Afganistán, ¿otra guerra perdida por Occidente?

Afganistán, ¿otra guerra perdida por Occidente?

¿Por qué no se ha podido derrotar moral y militarmente a los talibanes?

Por: Ricardo Angoso
enero 21, 2015
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Afganistán, ¿otra guerra perdida por Occidente?

Trece años no es mucho en la vida de un país, pero ha sido el tiempo necesario para ver con perspectiva que el proyecto que auspiciaban los Estados Unidos para Afganistán, en el sentido de crear un Estado democrático estable, viable y ligado a Occidente, ha fracasado y que, en su lugar, la guerra sigue siendo el único horizonte en esta nación fallida y siempre violenta, inmersa en una inestabilidad que casi se podría decir congénita. Pero conviene, antes de adentrarnos en el presente, analizar brevemente su trágica histórica y un pasado desgraciadamente muy sangriento.

En 1842 una sublevación liderada por el líder tribal afgano Akbar Kan, uno de los hijos del caudillo Dost Mohammed, obligó a los ingleses a negociar con unas tribus afganas que estaban apostando al gran “juego” estratégico de tejer alianzas con Rusia. Pero cuando el emisario británico Sir William Hay Macnaghten fue enviado a discutir con los rebeldes afganos, cayó en una trampa y el propio Akbar lo asesinó con sus manos.

Más tarde, y habiendo perdido su influencia en este territorio por algún tiempo, unos 4.500 ingleses y 12.000 sirvientes se vieron obligados a abandonar Kabul y, en su trágica retirada, fueron masacrados por las tribus afganas el 13 de enero de 1842, en la gesta conocida por los locales como la batalla de Gandamak. Un solo hombre logró cruzar con vida la frontera, era el cirujano Wiliam Brydon, y contó la tragedia. Los ingleses intentaron una represalia, pero reconociéndose derrotados optaron por dejar el país, dejando a Dost Mohammed (1843-1863), que había sido liberado, nuevamente en el poder. Había sido la primera demostración para Occidente de lo difícil que sería en el futuro controlar este territorio.

Casi un siglo y medio después, el 24 de diciembre de 1979, las tropas soviéticas ocuparon Afganistán para apuntalar al ejecutivo prosoviético que unos meses antes había dado un golpe de Estado. Diez años después, tras haber padecido más de 65.000 bajas, entre muertos y heridos, y haber sufrido innumerables pérdidas, las tropas soviéticas se retiraban derrotadas, exhaustas y con la moral por los suelos. El mito de la invencibilidad soviética se había hecho añicos y, paralelamente a la pesadilla afgana, la Guerra de la Galaxias impulsada por la administración Reagan provocaba una grave crisis en el sistema de dominación comunista.

AHORCADOS EN LOS SEMÁFOROS

Dos años después, en 1991, la Unión Soviética estalló en mil pedazos, Mijail Gorbachov se veía obligado a adoptar medidas drásticas y el régimen autoritario socialista pasaba a mejor vida. La trampa afgana, junto con otros factores, había tenido una influencia decisiva en el súbito final de un sistema de dominación política, económica, social y militar. Los soviéticos, por desgracia para ellos, no habían leído las dramáticas experiencias de los británicos en Afganistán, y así les fue. En 1992, fruto de la desintegración soviética y el abandono de este país por parte de Moscú, los rebeldes afganos sitiaron Kabul.

El Gobierno prosoviético de Kabul, como era de suponer, duró solo unos meses más después de la marcha de las tropas de la URSS. Sus máximos líderes, los hermanos Najibuláh, una vez defenestrados por una facción rebelde a los soviéticos, acabarían sus días ahorcados en los escasos semáforos que quedaban en la abatida capital afgana por los talibanes al parecer guiados por los servicios secretos pakistaníes, en 1996.

Así, de una forma tampoco gloriosa, acaba el mal llamado periodo progresista afgano del que todavía muchos tienen nostalgia, pues paradójicamente constituyó una larga década de cierta normalidad y tranquilidad. Incluso la figura de un presidente de ese época, Mohammad Najibuláh (1987-1992), es hoy recordado con cariño por muchos ciudadanos afganos, como he podido comprobar personalmente, y es considerado por muchos como un estadista moderno, honrado y de ideas liberales. Luego llegaría la pesadilla talibán (1996-2001), donde el país regresó a la Edad Media y la brutalidad más burda se impuso como política de Estado.

COMIENZA LA LARGA GUERRA CONTRA LOS TALIBÁN

En octubre del año 2001, una vez que los Estados Unidos habían sufrido los ataques del 11-S, las fuerzas occidentales, con el apoyo de algunas milicias locales antitalibanes, comienzan su ofensiva contra el Gobierno integrista de Kabul. En apenas unas semanas, a finales de ese mismo año, los objetivos políticos y militares se han conseguido y una administración pro occidental, liderada por Hamid Karzai, se instala en el nuevo Afganistán. Pero la guerra estaba lejos de terminar.

En estos trece años, los más de 130.000 hombres desplegados por un contingente militar formado por casi 50 naciones no ha conseguido derrotar a los talibanes, conformar una fuerza militar local capaz de imponer orden y seguridad en el territorio y garantizar, al menos, que la amenaza terrorista fuera conjurada en las ciudades más importantes del país. Unos cuatro mil soldados de la alianza liderada por los Estados Unidos han fallecido en esta guerra y de ellos el 60% eran norteamericanos.

El ejército afgano, formado por 120.000 hombres, es una institución caracterizada por la corrupción,  la falta de patriotismo para desarrollar una labor eficaz y seria. La desmoralización es creciente ante la previsible derrota que podría llegar a manos de los talibanes una vez que el último occidental armado abandone el país. La mayor parte de los soldados afganos piensan que tras la retirada occidental se repetirá el mismo guión que ocurrió con los soviéticos y que los talibanes regresen esta vez para quedarse para siempre en el poder.

Se calcula que los talibanes podrían tener algo más de 50.000 hombres, una fuerza considerable para seguir manteniendo en jaque a las autoridades "democráticas" instaladas en Kabul por los occidentales tras una suerte de simulación de elecciones libres y en las que los afganos participaron con bastante desgana y apatía. La democracia ha sido siempre una idea ajena a esta nación, en parte porque hay ni tradición ni historia que avalen su éxito en una sociedad tan arcaica y primitiva.

A todos estos elementos, que ya de por sí conforman un cuadro bastante complejo y adverso para los intereses occidentales, hay que sumar el escaso interés de Europa y los mismos Estados Unidos por el contencioso afgano en un momento de numerosos escenarios de crisis en la escena internacional, la escasa credibilidad de la actual administración de Kabul y la intromisión de otros actores que, como Pakistán, siempre han tenido oscuros intereses en el "tablero" de Afganistán. El futuro no está escrito, pero desde luego la situación nunca ha sido más crítica; se avecinan tiempos inciertos para este país.

@ricardoangoso

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