Vaciado y menospreciado: la desgracia de ser profesor en Colombia

Vaciado y menospreciado: la desgracia de ser profesor en Colombia

Todos tenemos al menos un recuerdo de un maestro. Más allá de lo bueno, lo mediocre o brillante que haya sido, ¿se ha preguntado por su situación laboral?

Por: Diego Esteban Caro Rocha
enero 19, 2022
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Vaciado y menospreciado: la desgracia de ser profesor en Colombia
Foto: AEP

Debe ser la quinta vez que trato de escribir esta reflexión; he normalizado los abusos, la indiferencia y la impunidad de muchas situaciones que he vivido como docente en mi poca o mucha experiencia.

Todos nosotros tenemos al menos un recuerdo de un maestro, por bueno, por malo, por mediocre, por desactualizado, por ingenioso, incluso por morboso, autoritario, también por brillante, caritativo y/o amoroso. En esta ocasión no se trata de cómo es el maestro y cómo debería ser su quehacer diario dentro de las aulas de clases virtuales o físicas (tema que debería ser tratado de manera urgente), sino de cómo son las condiciones laborales del sector privado de la educación en Colombia.

En un artículo de El Tiempo de 1991 se calculaban más de 220.000 maestros, cifra que según equidadmujer.gov.co aumentó a 920.436 en 2019, año en que se registraron más de 10 millones de matriculados, según el SIMAT (Sistema Integrado de Matrícula de Educación Preescolar, Básica y Media), de los cuales aproximadamente el 20 % se encuentran en el sector privado.

Estos datos significan que hay más o menos dos millones de niños y/o adolescentes que acceden a la educación privada en Colombia; para este 2022 se calculan 9,9 millones de estudiantes que regresarán a las aulas sea en el sector público o privado.

¿Qué tiene que ver estas cifras con las condiciones laborales de los docentes? Primero, es lógico asumir que el número de maestros aumentó entre 1991 y 2022, pero así mismo el número de colegios, de estudiantes, de requisitos para ser maestro y, curiosamente, se flexibilizó el ingreso de profesionales de otras áreas del conocimiento al campo docente, tema que también debe ser tratado con cuidado. Todos conocemos licenciados que podrían ser mejores maestros y profesionales de otras áreas que orientan clases con la gracia, sabiduría y disciplina de un director de orquesta filarmónica.

Recuerdo que en la universidad solo mencionaban que esta era una profesión por vocación y no por amor al dinero. Entre mis adentros pensaba en que no es codicia o avaricia quien desea mejorar sus condiciones de vida; ganar más, pedir un aumento, obtener un bono o un reconocimiento no tienen que ser razones para sentir que estamos trabajando por dinero y no por pasión hacia nuestra carrera.

Este pensamiento de “ser docente es por deseo de enseñar y no enriquecerse” es quizás la frase más común en las entrevistas laborales a las que he asistido. Para finales de 2017 yo había enviado más de 10 hojas de vida, me llamaron de cuatro lugares, en uno me ofrecían menos del salario mínimo, en otro eran 900.000 sin prestaciones, adicional debía orientar asignaturas que no me correspondían y acompañar a los estudiantes a una jornada extra para que practicaran tenis.

El maestro por excelencia es un todero, debe ser papá, mamá, psicólogo, enfermero, nutricionista, niñero, vigilante, personal de servicios generales, vendedor, experto en decoración de salones, adicional ser soltero, sin hijos, con casa propia y sin deudas; en la mayoría de entrevistas a las que asistí descartaban rápidamente a las mujeres.

Alguna vez escuché sin que se dieran cuenta el comentario de un coordinador hacia su psicólogo/entrevistador pidiéndole que botará las hojas de vida de las mujeres; “pagar licencia de maternidad y aparte buscar reemplazo es un encarte, elija manes”, frase machista y que de paso me permite recordarles que es ilegal solicitar pruebas de embarazo durante el proceso de selección para un empleo.

No está mal que el docente esté capacitado o en un proceso permanente de formación, es más, insistiría en que todos los maestros se deben capacitar en primeros auxilios, detección temprana de trastornos, de abusos domésticos y el sinfín de necesidades especiales de una sociedad tan caótica y enferma como la colombiana.

No obstante, en el mundo laboral la docencia es una de las no pocas profesiones que exigen que el maestro trabaje en su hogar, calificando, planeando clases, realizando informes, respondiendo correos, etcétera. Cosa que dificulta la desconexión laboral, tema tan mencionado a raíz de la pandemia, durante la cual vi a numerosos docentes enfermándose, medicados para sobrellevar el caos de una cultura que le apuesta a enriquecerse sin la necesidad de estudiar.

Segundo, el sector privado de la educación es un nido de víboras, lleno de los famosos “colegios de garaje” tan apurados por llenar las aulas con cuarenta o más estudiantes desconociendo la importancia de una educación al menos semipersonalizada o por lo menos donde el profesor pueda ver a todos sus estudiantes y reconocerlos sin forzar la vista.

Yo estuve en un lugar donde los salones eran tan pequeños que en caso de una emergencia todos habríamos pasado un muy mal rato. Así mismo se daban palmadas en la espalda de incluir a población con necesidades especiales en espacios donde quien orientaba la clase era la prima de los dueños sin nociones ni herramientas suficientes para hacer un buen trabajo; también debíamos crear material original para los estudiantes, cediendo los derechos al colegio que los vendería como si fueran de una reconocida editorial y a nosotros ni las gracias nos dieron.

Cuando un padre y/o madre de familia busca colegio privado para sus hijos lo hace bajo el imaginario de que será mejor educado, estará más seguro, a salvo de aspectos sociales, mediáticos e incluso de iniciar temprano su sexualidad. Hay un miedo en las familias que buscan afanosamente que sus hijos vivan en una burbuja de comodidad e inocencia, cuando en realidad en cualquier colegio estarán expuestos si no hay un buen seguimiento de los padres, maestros y directivos, pero ¿cómo hacer seguimiento cuando no tiene horas de trabajo autónomo?

Es decir, las mal llamadas “horas libres”, espacios que deberían ser para calificar, adelantar trabajo, pero en muchas instituciones ven con malos ojos que el profesor esté sentado, tomando un café, hablando con sus compañeros. Quizás si lo hicieran se darían cuenta de que viven en otra forma de esclavitud, pero con salida a las 3:00 p. m. o 5:00 p. m. Si los padres quisieran velar por el bienestar de sus hijos deberían ver, antes de matricularlos, las instalaciones del colegio, el número de estudiantes por salón, el plan de estudios y cuáles son las condiciones laborales de sus empleados.

Siempre que digo que soy profesor las personas mencionan las vacaciones que tenemos. “Vacaciones” pienso, ¿cuáles vacaciones? Según los cálculos que hice a partir de mi experiencia propia y de comentarios de otros compañeros de profesión me di cuenta de que ni el 5 % de colegios privados tienen contratos indefinidos.

De hecho, la mayoría de docentes privados reciben sueldo diez meses al año, subsistiendo los otros dos con la liquidación, buscando trabajo en otros oficios. Es más, ¿a cuántos profesores/as conoce que carguen las planillas de calificación junto a una o varias revistas de cosméticos, ropa o cachivaches? No hay que confundir el espíritu emprendedor de una persona y sus deseos de salir adelante con la imperiosa necesidad de rebuscarse para un arriendo, cuota de apartamento o para pagar los gastos de sus hijos quienes muchas veces no podrían costear la pensión del colegio donde laboran.

El conjunto de docentes está formado por aquellos que necesitan experiencia, los recién graduados, los extranjeros que migraron y que deben validar sus títulos en el país, junto a los que llevan un par de años de experiencia, unos cientos que hayan logrado hacer una maestría y aquellos que están amarrados a una vacante, sea de público o privado.

El nepotismo que he visto en grandes colegios donde los administran familias enteras y solo unos cuantos de ellos logran ostentar con dignidad el título de profesor, porque todos los demás saben que así se fueran a los golpes con estudiantes, maestros o padres de familia, jamás los despedirían.

También he visto cómo deciden no renovarles contrato a los maestros con tatuajes, que se tinturan, con la profesora que se le vino en gana ponerse un vestido e hizo que la jefe se mordiera los labios de la envidia o al profesor que decidió no hacer la oración cada mañana a pesar de que debería ser una educación laica, espiritual más no impositiva, así mismo como un profesor espera diciembre y enero con la esperanza de seguir en un colegio al que le entregó sangre, sudor y lágrimas y faltando menos de una semana para regresar le informan que no lo contratarán.

Quizás este soliloquio no llegue a nada, ni a nadie a quien le pueda interesar.

Al día de hoy las ofertas laborales para docentes se redujeron drásticamente. De cien postulaciones que habría hecho hace un par de años, en esta ocasión no he hecho más de diez; muchos colegios cerraron, estudiantes migraron a instituciones públicas, familias en quiebra y el medio millón de empresas perdidas por una mala administración pública en pandemia; asignaturas que desaparecieron y con estas docentes con muchos años de experiencia y ganas de enseñar a las puertas de un callcenter.

Entrevistas absurdas para los candidatos donde tratan de menospreciarlo o descartarlo solo por exigir un salario justo. “Esta es una escuela para los docentes, aquí aprenden cosas que les servirán en colegios más grandes”; otra forma de decir “le pagamos menos de lo que deberíamos, tampoco le daremos uniforme, sudadera o bata. Por favor traiga sus marcadores y borrador para tablero”, y faltaría mencionar todo el dinero que se mueve debajo de la mesa para pasar a estudiantes que no hicieron nada en todo el año y a pesar del seguimiento del maestro reprobó el año académico, pero al iniciar el siguiente año llega al colegio inscrito un grado más arriba y el profesor en su cada adjunto hojas de vida que posiblemente nadie revisará.

 

 

 

 

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