Vida y desastres
Opinión

Vida y desastres

¿Cómo está manifestándose en Colombia la situación de catástrofes y riesgos? ¿Qué respuestas concretas hay?

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marzo 08, 2024
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Ningún evento catastrófico es natural, la reflexión y la investigación reciente al respecto nos recuerda que el desastre es una construcción social y que la vulnerabilidad de los ecosistemas y de las poblaciones, corresponde a los modos de ocupar los territorios y a la manera como se toman decisiones urbanísticas, productivas, energéticas, de consumo e interacción socioambiental. 

Eventos de alcance planetario como la sindemia del covid-19 en el 2020 y la creciente situación de variabilidad climática por efectos del calentamiento global, van poco a poco exigiendo una relocalización de la conversación sobre los riesgos de desastres en el mundo. Las cosas de la vida están dando vueltas a gran velocidad, la afectación del sistema humano sobre el medio ambiente ha incrementado el riesgo y la escala de impactos de los fenómenos naturales. Los tejidos vitales se ven sometidos a la urgencia ecológica que traduce en la precariedad y amenaza creciente de las condiciones de vida. ¿Cuáles son los peligros?, pandemias, huracanes, tifones, sequías, precipitaciones de lluvia desbordadas, erosiones, con sus efectos en inundaciones, crisis alimentarias, migraciones, relocalizaciones, conflictos territoriales, violencias masivas.

Ahora bien, la expresión suave de las mudanzas climáticas que aceleran los riesgos, se manifiesta simplemente en experimentar de forma más radical calor o frío; sentir el sofoco, la aridez o la humedad, es una experiencia que está creciendo en el trópico y que se va a radicalizar en los próximos años, según las modelaciones y los pronósticos meteorológicos y socio ambientales. El asunto no es menor, los mecanismos científicos de carácter predictivo cada vez mejoran al respecto; sin embargo, la capacidad de previsión y adaptación es muy limitada, ya sabemos que las respuestas más cotidianas, por ejemplo orar para evitar el castigo divino (respuesta religiosa) o apropiar nuevas tecnologías para disminuir impactos (respuesta tecnológica) no son suficientes, porque cada evento catastrófico tiene un antes, es decir un contexto, una causalidad, una razonabilidad estructural y un después o sea unas consecuencias que suelen afectar especialmente los tejidos vitales más fragilizados por las condiciones de injusticia y exclusión; en ese contexto se requiere impulsar cambios profundos que involucren las dimensiones cosmológicas, teológicas, tecnológicas, pero que no las agotan e implican gran responsabilidad humana y social desde el punto de vista del diálogo espiritual, ético y político.

¿Cómo está manifestándose en el país esta situación de riesgos? ¿Qué respuestas concretas hay?

Colombia es un país cuya conformación territorial e historia socio ambiental está rodeada de eventos y riesgo de ocurrencia de desastres, tanto de origen hidrometeorológico, como de carácter volcánico y telúrico que demandan una comprensión estructural y una rectificación cultural a fondo. El actual gobierno ha puesto al centro la necesidad de acelerar políticas, programas al respecto, priorizando conceptos adaptativos al cambio climático que es solo una de las variables, aunque quizás la más integradora e importante; sin embargo, aún no aterrizan suficientemente las estrategias de acuerdo con la gravedad de los riesgos y de las vulneraciones que ya se presentan; aún estamos lejos de visualizar las consecuencias lógicas de estos signos de los tiempos, en términos de la industria, la movilidad, el habitar, la relación con otras formas de vida. Digamos que humana, social, culturalmente, estamos en un margen de rectificación y respuesta muy limitado.


Humana, social, culturalmente, estamos en un margen de rectificación y respuesta muy limitado.


En ese contexto, sabemos que en nuestras comunidades y localidades hay diversas percepciones del riesgo, por esa razón es imperativo escuchar los diversos paradigmas, atender a otras voces para afrontar los escenarios catastróficos e inefables que están tejidos entre lo humano y lo no humano, entre lo material y lo espiritual, entre las cosas, los espacios y los tiempos. Necesitamos abrir la perspectiva y eso implica evaluar en cada situación de riesgo ¿Qué es importante para cada comunidad?, ¿Cuáles son los valores para sostener en la vida de este tiempo?, necesitamos tejer alternativas de sociedad que sean sensibles a las diferencias, gestar una nueva urdimbre de vida multinatural, explorar otras formas de morar, de habitar campos y ciudades, pues las calamidades resultan especialmente de prácticas convencionales arraigadas en la imposición de modelos de desarrollo basados en el crecimiento y acumulación económica y por patrones erráticos de ocupación territorial y asentamiento social.

Estamos ante una inminente afectación de mundos que nos sitúan en medio de radicales procesos de incertidumbre. Se demanda comprender los accidentes y tradiciones presentes en el morar de los territorios, pero también visualizar las nuevas formas posibles de vivir, de coexistir, de conocer y de sentir en cada territorio, en cada techo, en cada vecindario rural o urbano; estamos tarde para encontrar maneras alternativas de relacionarnos con los tejidos vegetales, con los suelos, con el reino animal, con la atmósfera, y con el clima que nos están enviando signos, señales, indicios de la necesidad de explorar medidas urgentes para preservar la vida. En ese sentido, se necesita impulsar agendas de conversación en serio, que tiendan puentes entre las instituciones públicas, el sector académico, los gremios privados y las comunidades, para generar las transiciones necesarias tanto en lo inmediato como en dimensiones más estructurales; por ejemplo, si se viene una temporada de lluvias, urge generar la conversación social, institucional y ciudadana sobre las medidas para afrontar los riesgos. ¿Estamos avanzando al respecto?

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