo de creación artística.

Él lo dice: “mi cuerpo vive en mí y yo vivo en mi cuerpo. El muero y renazco. En él vive también el tiempo. Mi disciplina y mi miedo. La entrega apasionada a cuidarlo como si no fuera mío y tuviera que devolverlo alguna vez”.

A Suárez lo marca la memoria de su infancia y su cultura; el espíritu de la fiesta popular, pero también la íntima historia religiosa de su pueblo y su familia. El recuerdo novelado de su madre, intérprete del piano y performer espontánea, que en inusitada ocurrencia se disfrazaba de hombre para unirse en nupcias con una amiga que le seguía la corriente, en un juego teatral que animaba la música mompoxina y la risa familiar como si nada.

Su obra es hoy por hoy un hito indiscutible en el panorama de las artes colombianas. A él y a su obra se han referido importantes autoridades del arte. Por ejemplo de 100% Frágil  el artista y crítico Gustavo Zalamea, en su condición de jurado del XXVI Salón Nacional de Arte, escribió: “Alfonso Suárez revela, con una inmensa delicadeza, la noción de fragilidad del hombre. El envoltorio escogido, hecho de una fina red recubierta por un grueso lazo y que a su vez recubre gran parte del cuerpo, es de hermosura y economía extremas, mientras que la eficacia y la potencia de su presencia y energía se multiplican con el montacargas, sosteniendo en vivo la figura envuelta en la entrada de la sala. Una obra impresionante, que sigue creciendo en la imaginación.”

 

De la serie Visitas y apariciones 

 

Por su parte, el artista y curador Álvaro Barrios, a propósito de la presentación de su obra Fantasmata en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla dice que “…Alfonso Suárez, hoy reconocido performancer, su obra reciente ligada a Fantasmata, no solo por lazos de continuidad en la amistad y en el gusto por el arte no convencional, sino también por sus fantasmagóricas Visitas y Apariciones rememora al célebre fantasma y vampiro Nosferatu, gloriosamente renovado con el brillo de las buenas ideas que de esas obra emana. Sentido de humor y misterio no riñen con ella; por el contrario, traen un viento de optimismo sobre el futuro de nuestro arte actual. Los mejores tiempos están por venir.”

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