El Frente Nacional, la Constituyente del 91, y ahora el Plebiscito de Santos
Opinión

El Frente Nacional, la Constituyente del 91, y ahora el Plebiscito de Santos

Ni el Acuerdo ni quienes lo han negociado deben estar en entredicho, pero genera muchas dudas un plebiscito que se base en mentiras como que ‘es la guerra o la paz’, y la forma en que se llegó a él

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enero 04, 2017
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Han aparecido un par de artículos que proponen que el 2 de octubre el Plebiscito de Santos completará un largo proceso de paz cuyos hitos anteriores habrían sido los acuerdos del Frente Nacional y la Constituyente de 1991.

Aunque todo tema es sujeto a interpretaciones, estos antecedentes más que entusiasmar deberían despertar inquietudes respecto a lo que este podría significar.

El llamado Frente Nacional no fue —como hoy se dice— ni para acabar, ni el que acabó con la guerra civil entre partidos políticos que conocimos con el nombre de ‘la violencia’. Esta la acabó el gobierno militar de Rojas Pinillas; pero cuando se consideró que este se había convertido en dictadura se conformó lo que en principio se llamó ‘Frente Civil’; el pacto inicial votado por la población en ese referéndum —mal llamado plebiscito— fue la paridad en los cargos públicos para evitar que se continuara con el ‘que tiemblen los porteros’ que hacía que quien ganaba la elección monopolizaba toda la burocracia; una segunda medida ´la alternación’, presentada por el gobierno al Congreso y convertida en Acto Legislativo, deformó ese propósito creando lo que de facto lo volvía una ‘dictadura bipartidista’ ya que desaparecía la controversia ideológica y reducía la actividad política al acuerdo entre dirigentes sobre los nombres que configurarían la nómina de gobierno.

Como  ‘lo que mal comienza, mal acaba’, si bien se terminó la ‘guerra’ entre los partidos, se comenzó una nueva: el resultado fue que se excluyó la  posibilidad de que se manifestarán electoralmente las fuerzas y propuestas que hacían presencia en el escenario político del momento —la ‘guerra fría’ y para Latinoamérica la revolución Cuban—-; se perdió el sentido de la participación ciudadana para decidir que orientación quería en el Gobierno; se sustituyó por la manguala entre los directores de  los partidos para ‘repartir la marrana’; y se forzó así a quienes no estaban de acuerdo con ello a tomar las armas para buscar los espacios que el nuevo orden constitucional les negaba.

También como ‘lo que mal comienza, mal acaba’, recordemos que la Constituyente del 91 se inició con la gran falacia de una supuesta votación por una ‘Séptima Papeleta’ que nunca existió: no existió porque no tuvo acto administrativo que le diera vigencia y permitiera contarla; solo hubo la divulgación por los medios de comunicación de este propósito por parte de unos estudiantes; de esa ‘séptima papeleta’ no hubo distribución, ni registro, ni recuento, y solo informalmente el Registrador mencionó mucho tiempo después que apenas aparecieron del orden de 200.000 en las urnas (menos del 3 % de los votos emitidos entonces).

Sin embargo, la Corte Suprema basada en esa falacia se pronunció diciendo que los ‘hechos políticos’ la obligaban a abandonar su misión de guardia de la Constitución, dando vía libre a una votación para una ‘Asamblea Constitucional’, la que a su turno, desconociendo esa sentencia, se autodeclaró ‘Constituyente’ y con poderes ilimitados. El Dr. César Gaviria, presidente entonces, la llamó ‘la Constituyente de la Paz’, pero el mismo día en que se realizó la votación ordenó el bombardeó a ‘Casa Verde’ sede del comando mayor de las Farc. Esa cuasi traición (porque aún se desarrollaban contactos y conversaciones) produjo como resultado el obligarlos a mantenerse en armas cuando con la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética ya no existían ni el modelo ni el apoyo al modelo que ellos defendían.

La ‘Constituyente´ terminó en un escenario donde se firmó un papel en blanco mientras un ‘Comité de Estilo’ cambiaba con la redacción también algunas partes del contenido.

Lejos de traer la paz, debido a la impotencia del Estado para imponer una Administración de Justicia efectiva y un mínimo de Justicia Social, se creó una nueva guerra en la que los grupos paramilitares y sus simpatizantes se tomaron el Estado desatando una ola de violencia peor que cualquiera de las de toda nuestra historia.

Hoy nos dicen que terminaremos una guerra de cincuenta años, como si hubiera habido continuidad en las características del conflicto armado; que se reivindicará el campo y al campesino; que se derrotará el narcotráfico; y se reconocerá el derecho a la protesta ciudadana y a la oposición política sin perseguirlos.

Pero nada dicen de los cambios fundamentales que tanto la Sociedad como el Estado requieren (las reformas pendientes de la Salud, de la Educación, del Sistema Pensional, un Estatuto del Empleo, y sobre todo una transformación total del aparato de Justicia, tanto en los objetivos de Justicia Social como en sus mecanismos operativos). Tampoco dicen cómo se hará ahora que desaparecieron los recursos internos y no estamos entre las prioridades externas —los inmigrantes y el Isis—.

Adicionando esto a las trampas y triquiñuelas usadas para crear los mecanismos que dependen del plebiscito de Santos (‘facultades habilitantes’, Justicia transicional, Acto Legislativo para un caso único, cambio de los mínimos para validar la participación ciudadana, etc.) lo menos que puede uno es pensar ‘lo que mal empieza…’

 

Lo que nadie discute es que la habilidad de Santos está acompañada
de una gran capacidad de falta de compromiso y falta de
lealtad
y cómo escogió como adalid del plebiscito a Gaviria

 

Como lo que nadie discute es que la habilidad de Santos está acompañada de una gran capacidad de falta de compromiso y falta de lealtad (fue miembro de gobiernos tan contrapuestos como los de Gaviria, Pastrana y Uribe), y como escogió como adalid del plebiscito a Gaviria —quien además de lo ya relacionado respecto a la Constituyente ha llevado a que bajo su liderazgo el Partido Liberal sea declarado incurso en Violación a la Moralidad Administrativa, suspendido por orden judicial su Congreso, y recientemente nulos los avales expedidos por quienes siguen sus directrices.

No es el Acuerdo ni quienes lo han negociado lo que debe estar en entredicho puesto que su contenido es satisfactorio para lo que se busca, es requisito indispensable para limitar unos de los problemas que nos aquejan y puede ser un comienzo para iniciar un mejor camino del que hemos recorrido.

Pero si genera muchas dudas un plebiscito que se base en mentiras como que ‘es la guerra o la paz’, al igual que la forma en que se llegó a él, y quienes están figurando como responsables del éxito de este evento…

En ese sentido los antecedentes del Frente Nacional o la Constituyente del 91, lo que lograron no fue la paz sino el respaldo a unos dirigentes y legitimidad a unos sistemas que produjeron los resultados aquí analizados, razón pueden tener algunos de verlo más como una amenaza que una esperanza… la verdad no sabe uno qué hacer ante el Sí o el No en el plebiscito.

Publicada originalmente el 7 de septiembre de 2016

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