Oculta, repugnante y sorpresiva en rápidos y furiosos vehículos. Brutal y salvaje, de origen innato, sin grilletes y suelta al garete, fantasma bestial en remotas áreas rurales donde los mastines del Estado no marcan territorio. A veces, en el más extremo grado de la inseguridad generalizada, entra a terrazas, patios o salas. Como Pedro por su casa.
Te hablo de la cruel ladrona del corazón aventurero del poeta Arturo Cova, protagonista de La Vorágine, obra clásica de nuestra literatura, publicada en 1924. Su autor, José Eustasio Rivera, bautizó con su apellido el poblado antes llamado San Mateo. Ahora es el municipio de Rivera, Huila.
Lo dice dicho personaje principal al inicio de la narración:
“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia.”
Muy recomendable la lectura de esta novela de la selva, lo mismo que de otras dos antecesoras, Cumandá, 1879, del ecuatoriano Juan León Mera y El infierno verde, 1908, del brasilero Alberto Rangel. Hubo después otros relatos con el espeso y enmarañado selvático telón de fondo, Calunga, 1935, del brasilero Jorge de Lima, y Canaima, también editada en 1935, del venezolano Rómulo Gallegos, quien fue presidente elegido por voto popular en república de los patriotas bolivarianos por nueve meses, en 1948. Como cosa rara por estos lares, a Gallegos le dieron golpe militar. El jefe del golpe y autócrata, Carlos Delgado, fue asesinado a los dos años, siendo dictador.
Siguiendo con el tema de marras, son 200 años y pico de vida republicana en que hemos sufrido bajo las garras mortíferas de la violencia.
Corte a febrero 2023, en este año, según Indepaz, Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, van…
21 masacres con 67 víctimas fatales.
20 líderes sociales o defensores de DDHH asesinados.
2 homicidios de firmantes del acuerdo de paz.
Recién atentaron contra Augusto Rodríguez, director de la UNP, Unidad Nacional de Protección.
Parece no haber contención a esta pesadilla sin fin auspiciada por la terrible parca, la guadañadora inclemente, la Extraña Doctora Muerte.
¿Causas?
¡Uf! Son muchísimas las determinantes.
Jartamente diagnosticadas todas. La principal es la contracultura de los cerebelos desbocados, espíritus malignos, almas candidatas a que las rastrille y arrastre el diablo por el áspero camino eterno del infierno. La del típico delincuente que reproduce malas mañas en quienes tiene a su alrededor.
¿Qué puedes esperar de un niño que se cría viendo a los padres maquinando corruptas tramoyas, o comprando votos, o chantajeando, o expendiendo drogas, o saliendo armados a atracar, o vendiendo celulares robados, o alquilando armas de fuego ilegales, o en otros “trabajitos” propios del hampa? Pues es algo probable que siga el camino satánico del bajo mundo, quizás iniciándose con el matoneo a compañeros de colegio. Claro, cabe aclarar que hay muchachos que crecen con padres correctos y de grandes se convierten en malhechores. Hay de todo en la viña del señor.
Ingrediente que no podemos pasar por alto es que la mitad de la población en nuestro país es de estrato 12, “pobre-vulnerable” según la pésima categorización que heredó y mantiene el actual gobierno. Tú sabes: no hay para la papa, y uno que otro desfavorecido sale a rebuscarse como sea.
Hay un motivo que nunca aparece. O pocas, como ahora.
Bien. Me refiero a la anomia vecinal. No se le presta ni un tris de atención.
Vivimos de forma muy desorganizada en nuestros vecindarios.
En 1860, cuando se fundó Longmont, en Colorado, USA, se dejó escrito en los estatutos que “todos formamos parte de una gran comunidad, y a todos nos incumben las actividades de nuestro vecino”. Del libro Un dios interior. El hombre del futuro como parte del mundo natural, de René Dubós.
Deberíamos contar con una legislación que nos permitiera participar en nuestras vecindades con un tris de poder estatal en decisiones barriales básicas. Apoyemos la idea de crear organizaciones vecinales, por manzanas o sectores. Esto impulsaría la formación de una sociedad inclusiva, lo cual contribuiría a construir un gran bloque a la contracultura de la violencia.
Fortaleciendo nuestras bases territoriales comunitarias podremos contar con un mínimo de información y poder sobre el colegio oficial más cercano, el parque del sector, el puesto de salud zonal, la biblioteca pública del caso, el cuidado y poda de árboles plantados en andenes, las señales de tránsito, las redes de servicios públicos, la instalación de cámaras de video de vigilancia comunitaria, el mantenimiento de placas de concreto o capas de asfalto, etc.
Rompamos con la indiferencia. Que sea tu consigna participar en el cambio hacia una sociedad pacifista en tu cuadra, en el bloque del conjunto, por los alrededores del sector. Cumple con el mandato concluyente del numeral 5 del artículo 95 de la Constitución Política:
“La calidad de colombiano enaltece a todos los miembros de la comunidad nacional. Todos están en el deber de engrandecerla y dignificarla. El ejercicio de los derechos y libertades reconocidos en esta Constitución implica responsabilidades. Toda persona está obligada a cumplir la Constitución y las leyes. Son deberes de la persona y del ciudadano:… 5. Participar en la vida política, cívica y comunitaria del país;…”
