Como cuando en una cantina de pueblo a la madrugada se agarraban un par de borrachos, primero a insultos y después a puños, botellazos, asientazos, cuchilladas y a veces a balazos, parecida fue la pelea que en la madrugada del domingo protagonizaron el par de adictos compulsivos al consumo de la red X: Gustavo Petro en la mitad del continente y Donald Trump en la esquina norte, con el careador de Musk, oteando desde su puesto privilegiado, feliz de tener buenos clientes y poner a los asistentes a apostar para obtener más ganancias.
Se dijeron de todo, menos de qué se van a morir, y estuvieron a punto de causar más de un infarto a los colombianos que gestionaban la visa y a los que hace años viven allá, trabajan, legales o ilegales, y envían dólares a sus familiares. También a los exportadores de flores en vísperas de san Valentín, a los exportadores de café, banano, confecciones, dulces, aguacate, frutas, etc, amenazados por Trump de ponerles de entrada el 25% de impuestos a las exportaciones colombianas antes de subirlas al 50% y del lado gringo a los especuladores de comodidades que nos inundan con millones de toneladas de maíz y trigo subsidiados que acá dejamos de producir cuando nos cuentearon con las “ventajas” del Tratado de Libre Comercio, TLC, firmado a inicios de este siglo y a partir del cual la balanza comercial entre ambos países se inclinó a favor de los Estados Unidos y los pleitos comerciales se dirimen en sus tribunales.
Aunque la pelea estaba mal cazada, pues Petro solo en una mesa, se atrevió a plantársele a las humillaciones del ricacho del pueblo rodeado de su cohorte de lambones canaleros de trago y de sus guardaespaldas, y cantarle su buena sarta de verdades; al final, gracias a los numerosos amigos que aprecian a Petro o no les convenía que se armara la pelea, lograron que la desigual pugna no pasara a mayores, después de las amenazas e insultos de distinto calibre, unos: los de Petro, más razonados y con corte de reivindicación y lucha social a favor de los desvalidos y los de Trump: con la característica arrogancia del rico que se cree dueño del pueblo, ostentando de su poder alcanzado después de años de comerciar e impunemente estafar con éxito, construyendo y vendiendo propiedades, creando su propia moneda electrónica, y con la pandilla de los multimillonarios petroleros, fabricantes de armas y amos del internet que se le pegaron financiando su campaña, amenazando con revivir el esclavismo mundial, disfrazado de “libertarismo”, y llegar hasta Marte, a implantar las banderas de su “Tercer Reich” que pone en riesgo la biodiversa vida en este recalentado planeta.
Gracias a las buenas gestiones de quienes no se habían emborrachado, la pelea no estalló y la cantina twitera conservó intacto su mobiliario; pero no se sabe qué pueda pasar si vuelven a encontrarse este par de borrachos de tanto trinar, y con mayor razón después que Musk, el cantinero, de nuevo abrió sus puertas a Trump, cuando los anteriores dueños del negocio le habían prohibido la entrada, debido a su talante prepotente, humillador, insultante y posesivo que se le desbordaba después que se emborrachaba y quería adueñarse hasta de las coperas más hermosas, a las que no dejaba trabajar por andar manoseándolas.
Uno de los testigos de la pelea y miembro de la comunidad de AA, recomendó que los rivales ingresaran voluntariamente a su comunidad que trata de encausar la vida de borrachos problemáticos, o en su defecto a comunidades formadas siguiendo los mismos principios de AA, que como los “12 pasos” también sirven para que superen sus dependencias físicas y psicológicas, los consumidores compulsivos adictos a las drogas, al juego, el sexo, la comida, los celulares y a las redes sociales (o mejor antisociales) como X, que como en una gallera abierta las 24 horas del día, mantienen a los apostadores gritando, bebiendo, comiendo en medio de garroteras que además de los gallos espoleados en la arena, a veces dejan a varios parroquianos muertos como consecuencia de una plomacera estallada tras una apuesta mal cazada y no pagada.
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